El 4 de julio de 1992, el capo Pablo Escobar firmó -sin saberlo- su sentencia de muerte. Ese día, en la cárcel La Catedral de Envigado donde estaba recluido, asesinó a dos de sus socios: Gerardo ‘Kiko’ Moncada y Fernando ‘Negro’ Galeano. Así desató la furia de algunos y lo que sirvió de excusa a otros para unirse por una causa en común: acabar con el líder del Cartel de Medellín. Nacieron entonces Los Pepes, que a punta de actos terroristas desataron una guerra urbana sin precedentes en Colombia. Y nadie pagó pena por ella. Así lo reseña infobae.com
Moncada y Galeano habían escondido 6.261 dólares de la época para evitar el pago obligatorio que Escobar había establecido para todo narcotraficante en Medellín. Una traición. Así lo vio el mafioso y ordenó su ejecución. Y siguió con el saqueo de sus propiedades y la eliminación de sus trabajadores. Ese día se salvaron los hermanos Fidel y Carlos Castaño, convocados a la misma reunión, porque un derrumbe en la vía no los dejó llegar, según contó un ex integrante de Los Pepes.
Con los Castaño había diferencias ideológicas. En un tiempo hasta compartían ideales de izquierda, pero a Pablo le primó más la ambición del dinero y a Fidel y a Carlos el secuestro y posterior asesinato de su padre a manos de un grupo guerrillero. Por este último incidente decidieron crear lo que más adelante se conocería como las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), un grupo paramilitar ilegal para exterminar a organizaciones armadas como las FARC, el ELN y el EPL.
No siempre fueron así. A finales de los 70, Carlos Castaño era un comisionista en venta y compra de carros, así conoció a Pablo, quien le había pedido camiones para sus envíos de droga. Continuaron la amistad y Fidel Castaño se convirtió en su socio. Hasta que una vez, más por la codicia que por un vínculo político, Escobar entregó un armamento grande al ELN, con quiénes las AUC ya peleaban en la selva. Nunca más se volvieron a hablar, pero tampoco entraron en guerra.
“Resulta para mí incomprensible que mis eternamente enemigos hayan gozado de mis simpatías en otros tiempos. Hay momentos en que pienso en que, si no hubiera tenido razones para ser contrainsurgente, habría sido guerrillero (…) Debo reconocer que estimé a Pablo en aquella época, pero no tanto como llegué a despreciarlo”, expresó Carlos Castaño en una entrevista que dio a la revista Semana antes de su muerte.
La muerte de Moncada y Galeano fue el detonante: de los Castaño para buscar apoyo con el Cartel de Cali, al mando de los hermanos Gilberto y Miguel Rodríguez Orejuela; de estos para aliarse con el Cartel del Norte del Valle; y de los ex socios de los asesinados, buscados por el Cartel de Medellín, para unirse a todos ellos. Eran los Perseguidos por Pablo Escobar, por eso se autollamaban ‘Los Pepes’.
Las primeras reuniones se realizaron después de la fuga de Escobar de La Catedral, según reconstruyó el sitio InSight Crime. Para entonces se les había unido Diego Murillo, alias ‘Don Berna’, el ex guardaespaldas de El negro Galeano que terminó siendo el líder de La Oficina, la banda que creó Escobar con su red de sicarios y que actualmente tiene el dominio del narcotráfico en Medellín. Y con él muchos comerciantes, ganaderos, industrias y, en general, “personas prestantes” a las que extorsionaron y secuestraron desde la cárcel.
“Varias personas prestantes me buscaron para pedirme que liderara un grupo de autodefensa contra Pablo Escobar”, dijo Carlos Castaño a Semana. Y así lo notificó a la Fiscalía en febrero de 1994: “(…) para evitar que continuaran atentando contra el pueblo colombiano y contra nosotros, a quienes persiguió incansablemente, fui yo el creador del grupo autodenominado ‘Los Pepes’ y a la vez su jefe militar”. El objetivo era aniquilarlo, y a todo lo que tuviera relación con él, así fuera mera sospecha.
Por aquella época se creó también el famoso Bloque de Búsqueda de la Policía, con apoyo del gobierno de Estados Unidos, para capturar a Pablo Escobar. Así que algunos miembros corruptos de la Fuerza Pública, e incluso de la DEA y la CIA, se unieron anónimamente a ‘Los Pepes’. Operaron entre 1992 y 1993 en una terrible guerra urbana de bombas, secuestros y asesinatos selectivos.
El 4 de julio de 1992, el capo Pablo Escobar firmó -sin saberlo- su sentencia de muerte. Ese día, en la cárcel La Catedral de Envigado donde estaba recluido, asesinó a dos de sus socios: Gerardo ‘Kiko’ Moncada y Fernando ‘Negro’ Galeano. Así desató la furia de algunos y lo que sirvió de excusa a otros para unirse por una causa en común: acabar con el líder del Cartel de Medellín. Nacieron entonces Los Pepes, que a punta de actos terroristas desataron una guerra urbana sin precedentes en Colombia. Y nadie pagó pena por ella.
