Andrea Constand, la mujer que fue drogada y violada por Bill Cosby que declaró en su contra, leyó ante la corte la siguiente carta antes de que el actor fuera condenado este martes a entre 3 y 10 años en una prisión estatal:
“Para poder verdaderamente comprender el impacto que generó el asalto sexual en mi vida, deben saber la persona que era antes de que esto ocurriera. Al momento del asalto, tenía 30 años, estaba en forma, era una deportista segura de mí misma. Era fuerte, habilidosa, tenía excelentes reflejos, agilidad y velocidad. Cuando me gradué de la escuela secundaria en Toronto estaba entre las tres mejores jugadoras de basquetbol de Canadá. Decenas de universidades en los Estados Unidos estaban haciendo fila para ofrecerme una beca para jugar baloncesto y yo elegí a la Universidad de Arizona.
Durante cuatro años era escolta en el equipo de basquetbol femenino, haciendo hasta 30 puntos por partido. Fue una gran época en mi vida y aprendí mucho, desarrollé un excelente grupo de amigos, muchos de los cuales eran mis compañeros de equipo y viajé alrededor de los Estados Unidos compitiendo.
El único inconveniente era que extrañaba a mi familia y empecé a padecer una fuerte sensación de nostalgia que empezó a afectar mis estudios y mi entrenamiento, a mi padre se le ocurrió la idea de mudar a su padre y a su madre a Tucson.
Mis abuelos estaban próximos a cumplir 70 años cuando aceptaron mudarse a más de 2 mil millas para ayudarme a adaptarme a esta vida lejos de mi casa. Se habían retirado después de haber vendido su restaurante en Toronto y creyeron que el clima cálido y seco les haría bien. Yo siempre había tenido una relación especial con mis abuelos. No sólo me había criado en su casa sino que hablé primero griego que inglés. Ellos consiguieron un apartamento cerca del mío y yo pasaba ahí la mayoría de los días, hablando y riendo mientras disfrutaba de mis comidas caseras favoritas. Rápidamente se evaporó el sentimiento de nostalgia y dejé de extrañar mi casa.
Después de obtener un título de Comunicaciones en la Universidad de Arizona, firmé un contrato por dos años para jugar basquetbol profesional en Italia. Convertirme en deportista profesional elevó mi nivel de entrenamiento. Nuevamente prosperé en el equipo y disfruté viajando por Europa aunque en la mayoría de los casos no conocía más que las canchas de basquetbol donde jugábamos y las habitaciones de hotel donde dormíamos.
Cuando terminó mi contrato, mi ex entrenador de la Universidad de Arizona me incentivó a aplicar para el puesto de Directora de Operaciones del equipo de basquetbol de la Universidad Temple University en Filadelfia. Era un trabajo demandante y un gran desafío que requería manejar el aspecto logístico para que otros pudieran concentrarse en entrenar al equipo para las competencias. Yo también estaba a cargo de la organización de los viajes cuando concurríamos con el equipo y el personal de apoyo a los distintos torneos.
Era un gran trabajo pero después de unos años, sabía que quería dedicarme a las artes curativas, mi otra pasión. También quería trabajar más cerca de mi casa donde me reencontraría con todos mis familiares y muchos amigos.
Yo sabía quién era y me gustaba cómo era. Estaba en mi mejor momento, tenía la certeza que el trabajo preliminar que había hecho de mis estudios en conjunto con mi entrenamiento me darían gran estabilidad para enfrentar cualquier reto que podría enfrentar en el futuro.
Que equivocada estaba. En realidad, nada me podría haber preparado para esa noche de enero del 2004, cuando la vida que conocía hasta el momento, se detuvo abruptamente.
Acababa de presentar mi renuncia en Temple cuando el hombre que había llegado a conocer como un mentor y amigo me drogó y asaltó sexualmente. En lugar de poder correr, saltar o hacer cualquier otra cosa física que quería, durante el asalto estaba paralizada y completamente indefensa. No podía mover mis piernas ni brazos. No podía hablar ni mantenerme consciente. Estaba totalmente vulnerable sin poder protegerme.
Después del asalto, no estaba segura de qué era lo que realmente había pasado pero el dolor lo decía todo. Sentía una vergüenza arrolladora. Las dudas y la confusión hicieron que no pudiera apoyarme en mi familia como normalmente lo hacía. Me sentía completamente sola, sin poder confiar en nadie, ni en mí misma.
Logré pasar las siguientes semanas concentrándome en el trabajo. El equipo femenino de basquetbol estaba en la mitad del torneo Atlantic 10 y estaba viajando bastante. Fue una época sumamente ocupada para mí y esa distracción ayudó a distraer mi mente de lo que había ocurrido.
