El asunto está en que envejecen estancados en sus anticuados empeños y convicciones, se hacen viejos, no aprenden ni quieren aprender. Son demasiados los años que dejaron de ver más allá de sus narices, se les agrietó la piel popular, perdieron el olfato y extraviaron el instinto de la calle. No importa si tienen razón o no, ellos creen tenerla. No en balde para cristianos, judíos y musulmanes la soberbia es un pecado capital.
Degeneran, han procreado epidermis que se endurece, y llevan años en eso. Discursean, protestan e insultan al Gobierno u oposición dependiendo de dónde estén los altavoces, inventan y promueven diálogos, hacen comparsa cómplice y conversan ejerciendo mutuas sorderas, mantienen las miradas y gestos pendientes de cámaras, micrófonos y, de unos años para acá, el que parece haber sido su máximo descubrimiento, las redes sociales. Se creen y están convencidos, que de verdad son dirigentes motivadores de la opinión pública. ¡Qué equivocados!
Pero el tiempo pasa inexorable, repeticiones y cambios de antifaces ya no engañan ni mienten, la burla apesta, los líderes echan canas y barrigas, los más jóvenes empiezan a surgir, hartos de ser audiencias y obedientes operadores para no conseguir nada. Empujan porque oyen, ven, perciben y huelen su propia hora. Ha pasado toda una nueva generación que tiene problemas propios y soluciones diferentes a los que sus mayores les siguen repitiendo como loros, con las mismas vaguedades y abstracciones, sin saborear resultados. Se sienten engañados y manipulados en incoherencias y contradicciones.
No son los que viajan ni los que tienen comodidades ni espacios partidistas o parlamentarios, son el poder pero no lo tienen, no los escuchan, son una ruidosa masa burbujeante que los dirigentes beben como champaña de prostíbulos. Sin burbujas. Están ahí pero sólo los dejan actuar como resortes del asiento, el volante lo siguen llevando otros y llevan un cuarto de siglo en lo mismo; de fracaso en fracaso.
Pero no son tensores que se vencen y encogen, son diferentes, se expanden, presionan, empujan, exigen, saben, sienten que los vencidos son los que están sentados, quieren salir y estallar. No se trata de ir a protestas de calle, sino de tomar el destino en sus manos y llevarlo por nuevos caminos.
Sus propios dirigentes no los conocen, los tienen como el rebaño del mal pastor, encerrados tras la cerca. El buen pastor conduce a su tropa y conoce a cada una de sus ovejas, las defiende y guía por el camino adecuado, no las encierra. El mal pastor no lee los evangelios, las ovejas sí.
Es allí donde está el cambio, se cocina el futuro que se nos viene encima aunque algunos dirigentes oficialistas y opositores no lo vean, o lo perciban y estén tratando de evitarlo. Con represión se evita un tiempo, pero no se cambian voluntades ni pensamientos. Despejan una calle asfixiándola pero el viento se lleva los gases. La represión, sea militar o policial, política y con discursos que se apolillan repitiéndose en sus mismos vacíos, no cambia nada. La calma es temporal, pero continúa vivo el deseo indomable de libertad, república, democracia y mejor futuro.
Es como el hambre, un poco de yuca o agua tibia la engaña, pero no la quita, ahí está y los estómagos del pueblo, como los pensamientos de los activistas de relevo, siguen sonando. Es el cambio que los políticos con demasiados años sonando sin contenido ni resultados quizás huelan, pero no pueden detener.
Ha cambiado el mundo, cambia y se amplía día tras día, incluso hora a hora, la cultura, los servicios, instrumentos, sistemas, rapidez de la comunicación, son el caldo de cultivo de la generación de relevo y sus miembros se entienden mejor entre sí que con quienes pretenden dirigirlos para siempre. Venezuela está cambiando le guste o no a los ocupantes del poder, ejerzan controles o sean cómplices, la nueva generación ya tiene capacidad no sólo de votar para elegir, sino de reconstruir caminos erosionados y construir puentes nuevos, diferentes.
Es el verdadero problema de los políticos que ejercen de directivos ahora. Que su propia juventud y capacidad de producir expectativas se erosionaron y no se han dado cuenta, o simple y descarados cierran los ojos, mientras los que si son jóvenes, tienen esa impaciencia y fuerza para quitárselos de encima marcando sus propias rutas.
Ése es el inconveniente de algunos dirigentes políticos de todas las trincheras, que siguen caminando en vías que se convirtieron en arenas movedizas que mientras se agitan más los traga, y otros preparan lanchas con motores y computadoras para pasarles por encima, a ellos y a su fango.