Moncada y Galeano habían escondido 6.261 dólares de la época para evitar el pago obligatorio que Escobar había establecido para todo narcotraficante en Medellín. Una traición. Así lo vio el mafioso y ordenó su ejecución. Y siguió con el saqueo de sus propiedades y la eliminación de sus trabajadores. Ese día se salvaron los hermanos Fidel y Carlos Castaño, convocados a la misma reunión, porque un derrumbe en la vía no los dejó llegar, según contó un ex integrante de Los Pepes.
Con los Castaño había diferencias ideológicas. En un tiempo hasta compartían ideales de izquierda, pero a Pablo le primó más la ambición del dinero y a Fidel y a Carlos el secuestro y posterior asesinato de su padre a manos de un grupo guerrillero. Por este último incidente decidieron crear lo que más adelante se conocería como las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), un grupo paramilitar ilegal para exterminar a organizaciones armadas como las FARC, el ELN y el EPL.
No siempre fueron así. A finales de los 70, Carlos Castaño era un comisionista en venta y compra de carros, así conoció a Pablo, quien le había pedido camiones para sus envíos de droga. Continuaron la amistad y Fidel Castaño se convirtió en su socio. Hasta que una vez, más por la codicia que por un vínculo político, Escobar entregó un armamento grande al ELN, con quiénes las AUC ya peleaban en la selva. Nunca más se volvieron a hablar, pero tampoco entraron en guerra.
“Resulta para mí incomprensible que mis eternamente enemigos hayan gozado de mis simpatías en otros tiempos. Hay momentos en que pienso en que, si no hubiera tenido razones para ser contrainsurgente, habría sido guerrillero (…) Debo reconocer que estimé a Pablo en aquella época, pero no tanto como llegué a despreciarlo”, expresó Carlos Castaño en una entrevista que dio a la revista Semana antes de su muerte.
La muerte de Moncada y Galeano fue el detonante: de los Castaño para buscar apoyo con el Cartel de Cali, al mando de los hermanos Gilberto y Miguel Rodríguez Orejuela; de estos para aliarse con el Cartel del Norte del Valle; y de los ex socios de los asesinados, buscados por el Cartel de Medellín, para unirse a todos ellos. Eran los Perseguidos por Pablo Escobar, por eso se autollamaban ‘Los Pepes’.
Las primeras reuniones se realizaron después de la fuga de Escobar de La Catedral, según reconstruyó el sitio InSight Crime. Para entonces se les había unido Diego Murillo, alias ‘Don Berna’, el ex guardaespaldas de El negro Galeano que terminó siendo el líder de La Oficina, la banda que creó Escobar con su red de sicarios y que actualmente tiene el dominio del narcotráfico en Medellín. Y con él muchos comerciantes, ganaderos, industrias y, en general, “personas prestantes” a las que extorsionaron y secuestraron desde la cárcel.
“Varias personas prestantes me buscaron para pedirme que liderara un grupo de autodefensa contra Pablo Escobar”, dijo Carlos Castaño a Semana. Y así lo notificó a la Fiscalía en febrero de 1994: “(…) para evitar que continuaran atentando contra el pueblo colombiano y contra nosotros, a quienes persiguió incansablemente, fui yo el creador del grupo autodenominado ‘Los Pepes’ y a la vez su jefe militar”. El objetivo era aniquilarlo, y a todo lo que tuviera relación con él, así fuera mera sospecha.
Por aquella época se creó también el famoso Bloque de Búsqueda de la Policía, con apoyo del gobierno de Estados Unidos, para capturar a Pablo Escobar. Así que algunos miembros corruptos de la Fuerza Pública, e incluso de la DEA y la CIA, se unieron anónimamente a ‘Los Pepes’. Operaron entre 1992 y 1993 en una terrible guerra urbana de bombas, secuestros y asesinatos selectivos.
“La ciudad de Medellín se encontraba en manos de un grupo de delincuentes que ya no eran comunes sino dementes, asesinando y secuestrando a gentes inocentes como nunca antes se había visto. Había, pues, que responder enérgicamente y con las mismas armas, o de lo contrario estábamos perdidos”, explicó Carlos Castaño a Semana. Así que buscaron el financiamiento para ello.
Todos los miembros dieron dinero. Una vez Helmer ‘Pacho’ Herrera, uno de los líderes del Cartel de Cali, dijo que había gastado toda su fortuna tratando de matar a Escobar: invirtió USD 30 millones. Pero también donaron recursos políticos, empresarios. Se convirtieron en una cierta élite burocrática, con el aval en silencio de muchos colombianos y hasta de las autoridades; y más en un grupo terrorista que paramilitar.
