El optimismo como fracaso ¿Quién dijo Feliz Año?, por Alfonso Molina

El optimismo como fracaso ¿Quién dijo Feliz Año?, por Alfonso Molina

 

El nuevo año está a punto de comenzar, aunque lo de ‘nuevo’ pertenece más a la retórica de los buenos deseos que a la realidad. Enero de 2019 arrastrará todo el peso del diciembre de 2018 sin felicidad navideña. Muchos guardan la esperanza de que dentro de unos días Venezuela tome un rumbo distinto que nos saque del marasmo en que estamos. Una esperanza legítima mas no necesariamente cierta. El optimismo no ha logrado dominar el fracaso de un país sometido. El futuro nos es adverso. A menos que actuemos de manera diferente. ¿Quién puede argumentar lo contrario?





Este annus horribilis cierra con un cuadro desolador. La impunidad de un gobierno que asesina a sus opositores, la represión brutal de la rebelión civil, la inflación más alta del mundo, la miseria más devastadora, la salud en estado crítico y la migración de millones de venezolanos hacia otras tierras, entre otros factores, conforman el gran fresco del fracaso. ¿Cómo puede Nicolás Maduro hablar de triunfos? Evidentemente no se avergüenza de sus palabras. Se refugia en el cinismo.

Maduro se siente inseguro. Se dirige al mundo militar para exigir su lealtad, como si no la tuviese. Esa duda es terrible, angustiosa y amenazante. Sabe que su política económica es un fracaso y que la reconvención monetaria agravó la crisis. Patalea como un cetáceo inútil en los fangos de la corrupción. Acusa a Iván Duque de ser el autor de todos los males que azotan a Venezuela. Denuncia una conspiración internacional para sacarlo del poder. Su aceptación popular es vergonzosamente baja. Pero sigue allí, mandando. Esperando que el 10 de enero sea ratificado (ilegítimamente) como Presidente de la República.

Ante este cuadro surgen varios escenarios. En el primero de ellos un sector de la oposición plantea que la Asamblea Nacional debe desconocer el gobierno de facto de Maduro y nombrar a su nuevo presidente —Juan Guaidó, de Voluntad Popular— como el Presidente de la República, lo cual pareciera una expresión meramente voluntarista sin arraigo organizativo. Otro sector de la oposición propone lo que ha llamado una ‘coexistencia institucional’ con el gobierno, propuesta que raya en el terreno del absurdo, pues el propio Maduro ha anunciado públicamente su intención de ‘borrar’ del mapa a la oposición. ¿Quién puede ‘coexistir’ con el que está dispuesto a ‘borrarte’ del mapa? Si no fuese tan trágico daría risa. Un tercer escenario plantea que un sector del chavismo adquiere autonomía y está dispuesto a negociar con un sector de la oposición para superar la crisis económica y formar un gobierno de transición. Pareciera una idea más sensata, a pesar del rechazo de los sectores radicales de bando y bando. Pero esta idea olvida que Maduro, Cabello, El Aissami y otros representantes de la línea dura no están dispuestos a abandonar el poder pues no tienen dónde esconderse de la justicia venezolana e internacional. Otros, incluso, hablan de pasar a la clandestinidad y construir la resistencia contra el régimen, lo cual exige un nivel de organización mínima que no se vislumbra.

A todas estas, en cualquiera de los escenarios anteriores, ya casi nadie habla de una intervención militar internacional contra Maduro. Pero recientemente los rusos aterrizaron dos poderosos bombarderos en territorio venezolano.

El lugar común de todas las posibilidades contempladas reside en las fuerzas militares. Todo parece indicar que sin este sector no habrá cambio de gobierno. Lo cual no debe sorprender. En toda nuestra historia republicana, desde Bolívar, Páez y los héroes de la Independencia y, sobre todo, desde la Cosiata en 1830, hemos padecido los gobiernos de las fuerzas armadas. Incluso en los cuarenta años de la democracia representativa se manifestó la presencia militar, ya en golpes de Estado fallidos, ya en conjuras abortadas. Un ejército que desde hace casi 200 años no ha librado guerra alguna contra agresiones externas pero sí se ha aficionado a las conspiraciones. Y a gobernar.

Sin una dirección política que marque el rumbo, sin una estructura organizativa para la resistencia, sin el apoyo de vastos sectores de la población, la oposición venezolana no existe, es una entelequia. Por eso dudo que sea capaz de liderar un movimiento en el que participen los militares.

Perdónenme que no sea optimista.