El tiempo corre y la UE se resiste a reconocer a Juan Guaidó como legítimo presidente de Venezuela. Todo lo que la diplomacia europea ha sido capaz de consensuar es un ultimátum de ocho días que exige a Maduro unas elecciones cuanto antes so pena de reconocer formalmente a Guaidó. Lo cual significa que su interlocutor sigue siendo Maduro. Lo cual es un disparate. Porque los dictadores ni celebran elecciones libres ni dejan el poder voluntariamente, y menos cuando cuentan todavía con aliados tan poderosos como China y Rusia para resistir aun a costa del padecimiento de millones de ciudadanos. La tibieza europea en la crisis venezolana resulta desesperante -además de opaca en sus relaciones e intereses- y contrasta violentamente con la contundencia de casi todo el continente americano: desde Estados Unidos y Canadá hasta Chile y Argentina.
No se nos escapan los riesgos dramáticos ni las implicaciones geopolíticas del caso. Pero la inacción que se escuda en la prudencia a menudo solo esconde cobardía. Ante la oportunidad histórica de liberar a Venezuela de una tiranía sanguinaria y ruinosa, causa de una miseria letal y de un éxodo trágico, Europa no puede ponerse de perfil. No hay equidistancia posible entre la libertad y la tiranía ni ilegitimidad alguna en el liderazgo de Guaidó, a quien acreditan los votos de la mayoría de la Asamblea nacional y a quien ampara el artículo 233 de la Constitución frente a la consumada reunión de los tres poderes del Estado en la única figura del dictador Maduro, sostenido únicamente por la fuerza militar, el aparato represivo y la financiación del narco.
Por eso defrauda Josep Borrell cuando, a la pregunta de quién es hoy el presidente de Venezuela -Maduro o Guaidó: no hay más opciones-, responde que esa no es la pregunta que hay que hacer. La lealtad del ministro a la decepcionante posición europea supone además el blanqueamiento de la vergonzosa inhibición de Sánchez, a quien como presidente español Europa le reconoce la iniciativa diplomática en relación con Latinoamérica. Pero Sánchez, tan proactivo en el abuso del decreto ley por motivos como el cadáver de Franco o el control de TVE, se encoge ante la única coyuntura que sí justifica la urgencia decisoria. ¿Cuántos días más han de pasar para que el Gobierno honre los lazos históricos de los españoles con los venezolanos reconociendo al único que puede liderar la transición democrática?
Publicado originalmente en el diario El Mundo (España)