El jueves 21 de febrero emprendí el recorrido hacia San Antonio del Táchira, punto de encuentro para los venezolanos que participaríamos en una marcha con el fin de lograr que la Fuerza Armada venezolana ubicada en el puente Simón Bolívar admitiera el acceso de la ayuda humanitaria que permitiría, en este primer envío, salvar la vida de 300 mil venezolanos que se encuentran en nuestros hospitales en situación de salud muy comprometida.
Partí junto a mis compañeros de la dirección estadal de Vente Mérida, Marcos Pino y Eve Santiago. Nos acompañaba el activista de derechos humanos y miembro del observatorio de derechos humanos de la Universidad de Los Andes, Andrés Hocevar. El recorrido fue tranquilo y solo se observaban interminables colas para colocar gasolina, panorama habitual en nuestro país.
Llegamos a San Antonio en horas de la tarde y pudimos observar una ciudad con algunos huecos en las calles, mucho movimiento comercial y un bote de aguas negras corriendo libremente por la avenida principal. En horas de la noche acompañamos a la comunidad en una actividad religiosa donde se le pedía ayuda y protección a Dios en esa enorme responsabilidad que había sido delegada en manos de los ciudadanos. Hicimos juramento ante el altar y la bandera de Venezuela.
El viernes 22 de febrero en el puente Simón Bolívar sostuvimos una breve reunión con los diputados de la Asamblea Nacional miembros de la fracción 16J, y con el profesor Pablo Aure, secretario de la Universidad de Carabobo, quienes asistieron al emblemático punto para manifestar su compromiso con los venezolanos. Luego nos trasladamos hasta el aeropuerto de la ciudad de Cúcuta, Dr. Camilo Daza, donde tendríamos la oportunidad de compartir con algunos miembros de Vente Colombia y saludar a las Senadoras Paola Holguín y María Fernanda Cabal, así como también a los eurodiputados que recientemente habían sido expulsados de Venezuela. Todos manifestaron su apoyo irrestricto a la lucha de nuestro país por la libertad.
Llegado el día sábado 23 de febrero, fecha en la cual los ciudadanos marcharíamos desde la entrada de San Antonio hasta el punto de frontera, nos informaron que todos debíamos acudir vestidos de blanco en señal de paz y que las mujeres estaríamos adelante para que, como madres, hermanas e hijas, hiciéramos lo propio mediante el uso de palabra hasta conseguir que los guardias nacionales que estaban en el puente accedieran a dar paso a la ayuda humanitaria.
Un sonido pequeño, algunos dirigentes políticos del estado Mérida y Táchira y algunos diputados de la Asamblea Nacional acompañamos la marcha. El mayor número de ciudadanos que se encontraban eran propios de San Antonio del Táchira. Habían cerrado el paso para que las personas que venían desde los pueblos circunvecinos y de San Cristóbal no pudieran llegar.
Comenzó la marcha, hubo ciertas dificultades iniciales, pues algunos dirigentes políticos pretendieron colocarse a la cabeza mientras que la organización local había establecido que serían las mujeres quienes encabezaríamos la ruta, finalmente avanzamos.
A dos cuadras del punto de partida se atravesó un camión de la Guardia Nacional, se habló con ellos y retrocedió; esto llenó de esperanza a quienes íbamos en la marcha, no hubo ningún ataque por parte de ellos en ese momento. La marcha continuó su recorrido y nos dispusimos a avanzar por la avenida Venezuela rumbo al puente Simón Bolívar.
Faltando unos sesenta metros para la llegada de las mujeres a la primera barrera, y sin mediación alguna, comenzó la lluvia de bombas lacrimógenas. No hubo oportunidad de intercambiar palabra, los guardias no escucharon a nadie. Aún tengo dudas de si disparaban bombas también desde la parte alta de los edificios o si la fuerza y ángulo con que eran lazadas permitían que llegaran hasta el final de la marcha. Los ciudadanos quedamos en una cortina de gas lacrimógeno total.
Vi muchos asfixiados, los de protección civil nos ayudaron con una pequeña gasa y agua con bicarbonato, muy pocos cargaban vinagre. Sin embargo, apenas nos reponíamos, intentábamos nuevamente llegar hasta donde estaban ellos, los guardias. Necesitábamos cumplir con nuestra misión, que nos escucharan. Avanzábamos con las manos en alto y abiertas, desarmados, muchas mujeres con un rosario, jóvenes con banderas. Una y otra vez intentamos llegar hasta ellos, pero no escucharon, apenas nos acercábamos lanzaban sus bombas. Alguien dijo que eran trifásicas, no conozco mucho de eso, pero quemaban sensiblemente la piel.
Mientras esto sucedía alguien resultó herido, no pude ver bien si se trataba de perdigones o un asfixiado por los gases, me acerqué: ya lo estaban auxiliando los médicos. En ese instante la gente empezó a correr con pánico y al volver la mirada vi que se acercaban los colectivos armados en sus motos. Corrí, corrí mucho. Ellos iban detrás de nosotros disparando, al aire, pensé inicialmente, pero luego conocí de todos los heridos por arma de fuego. Hasta donde me informé, iban doce ciudadanos con herida de bala, más otra decena por perdigones y otras causas.
¿Dónde podríamos refugiarnos? No conocía a nadie en ese punto. Por fin una persona abrió las puertas de su casa, no sabía dónde estaban dos de los miembros del equipo que salimos de Mérida, solo me acompañaba Eve, quien, por ser mujer iba junto a mí al inicio de la marcha. Estas personas nos acogieron en su casa, nos permitieron descansar un poco, muchos salimos ilesos de las balas gracias a ellos ¡y a Dios! Permanecimos allí por varias horas hasta que pudimos trasladarnos al lugar del hospedaje donde finalmente nos reunimos con nuestros otros dos compañeros.
Muchos ciudadanos de San Antonio nos informan que se ha mantenido el amedrentamiento, los colectivos circulan por las calles con sus armas expuestas a la vista de todos y muchas de las casas que generosamente nos abrieron sus puertas para auxiliarnos fueron marcadas en señal de amenaza. Es deber de todos estar atentos a nuestros conciudadanos de la frontera. Nosotros los estábamos acompañando, pero ellos se quedan allá, ese es su hogar.
En San Antonio del Táchira, como en otras zonas fronterizas de Venezuela, ha quedado expuesta la barbarie de la tiranía que se vive en el país y la valentía inquebrantable de los venezolanos. Lo ocurrido deja claro que libertad no es negociable: es el único fin claro de esta lucha. Una cosa es relatarlo y otra vivir ese horror. Hoy más que nunca estamos decididos en cada rincón del país: no hay vuelta atrás. ¡Seremos libres!