Entendemos perfectamente el llamado del expresidente colombiano, Álvaro Uribe, a una intervención “legal” en Venezuela que, si bien no puede desprenderse de los artificios que la ley internacional reserva para este tipo de acciones, si brinda atajos para ignorarlos cuando lo que está en juego es la continuidad histórica de uno o más países, o la salud de un sistema de gobierno, como el democrático, sin el cual no hay libertad, prosperidad e igualdad que valgan.
Nos recuerda Uribe en estos días al Churchill que enfrentó a Hitler durante la “Segunda Guerra Mundial”, o al Rómulo Betancourt que no le dio paz ni cuartel a Fidel Castro en Venezuela ni en el continente en los 60, o al George Bush que en los tempranos 2000 asumió la responsabilidad de ir a buscar a los terroristas islámicos en sus guaridas después de agredir a los Estados Unidos en el atentado de las “Torres Gemelas”.
Veo en todos estos ejemplos a líderes aguerridos, solitarios e insomnes, luchando contra aludes de leyes y tradiciones, eufemismos y remilgos, rodeados de miedos y convenciones, pero convencidos que debían enfrentar al enemigo en el terreno que planteara y con la seguridad de vencerlo.
En el caso específico de Uribe, se comprende que la pertenencia del gobierno democrático colombiano a organismos multilaterales regionales y extrarregionales (OEA, ONU, OTAN, etc) lo obliga a reafirmar la política de “intervención legal”en Venezuela a través de la presión internacional que ya fue establecida por el presidente Iván Duque, pero siendo evidente, como se ha demostrado, que es una política de resultados lentos, esquivables y limitados y que, en ningún sentido, evita que, hasta ahora, Maduro y su narcopandilla sigan horadando la democracia, la paz y la estabilidad en Venezuela, Colombia y toda la región.
Por eso, el Uribe en el cual pienso ahora, es el que mandó a detener en Caracas (específicamente, en la Plaza Morelos de Los Caobos) al comandante guerrillero, Rodrigo Granda, pez grande que se le había escapado desde que era representante plenipotenciario de las FARC en Europa, operando desde Estokolmo, Suecia, y fue hasta el 10 de diciembre del 2005 -cuando fue detenido en la capital de Venezuela (“secuestrado” dijo Chávez)- enlace entre las FARC y la DIM que presidía entonces el general, Hugo “El Pollo” Carvajal.
Pero no fue el único caso en que Uribe, como presidente de Colombia, dejó claro los límites entre la ley internacional y el interés nacional -que en un país democrático son consubstanciales-, y habría que recordar aquella “Operación Fénix”, del 1 de marzo del 2008, cuando el Ejército colombiano, cruzó la raya fronteriza con Ecuador y en la provincia de Sucumbíos (poblado de Santa Rosa de Yanamuru) liquidó a un grupo de 28 irregulares que, comandado por el comandante, Raúl Reyes, hacía incursiones frecuentes y sangrientas contra pueblos y caseríos del Putumayo.
Ardió Troya, Chávez en persona (primer doliente de las FARC) movilizó tropas desde Valencia hacia San Antonio del Táchira, que, vía Cúcuta, debían continuar a Bogotá a sorprender a Uribe en el propio palacio de Nariño, y Correa, de su parte, amenazó con traspasar la raya Tulcán-Ipiales para encontrarse con Chávez en la “Quinta de Bolívar” de la capital neogranadina, mientras Uribe se limitaba a darle excusas formales a uno y otro compinche en la Vigésima Cumbre del“Grupo de Río” en República Dominicana (8-3-08), y continuaba, impertérrito, su guerra contra las FARC, Chávez y los hermanos Castro hasta reducirlos a lo que son hoy: una amenza agónica, pero una amenaza.
