La frustración con los políticos de las últimas décadas y las soluciones extremas para resolver la violencia y la corrupción movilizan a los partidarios del candidato conservador en las elecciones de este domingo, reseña ElPais ,
La calle Oscar Freire es una de las más selectas de São Paulo, con decenas de tiendas y restaurantes caros. Con un bolso Louis Vuitton en el hombro, Flora C., de 54 años, le dice a su chófer que vaya a buscarla a la puerta de uno de los comercios. “No te lo tomes a mal, pero prefiero esperar aquí dentro porque tengo miedo de que me atraquen”, explica. Su miedo se ve reforzado por su propio pasado: cuenta que, una vez, cinco hombres armados que llegaron en tres vehículos, la atacaron cuando estaba dentro del coche. “Por eso, si estás pensando en comprarte un coche nuevo es mejor que sea uno más viejo y que esté blindado. Al menos estarás seguro”, argumenta. Abogada de formación y diseñadora de interiores, cree que a Brasil “le hace falta alguien de corte más radical para luchar contra el crimen y la violencia”. Aunque considera que el debutante João Amoêdo —del partido NOVO— es un buen candidato, acabará optando por Jair Bolsonaro.
Bolsonaro, capitán retirado, diputado y líder del Partido Social Liberal (PSL), encabeza todas las encuestas de intención de voto desde hace meses. En la última, de Datafolha, suma el 35% de los votos. Pero entre aquellos que, como Flora, ganan más de 10 veces el salario mínimo y cuentan con un título de educación superior, Bolsonaro obtiene hasta un 44% de intención de voto. En la franja que va de cinco a 10 salarios mínimos, el político llega a alcanzar un 51%.
Robson y Thamires Bertochi no solo son unos convencidos de que Bolsonaro es la mejor opción para su país. Son fans. Este matrimonio no duda en abrazar tanto sus vagas ideas económicas ultraliberales como su radicalismo para resolver asuntos tan delicados como la seguridad y la corrupción. “Yo en su lugar sería peor. La gente cree que es radical, pero es un hombre tranquilo. Yo sería más radical en todos los sentidos”, explica Robson, de 41 años y detractor del Partido de los Trabajadores (PT), el único que parece capaz de plantarle cara. “El plan a era matar a Bolsonaro. No tengo dudas de que fue el PT”, sostiene sobre la puñalada que recibió y que le ha tenido tres semanas hospitalizado, contradiciendo así las pesquisas policiales que afirman que el agresor actuó solo y por motivos personales. “Ahora el plan b son las urnas. El PT me aterroriza. Son unos corruptos, han acabado con el país.”
Que las clases altas y las clases medias tradicionales se identifiquen con el candidato conservador y su perfil autoritario es solo una parte de la historia. Bolsonaro viene conquistando una inmensa masa difusa de electores, muchos de los cuales mejoraron su vida durante los años de Gobierno del PT –13 de los últimos 15– y que hoy pertenecen a las franjas de ingresos intermedios. Muchos de ellos son evangélicos y pertenecen a una clase trabajadora que, además de estar indignados con la corrupción y la violencia, es conservadora en sus costumbres. De alguna forma, encuentran en Bolsonaro una forma de reaccionar frente a los avances en derechos sociales, así como ante las posturas de los movimientos LGBT y el feminista.