Flojazo el tipo, única y espontáneamente se moverá a las reuniones decisivas para el sostenimiento por la fuerza de la dictadura. Para todas las demás, le costará mover un pie tras otro, cumpliendo a medias la agenda que tanto le fastidia.
Hastiado, Maduro Moros va a los actos públicos para lograr la escenografía necesaria a objeto de lanzar sus disparates. A los mal aprendidos libretos, añade las ocurrencias de su propia cosecha, con promesas que los prosélitos tampoco le creen, aceptando la movida para mitigar sus penas.
Hay un inmediato contraste con un Guaidó dinámico, entusiasta y decidido, pero también con el otro Guaidó que se mueve en Venezuela, aparece en Cúcuta y viaja por el continente, y le anuncia que reaparecerá no se sabe dónde, en Caracas o en cualquier lugar del país. Dirá un especialista, no es un problema de edad sino de actitud, pues, todavía, a punto de caer, Pérez Jiménez se movía de un lado a otro, sonreía, opinaba, supervisaba las obras que mandó a construir, mientras que el miraflorino de hoy, como me dijo un amigo en San Carlos, al regresar de San Cristóbal, desearía estar rascándose una bola en La Orchila, libre de las culpas y los temores que no lo dejan dormir.
Es Juan Guaidó, como pudo haber sido Omar Barboza u otro, el receptor de todas las peticiones, aspiraciones y demandas de los más disímiles sectores de la sociedad, mientras que a Nicolás Maduro ya no le piden ni la hora, porque saben que ni eso dará. La sola expectativa de regreso del presidente encargado de la República, levanta entusiasmos que sólo serían semejantes con Maduro Moro si apenas anunciara que se va del país para no volver jamás.
Exportación delictiva del oro, dizque la oposición contrató al Tren de Aragua, o búsqueda afanosa del diálogo complaciente e incondicional, lo cierto es que uno sonríe por obligación y el otro, espontáneamente. El uno está de salida y el otro, e entrada. Así de sencillo.