De ahí que, insista en afirmar que, Álvaro Uribe, no habló en la plenaria del Senado colombiano, el martes pasado, de una“intervención legal” a la Venezuela de Maduro, y mucho menos de una “legal y multilateral” que debe pensar es engorrosa, dilatable y obstaculizable, sino de otra, cuyas decisiones dependan de uno o dos gobiernos y cuantos otros de les quieran unir.
Pienso, desde luego, en Colombia y Estados Unidos, aun cuando estoy convencido que, ni siquiera el país que preside, Donald Trump, es imprescindible para que Colombia escape y revierta el cerco que le tienen montado Maduro, Timoshenko y Raúl Castro.
Y que ya empezó con el millón de exilados forzosos venezolanos empujados a tierras colombianas por la dictadura de Maduro y cuya finalidad es subvertir al gobierno de Iván Duque en lo político, económico y militar, de modo que, una vuelta de tuerca, nos depare un presidente de las FARC o del santismo en las próximas elecciones.
Pero eso, si la invasión de Maduro a Colombia se mantiene sin otras alteraciones que no sean las políticas y económicas, porque si tocan lo militar, podríamos ver una persistencia del ELN y un risorgimento de los grupos guerrilleros faristas que, controlados por Timoshenko, devolverían las agujas del reloj a como estaban antes de que el uribismo, con el “Centro Democrático” y Duque, retomara la presidencia.
Todo lo cual obliga a pensar que, el gobierno de Duque, no dudará ni tardará mucho en atacar al núcleo de la conspiración que tiene su nido en el “Palacio Miraflores” de Caracas, y cuyo jefe, se dice, es otro colombiano que se hace pasar por venezolano: Nicolás Maduro.
Sobre esta decisión se puede pensar lo que se quiera, pero una razón que la hace inevitable, es que, en este momento, todas las ventajas están de parte de Colombia, pues, no solo aparece como un país agredido, sino que el uribismo cuenta con más del 65 por ciento de apoyo del pueblo colombiano, tiene mayoría en el Congreso y el respaldo de multilaterales como la OEA y el Mercosur.
Muy importante sería el apoyo, cuando no su presencia en el conficto, del gobierno del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, cuyos principales funcionarios, enviados persistentemente a la región, han dado a conocer que Washington no descarta una acción militar contra Maduro.
En cuanto a la dictadura de Maduro, no cuenta con una fuerza política y militar en capacidad de resistirle un día a una invasión unilateral o multilateral de fuerte presencia colombiana, pues ya conocemos que su rechazo entre las clases populares se eleva a un 90 por ciento, la FAN no puede llamarse tal pues apenas alcanzan a ser una guardia pretoriana y el partido político que una vez lo apoyó, el PSUV, es una subbanda dedicada al robo, el atraco y el bachaqueo.
Tampoco existe en la Venezuela madurista una economía medianamente eficiente y sostenible para asumir un esfuerzo de guerra, pues ya conocemos que lo que fue la otrora sólida economía petrolera venezolana, ha sido reducida a ruinas por la revolución socialista, así como la agroindustria, el parque industrial, la infraestructura de servicios y todo cuanto se necesitaría para garantizar tres días en la defensa contra ejércitos que tendrían el apoyo de casí la totalidad de la población.
Una duda frecuente que surge en conversaciones sobre el tema, trata de los apoyos militares que podrían llegarle a Maduro de parte de sus aliados en caso de un conflicto, pero de Cuba ya se sabe que ni en los casos en que Grenada fue invadida por EEUU el 25 de octubre del 83, y la Panamá de Noriega el 20 de diciembre del 89, hicieron nada por ofrecerles algún tipo de resistencia y, en cuanto a chinos y rusos, se descarta cualquier gesto que los involucre en una guerra a una distancia casi sideral.
De modo que, de efectuarse la invasión “legal” o “no legal” a Venezuela, Maduro se desplomaría solo, como un esperpento inflable, quizá hasta abandonado por colaboradores tipo Cabello, Padrino López y los aliados cubanos, quienes, comprenderían ese día que en los cuatro años que estuvo en el poder no hizo sino acumular grasa.