Sin embargo, cuando el equipo no estaba viajando, yo me encontraba en la oficina de Temple donde tenía la obligación de interactuar con el señor Cosby, quien era uno de los miembros del consejo. El sonido de su voz en el teléfono era como un cuchillo apuñalándome en las tripas. Ver al hombre que me había drogado y asaltado sexualmente ingresar en la oficina de basquetbol me llenaba de temor. Hice todo lo que mi trabajo requería pero mantuve la cabeza baja, contando los días hasta que podía regresar a Canadá. Confiaba que en cuanto me fuera, las cosas regresarían a su normalidad.
Pero el dolor y la angustia se vinieron conmigo. En casa de mis padres, donde me estaba quedando hasta que me instalara, no podía hablar, comer ni socializar. En vez de sentirme menos sola porque estaba de regreso en mi casa con mi familia, me sentía más aislada que nunca. En lugar de mi legendario e insaciable apetito -motivo de broma en mi familia- apenas probaba la comida, pareciéndome cada semana más a un espantapájaros. Siempre era una persona que dormía profundamente pero ahora no podía dormir más de dos o tres horas. Estaba exhausta todo el tiempo.
Usaba la excusa de la exigencia de mis nuevos cursos para no tener que concurrir a reuniones familiares ni eventos y para evitar salir con amigos. Para los demás estaba ocupada con mi estudios. Pero la terrible verdad de lo que me había sucedido- en manos de un hombre que mi familia y mis amigos admiraban y respetaban- daba vueltas dentro de mí.
Después empezaron las pesadillas. Soñaba que otra mujer estaba siendo asaltaba en frente mío y que eso era todo mi culpa. En el sueño me consumía la culpa y rápidamente empecé a tener esa misma sensación también cuando estaba despierta. Me empecé a poner cada vez más ansiosa pensando que lo que me había sucedido a mí le iba a pasar a otra persona. Estaba aterrorizada pensando que ya era demasiado tarde y que los asaltos sexuales continuaban por haberme quedado callada.
Y una mañana llamé a mi madre por teléfono para contarle lo que me había sucedido. Ella me había escuchado llorar mientras dormía. No me dejaba escapar e insistió en que le contara que me sucedía. No se iba a conformar con menos de una explicación completa de la verdad.
Haber reportado el asalto a la Policía Regional de Toronto solamente intensificó el miedo y el dolor, haciéndome sentir más vulnerable y avergonzada que nunca. Cuando el fiscal del distrito del condado de Montgomery a las afueras de Filadelfia decidió no procesarlo por falta de evidencia, nos quedamos sin ningún sentido de justicia ni validación. Después de que entablamos demandas civiles, la respuesta del equipo legal del señor Cosby fue rápida y furiosa. Su objetivo era asustarme e intimidarme y funcionó.
Además del daño psicológico, emocional y la intimidación financiera entablaron una campaña de difamación en los medios que dejaron a mi familia temblando del shock. En vez de ser elogiada por decir las cosas como son, me tildaron de oportunista, estafador y una mentirosa compulsiva. Mis padres trabajadores de clase media fueron acusados de querer sacarle dinero a un hombre rico y famoso.
En la declaración durante el juicio civil tuve que revivir cada detalle espeluznante del momento del asalto sexual frente al señor Cosby y a sus abogados. Me volví a sentir traumatizada y frecuentemente terminaba con lágrimas. Tuve que presenciar cómo Cosby hacía chistes e intentaba degradarme y reducirme, mientras sus abogados me menospreciaban y me miraban con desdén. Esto hizo que me sienta más avergonzada e indefensa y al final de cada día me iba emocionalmente derrotada y exhausta.
Cuando estábamos próximos a llegar a un acuerdo, en el que mi testimonio quedaría sellado y confidencial, pensé que finalmente -finalmente- iba a poder continuar con mi vida, que este capítulo espantoso de mi vida había terminado. Este mismo sentimiento me acompañó a lo largo de los dos juicios criminales. Los ataques contra mi persona continuaron, volcándose fuera de la corte en un intento por desacreditarme y retratarme negativamente. Esta difamación de mi persona me ha causado un sufrimiento insuperable, estrés y ansiedad que todavía padezco hasta el día de hoy.
Hasta ese momento no sabía que mi asalto sexual apenas había sido la punta del iceberg.
Ahora, más de 60 mujeres se han identificado como víctimas de los abusos sexuales de Bill Cosby. Es posible que nunca conozcamos el alcance de su doble vida como un depredador sexual pero el reino de terror que mantuvo durante décadas como un violador serial se ha terminado.
