La banalidad del discurso político, en los últimos 25 años, gira alrededor de la gran fiesta del espectáculo de la propaganda revolucionaria. Atrás quedaron los viejos espectáculos de misses y grandes festines de passarelas. También, en pequeña escala, de la farándula de actores con su consiguiente secuela de amoríos y traiciones de medianoche.
Todo ese protagonismo ha sido copado por los políticos. Han sido ellas y ellos quienes ahora aparecen con su cursilería trasnochada, con sus voces de borrachos amanecidos para hablarnos hasta el cansancio, de una realidad que de tan trajinada ha sido descartada para ser ahora tomada en cuenta en su veracidad. Es que todos estamos saturados de tanta desgracia, de tanta aberración y de tanta obscenidad.
Porque los políticos mienten. Esa ha sido una de las prácticas más putrefactas y comunes en la vida de estos vendedores de ilusiones. De su fracaso todos estamos seguros mientras ellos sigan enfrascados en querer aparecer al frente de revoluciones, cambios, salidas, quiebres o cualquier otro eslogan que a bien tengan utilizar para atrapar incautos.
En la Venezuela del fracaso político continuado no existe líder alguno que aparezca con credibilidad real frente a una población, total y absolutamente empobrecida tanto material como intelectualmente. Es que la cursilería, la banalidad y el desenfreno protagónico usados por estos vendedores de fracasos, han sido tan abrumadores que es casi imposible encontrar un ciudadano que señale a un político como garantía de su ecuanimidad y coherencia de argumentos.
Creo que uno de los factores más significativos de este fracaso de los políticos en Venezuela es su falta de lectura y escritura, y su buen hablar. Lo digo asumiendo el riesgo de meter en un mismo saco de gatos y guacharacas, a todos. Porque es una realidad que es evidente, notoria y comunicacional. No hay político en este momento que se pueda indicar como apasionado lector, usuario de la lengua escrita o que en sus actuaciones públicas, luzca atributos intelectuales ni de buen y menos, magnífico orador.
Más aún. Hay una pobreza de fluidez discursiva. Una lamentable muestra pública de incapacidad fonética para articular una lógica idiomática. La argumentación de coherencia y cohesión lingüísticas se evidencia en una tendencia a la cacofonía, a la repetición discursiva. En fin, a una pobreza idiomática que es indicativo de su escasez intelectual y, obviamente, de una originalidad de ideas.
Usted como espectador dedíquese a escucharles y haga un esfuerzo por leerlos en sus manifiestos, que como esquelas de amores baratos, aparecen en esos documentos cibernéticos llamados memes. Donde invitan a actos y encuentros políticos.
En verdad se siente pena ajena, tristeza y dolor frente a las miles de víctimas que esperan su turno en hospitales, centros penitenciarios y psiquiátricos, para irse a un mejor destino: la muerte.
Hay una corresponsabilidad entre estos individuos, llamados políticos, y los ciudadanos desamparados en esta expresión geográfica llamada Venezuela. El acto político en este país se convirtió en escenario de circo cavernícola. Una escenificación donde actúan los políticos mostrando eso que mejor saben hacer: unos denuncian la atroz realidad, entre gritos y arengas de incoherencias, mientras otros se dedican a instalarse e instalarnos en la verosimilitud de una realidad de confort que nadie conoce.
En eso pasamos las horas, días, meses y estos últimos años. Es, ciertamente, un gigantesco y dantesco espectáculo de prisioneros de su propia incapacidad intelectual de lenguaje, donde los primeros actores siempre son los políticos, y, pisándole los talones, esos mugrientos seres burlescos llamados militares. Los dueños y señores del “discurso del silencio”, amos de la paz de los sepulcros.
La política en manos de estos seres banales es percibida por la población como acto que se presta para transacciones comerciales, para actos oscuros de tráfico de influencia y ganancia fácil.
Triste destino este de la política para una sociedad abandonada a un incierto futuro y a su propia suerte. Donde los escasos políticos que en verdad quedan, son vistos como parte de un combo de payasos, disfrazados de salvadores de la patria. Ellos están sepultando la poca credibilidad de 4 o 5 líderes que ya nada pueden lograr, salvo lágrimas y sangre de su propio pellejo.
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