Históricamente, las hiperinflaciones han tenido la misma causa, a pesar de que se han presentado en escenarios políticos y sociales distintos. Ya sea luego de una guerra, como ocurrió en países europeos, o como consecuencia de una pesada deuda externa, como fue el caso de varios países del cono sur, el origen siempre se encuentra en la existencia de un déficit fiscal permanente por la emisión de dinero inorgánico. Las de Venezuela y Zimbabue han sido las únicas hiperinflaciones del siglo XXI.
Por Claudia Smolansky / Crónica Uno
El Fondo Monetario Internacional (FMI) proyectó que, para finales de año, la inflación anual del país podría alcanzar hasta 1.370.000 %. De cumplirse, Venezuela tendría la inflación más alta en la historia de América Latina de acuerdo con el Banco Mundial, que situaba a Bolivia como la primera en la región cuando alcanzó 23.443 % en 1985. Por su parte, la proyección del FMI para el 2019 es de 10.000.000 %, lo que apuntaría a una tasa de 39 % de desempleo durante ese año.
A su vez, según la Asamblea Nacional (AN), el pico más alto ha sido el de septiembre de este año, con 233,3 %. Esta cifra posiciona a Venezuela en el tercer lugar entre los países de América Latina con mayores registros mensuales en la Tabla de Hiperinflación Mundial de Steve Hanke. Lo supera Nicaragua cuando en marzo de 1991 registró 261 % y Perú cuando alcanzó en agosto de 1990 una tasa de inflación de 387 %.
En el caso de Venezuela y Zimbabue, el economista y uno de los directores de Econométrica, Francisco Ibarra, señala que otra similitud es que se trata de un desastre económico “autoinducido” por los gobiernos que insisten en repetir los mismos errores por largos períodos de tiempo y que, además, intentan ganar una carrera con medidas como aumentos salariales y controles que terminan siendo “extremadamente nocivas y destructivas”.
“Venezuela se ha metido en este túnel por sus propios pasos, por un Estado fallido que no se ha enfocado en garantizar cuestiones elementales para la seguridad personal de sus ciudadanos dentro de su propio territorio. La hiperinflación es el colofón de todo el desastre. Lo relaciono con Zimbabue porque en ambos está la presencia de un gobierno que lo que quiere es controlar todo”, apunta.
Ibarra define la hiperinflación como una “enfermedad rara” de la economía, ya que no sucede todos los años y afecta a un porcentaje mínimo de países. “Mientras todas las naciones buscan domar el monstruo de la hiperinflación, Venezuela se ha dirigido en la dirección contraria”, sostiene.
Puede ser peor
La preocupación de Ibarra, como la de otros economistas, es que Venezuela se encuentra lejos de un proceso de recuperación. La diferencia, en comparación con otros países que atravesaron por este proceso, es que el Gobierno no tiene la intención de solucionar la crisis de hiperinflación y, aunque la tuviera, tampoco cuenta con capacidad técnica ni credibilidad para tomar las medidas que atiendan el problema.
A pesar de que en la historia los procesos hiperinflacionarios en los países no han sobrepasado el año, hay excepciones, y Venezuela entraría en esa lista. La hiperinflación más larga fue la de Nicaragua que duró casi cinco años (junio 1986 a marzo de 1991), seguidamente se encuentra Grecia, donde también se prolongó casi cinco años (mayo 1941 a diciembre de 1945). Luego vendría países en los que se mantuvo por dos años o más como: Angola (diciembre 1994 a enero 1997), Ucrania (enero 1992 a noviembre 1994) y China (julio 1943 a agosto 1945).
“Se necesitan caras nuevas y medidas adecuadas que resulten creíbles para los mercados, los agentes económicos y los venezolanos. La historia está llena de ejemplos en los que programas de estabilización han fallado por la poca confianza que transmiten, a pesar de que las medidas eran correctas. En los países del cono sur hubo varios intentos antes de que realmente funcionara el plan que estabilizó a las distintas economías. Pero la tragedia en Venezuela es que el Gobierno ni siquiera tiene la voluntad de resolver”, dijo Omar Zambrano, quien formó parte de la Gerencia de Investigaciones del Banco Central de Venezuela y se ha desempeñado como economista principal del Banco Interamericano de Desarrollo.
Explica que, en la historia, los procesos hiperinflacionarios han sido cortos porque son tan degenerativos (destruyen el tejido social y productivo) que, generalmente, impulsan presiones por cambios políticos. Tal como ocurrió en 1985 en Bolivia, donde el presidente, Hernán Siles Zuazo, convocó a elecciones anticipadas a raíz de la profundización del caos social y del desconcierto. Para ese entonces, la política en este país era frágil ya que venía de dictaduras militares y estaba instaurándose la democracia. Las medidas de Suazo no pudieron reparar las fallas económicas, por lo que tuvo que acceder a adelantar los comicios. El candidato ganador, Víctor Paz Estenssoro, redireccionó las políticas económicas mediante rigurosas medidas, entre las que destacan la unificación cambiaria y la reducción del déficit fiscal, a través de congelamientos de salarios y cese de inversiones públicas.
En el caso de Perú, la hiperinflación también se resolvió con un cambio de gobierno. El triunfo de Alberto Fujimori en 1990 y su conjunto de medidas conocido como “el fujishock” remediaron una crisis que se remontaba desde el período de Juan Velasco Alvarado en 1968, quien destruyó el aparato productivo del país, y que las democracias que se instalaron a finales de los setenta no pudieron resolver. Dentro de las medidas se declaró una libre flotación de la tasa de cambio y se quintuplicaron los índices de precios al consumidor para aumentar los ingresos fiscales. Los resultados de este programa lograron la recuperación del crecimiento económico a partir de 1991. La tasa de inflación pasó de 7500 % en 1990 a 400 % en 1991.
En el caso de Zimbabue, segundo país con la hiperinflación más alta del mundo, como consecuencia de las políticas erráticas de Robert Mugabe, el pacto de negociación entre el Gobierno y la oposición fue lo que medianamente estabilizó la economía. El mandatario nombró al líder opositor, Morgan Tsvangirai, como primer ministro, y acordaron establecer un régimen multidivisas, en el que monedas extranjeras reemplazaron el dólar zimbabuense. El Estado utilizó el dólar estadounidense para sus transacciones.
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