Los atentados iniciaron a finales de enero de 1993. Y por el interés de aniquilar a Escobar y su cartel no importaban los daños colaterales. Empezaron a bombardear como respuesta a sus bombas. Una vez explotaron un carro que casi mata a sus hijos, Manuela, la menor, sufrió de sordera parcial un tiempo a consecuencia. Le siguieron dos más cerca de las residencias de la familia.
Incendiaron una casa finca donde guardaba obras de los artistas españoles Picasso y Dalí. Y prendieron fuego a su colección de autos antiguos. Se les atribuyeron al menos 15 homicidios. En marzo de 1993, mercenarios con prendas de la Fuerza Pública secuestraron en su propia casa al constructor Guillermo Londoño White; según El Colombiano. Su cadáver apareció la mañana siguiente con un letrero que decía: “Servil testaferro iniciador de secuestros al servicio de Pablo Escobar. Los Pepes”.
Días más tarde -afirma el medio de Medellín- otros mercenarios, esta vez con vestidos del extinto Departamento Administrativo de Seguridad (DAS), torturaron hasta matar al abogado Raúl Jairo Zapata Vergara. En esas también cayó el abogado Guido Parra. “El pueblo quería que destruyéramos a Pablo sin violencia, pero no era posible. Si así se hubieran manejado las cosas, hoy todos nosotros y el mismo gobierno estaríamos nuevamente arrodillados frente a este monstruo”, dijo Carlos Castaño a Semana.
En 1997, un juez de Medellín describió: “(…) amparados por un aparato terrorista tan o más sanguinario que aquel que el cartel (de Medellín) había estructurado, acuñado bajo el rótulo de ‘los Pepes’, destruyendo en el oriente, sur y suroeste antioqueño innumerables propiedades, sumándose los crímenes de varios agentes cercanos al capo y sus abogados, obligando a los familiares de este a viajar al exterior”.
Pero había otro frente con el que operaban que iba más allá de la consabida violencia, el de inteligencia. Ellos recogían todo tipo de información sobre las operaciones de Escobar y se las hacían llegar al Bloque de Búsqueda, decían ellos que de forma anónima, aunque las autoridades, corruptas o no, sabían que eran Los Pepes.
El mismo ex director de la Policía Nacional y ex vicepresidente de Colombia, general Óscar Naranjo, admitió que “había un canal de comunicación directo entre la Policía y Los Pepes, y de ella se nutrían las agencias de Estados Unidos”, de acuerdo con InSight Crime. Aunque los criminales nunca lo admitieron, Carlos Castaño, por ejemplo, siempre dijo que no efectuaron operaciones en conjunto y tuvieron contacto directo.
Pero era de conocimiento público que el Cártel de Cali, el máximo competidor del Cartel de Medellín en el tráfico de cocaína y quien quedaría con el poderío del negocio, suministraba información a la Policía. El punto fue que todo este ataque armado y de inteligencia dejó a Escobar con un solo guardaespaldas y lo llevó a un escondite en Los Olivos, un barrio de clase media de Medellín.
Y en diciembre de 1993, la Policía interceptó una llamada que hizo el capo a su hijo Juan Pablo y lo localizó. Desplegaron un operativo militar y en una persecución de película por los tejados del barrio le dieron de baja. Hasta ahí llegó Pablo Escobar, y Los Pepes, que se desintegraron enseguida al haber cumplido su objetivo.
Y por los asesinatos, secuestros y explosiones de Los Pepes nadie pagó cárcel. Nunca se supo qué autoridades estuvieron detrás. Y los criminales fueron cayendo presos o muertos por otros motivos. La única sentencia fue a Fidel Castaño, de 13 años y medio de prisión y 3.000 salarios mínimos vigentes de multa, proferida siete años después de su asesinato.
En un combate con la guerrilla del EPL en la vereda Tiodocto, en San Pedro de Urabá, donde continuaba con su grupo paramilitar, Fidel fue asesinado el 6 de enero de 1994. Su hermano Carlos cayó el 16 de abril de 2004 en la misma zona, al parecer con un lío de faldas, aunque sus restos fueron encontrados hasta septiembre de 2013, por lo que al principio se creía desaparecido.
Los hermanos Rodríguez Orejuela fueron extraditados a Estados Unidos por sus negocios narcotraficantes y siguen pagando pena allá. Gilberto fue llevado en diciembre de 2004 y Miguel al año siguiente. ‘Don Berna’ tuvo el mismo destino, el gobierno colombiano lo envió a Estados Unidos en 2008. El resto, los del Cartel del Norte del Valle y los demás, están muertos o en la cárcel. Y Los Pepes quedaron en la impunidad.