Me he preguntando por qué la carga de ser la única víctima en dos casos criminales tuvo que recaer sobre mí. La presión era enorme. Sabía que de la manera en que mi testimonio era percibido- de cómo yo era percibida- impactaría a cada miembro del jurado y sobre el futuro de la salud mental, emocional y el bienestar de cada una de las víctimas de asalto sexual que vinieron antes de mí. Pero tenía que testificar. Era lo correcto y yo quería hacer lo correcto aunque fuera lo más difícil que había hecho en mi vida. Cuando el primer juicio terminó en un juicio nulo, no dudé en volver a intentarlo.
Sé que soy una de las afortunadas. Pero aún así, cuando el asalto sexual ocurrió, era una mujer joven que explotaba de confianza en mí misma y con perspectivas de un futuro brillante. Ahora, casi 15 años después, soy una mujer de mediana edad que ha estado estancada durante la mayor parte de su vida adulta, sin poder sanarse completamente ni seguir adelante.
Bill Cosby se llevó mi espíritu hermoso, sano y joven y lo aplastó. Él se robó mi salud y vitalidad, mi esencia y mi confianza en mi misma y en otros.
Nunca me casé y no tengo pareja. Vivo sola. Mis perros son mis compañeros y los miembros de mi familia inmediata mis mejores amigos.
Mi vida gira en torno a mi trabajo como una masajista terapéutica. La mayoría de mis clientes necesitan ayuda eliminando los efectos de la acumulación de estrés. También estudie masajes médicos en el Memorial Sloan Kettering Cancer Center de Nueva York y en muchos casos ayudo a pacientes con cáncer a sobrellevar los efectos secundarios de la quimioterapia y la radiación. También ayudo a muchos más- personas con Parkinson, artritis, diabetes y demás. Algunos de mis pacientes tienen 90 años. Yo los ayudo a manejar los estragos de la vejez, reduciendo la rigidez y los dolores.
Me gusta mi trabajo. Me gusta saber que puedo ayudar a aliviar el dolor y el sufrimiento de otros. Sé que eso me ayuda a sanarme a mí también.
Ya no juego más al basquetbol pero intento mantenerme en forma. Principalmente practico yoga y meditación y cuando el clima está cálido me gusta salir en bicicleta por las montañas.
Todo esto lo siento como un paso en el camino correcto: alejándome de aquel lugar oscuro y solitario, en dirección hacia esa persona que era antes de que todo esto sucediera.
En vez de mirar atrás estoy ansiosa por mirar hacia el futuro. Quiere llegar al lugar donde la persona que yo debía ser recibe una segunda oportunidad.
Sé que todavía tengo margen para crecer.
Me gustaría reconocer a algunas de las personas que me han ayudado a llegar hasta aquí. Siempre estaré agradecida por sus consejos, amistad y apoyo.
En primer lugar, a mis abogados, Dolores Troiani y Bebe Kivitz. Estas dos mujeres valientes han estado a mi lados desde el principio. Sin ellas, jamás hubiese podido navegar este campo de minas legal y emocional.
También estaré eternamente agradecida a Kevin Steele, el Fiscal General del Condado de Montgomery quien tuvo el coraje de creer en mí, en la verdad y por confiar en que el sistema judicial haría las cosas correctamente- aunque hubiese que repetir el proceso.
Quiero agradecer también al increíble equipo de profesionales del señor Steele incluyendo a su Kristen Feden y a Stewart Ryan, a los detectives Richard Schaffer, Mike Shade, Harry Hall, Jim Reape, Erin Slight, Kiersten McDonald, al servicio de víctimas y a muchos más por su pasión por la justicia, sus habilidades y su arduo trabajo y perseverancia a pesar de las dificultades.
Gracias a los miembros del jurado por hacer su deber civil y por sus enormes sacrificios.
Agradezco a todos mis amigos, viejos y nuevos que han permanecido a mi lado. Ustedes saben quienes son y todos y cada uno de ustedes han hecho una enorme diferencia. Por favor sepan eso.
Finalmente, quiero agradecer a mi increíble familia: mi madre, Gianna, y a mi padre, Andrew, mi hermana Diana, su esposo Stuart y a sus hermosas hijas- mis sobrinas Andrea y Melanie. Gracias por demostrarme uno y otra vez que si hay algo en la vida con lo que podemos siempre podemos contar, es con la familia”.
Constand’s letter: “To truly understand the impact that the sexual assault has had on my life, you have to understand the person that I was before it happened.” pic.twitter.com/dKxwo8UmW7
— Laura McCrystal (@LMcCrystal) 25 de septiembre de 2018