Ni Nicolás Maduro es Fidel Castro, ni Vladimir Putin es Nikita Jruschov, y mucho menos Donald Trump es John F. Kennedy, y a pesar de las distancias de tiempo, espacios, y caracteres, la estrategia a la que está jugando Maduro es copiar al calco la crisis de los misiles en Cuba.
Noticias van y noticias vienen. Maduro fue al Kremlin a pedirle socorro a Putin, y se está hablando de cooperación militar entre el ejército ruso y el venezolano.
Se habla del arribo a Venezuela de un bombardero nuclear ruso a las costas venezolanas; y mientras los rumores cubren en un manto de miedo los manejos de la diplomacia, Maduro le mete más leña al fuego al negociar con los iraníes la adquisición de barcos de guerra.
¡Una locura! Maduro no entiende las dimensiones de sus jugadas; las cercanías de su régimen le da más aliento a sus más enconados críticos en los Estados Unidos y pone en una posición de riesgo a todos y a cada uno de los venezolanos.
Maduro desea convertir a nuestro país en la Ucrania de América Latina, o transformar a nuestra Venezuela en el campo donde germine una nueva guerra fría para el mundo.
La actitud demencial de Maduro por sostenerse en el poder no se detiene en escrúpulos ni a medir las consecuencias de sus actos. El cabecilla del régimen venezolano viene jugando con candela, pero el carbón que apenas estaba enrojecido se está transformando en fuego vivo.
Si los rusos meten sus narices en Latinoamérica, puntualmente en el caso de Venezuela, no es necesario saber de diplomacia o de política exterior para comprender que los norteamericanos defenderán su eje de influencia histórico.
El actual presidente de los EEUU no posee el carácter afable de su antecesor. Donald Trump tampoco es Barack Obama, el mandatario del titán del norte no se quedará de brazos cruzados.
Ahora bien, ¿qué podría hacer? Trump pudiera contraatacar ocupando espacios del eje de influencia de Rusia, o defender su posición en América Latina, esto último implicaría más cercos económicos hacia el régimen de Venezuela y más aislamiento.
En este momento, alrededor de Maduro, se tiende un círculo político muy preocupante para él. Por un lado tiene a un Iván Duque que es un férreo opositor a la izquierda internacional, en Brasil acaba de ocupar la silla del poder un ultranacionalista que está decidido a ponerle un coto al socialismo dentro y fuera de su país.
Más allá, encuentra a una serie de gobiernos democráticos que no comulgan con sus posiciones políticas. Sus únicos aliados son un Evo Morales en Bolivia, que últimamente ha estado más centrado en permanecer en el poder que en ocuparse de temas internacionales, y un Daniel Ortega en Nicaragua que tiene tantas dificultades como el mismo Maduro.
Este aislamiento solo es dosificado por los chinos, a quienes solo le interesa cobrar lo que les deben, los rusos que tienden sus manos a Maduro para utilizarlo como peón en unas jugadas de otras dimensiones, y los iraníes que siempre harán cualquier cosa para incomodar a los gringos.
Maduro lleva al país a un túnel sin salida, a un conflicto donde nadie saldrá vencedor, por lo menos ningún venezolano. ¿Cuál es la salida? Lograr un cambio político en el país antes que se consume este escenario terrorífico.