Un día se apareció por la ciudad socialista de las hormigas, un ser mesiánico que lo sabía todo porque todo estaba y salía de su cabeza. Al principio parecía una hormiga mayor, una hormiga roja, con la habilidad de moverse más ágilmente. Dijo que era sociólogo y podía explicar por qué las hormigas eran como eran desde siempre. Dijo que era economista y podía regular el transporte, la circulación, el acarreo de los alimentos, el precio de las hojas, el tamaño de los palitos, todo cuanto las hormigas conocían normalmente. Y dijo también que era político y que podía gobernar la ciudad que se había gobernado eternamente por sí misma. Resultó ser un monstruo de dos cuerpos, cabeza y abdomen, con ocho patas. Su habilidad era tanta que convirtió en tela de araña y en trampa todo cuanto tocó.
Guillermo Morón
Patidifusos, estupefactos, patitiesos, atónitos, boquiabiertos, se quedan aquellos que visitaron Caracas hace veinte años y los que no también. La otrora ciudad moderna, cosmopolita, de afamados restoranes, museos ejemplares, vida nocturna sinigual, a la moda, reluciente e iluminada, por obra y desgracia del socialismo del siglo XXI, se transformó en una villa atrasada, aburrida, solitaria, oscura, triste, precaria e insegura, ya no es envidia de nadie.
Caracas es una ciudad fantasma, en las noches caraqueñas, solitarias por un toque de queda impuesto por el hampa; después de las 8 pm, no circulan carros ni autobuses, nadie se atreve – en su sano juicio -, a caminar por sus calles desoladas y oscuras donde campea el crimen, las ratas, musarañas y gusanos hacen de las suyas disfrutando de la basura que pulula en las aceras y espacios públicos, los hambrientos niños de la calle, en bandadas, recorren las vías en busca de un alimento aprovechable que consiguen –regocijados -, en las bolsas de basura, mientras huelen la pega que los transporta a mundos de ensueño y fantasía, en los que un amoroso regazo materno los espera para consentirlos.
Como no hay bruma ni somos de la Commonwealth, Jack el destripador no hace de las suyas asesinando a prostitutas que – por temor-, ya no son más mujeres de la calle apostadas en las esquinas esperando el cliente de turno. Por el contrario, la Sayona, el Coco, el Silbón, el Hombre de la Carreta, por su parte, sí hacen de las suyas, asustando a niños y adultos, arrastrando cadenas, lamentándose, moviendo carruajes de un lado al otro, aterrorizando a los pavoridos habitantes de la ciudad fantasma.
Peatones obligados, conductores sin opciones, vecinos furtivos, contemplan el iluminado palacio de gobierno, donde el Presidente y su Primera Dama, aplaudidos por los adulantes de costumbre, echan un pie, bailan hasta el sudor y el cansancio salsa cubana de la brava, celebrando que los venezolanos están felices, recogidos en familia como debe ser. Después del sarao, los dirigentes de la Revolución Bolivariana se reunirán, degustando finos licores y apetitosas viandas a fin de acordar las medidas que el Primer Mandatario anunciará muy pronto, que lejos de resolver la aguda crisis que vive el país, la profundizarán …la diáspora de venezolanos sin esperanza continuará incrementándose.