¿Está mal que los niños se hurguen las narices? Desde el punto de vista de los modales, desde luego, pero el sistema inmunológico humano tiene otra perspectiva. La misma desde la cual el uso de lociones antibacteriales o el tratamiento por default con antibióticos tampoco merece una aprobación enfática.
“A la gente le digo: ‘Si se le cae comida al piso, recójala y cómala'”, aseguró a Matt Richtel, autor de un nuevo libro sobre la necesidad de entrenar el sistema inmunológico, la dermatóloga Meg Lemon, especializada en alergias y enfermedades autoinmunes de la piel. “Tire el jabón antibacterial. ¡Vacúnese! Si sale una nueva vacuna, corra a aplicársela. Yo vacuné a mis hijos contra todo. Y está bien si comen tierra”, citó otros de sus consejos.
En An Elegant Defense: The Extraordinary New Science of the Immune System (Una defensa elegante: la extraordinaria nueva ciencia del sistema inmunológico),Richtel analiza por qué para mantener buena salud se requiere interacciones con el mundo natural que el jabón, los antibióticos y la publicidad han casi erradicado.
Si las defensas del organismo no tienen en qué trabajar, la complejidad de su evolución, que permitió la supervivencia de la especie, encontrará algo que hacer. Aunque eso implique confundir a sus propias células con agentes nocivos, y crear una enfermedad autoinmune. O tener una reacción desmedida ante ciertos elementos, y crear una alergia.
Es muy largo el proceso que fue desde los tiempos en que el Homo sapiens evitaba algunos alimentos que habían causado la muerte a otros o superaba los problemas de ingerir agua no potable hasta la edad de cocinar, limpiar la casa y tener red cloacal. Y en él el héroe de la supervivencia fue el sistema inmunológico. Que hoy se encuentra desorientado ante el ambiente en el que viven los humanos.
“Hemos minimizado la interacción regular no ya con los parásitos sino incluso con las bacterias beneficiosas que ayudan a educar y pulir el sistema inmunológico, las que lo entrenan”, escribió Richtel. “No encontramos tantos bichos cuando somos bebés. No es sólo porque nuestras casas están más limpias, sino también porque nuestras familias son más pequeñas (menos niños grandes traen gérmenes a la casa), nuestros alimentos y nuestra agua son más limpios, nuestra leche está esterilizada”.
Eso se correlaciona, aseguró, con que el porcentaje de niños estadounidenses con una alergia a los alimentos aumentó el 50% entre 1999 y 2011, según el Centro para el Control y la Prevención de las Enfermedaes (CDC). En el mismo periodo las alergias de piel aumentaron un 69%, lo que hace que el 12,5% de los niños estadounidenses tengan eczema y otras irritaciones.
La tendencia es mundial. Las alergias cutáneas “se duplicaron o triplicaron en los países industrializados durante las últimas tres décadas, y afectan entre el 15% y el 30% de los niños y el 2% y el 10% de los adultos”, citó un trabajo científico. “En 2011 uno de cada cuatro niños en Europa sufría una alergia, y la cifra iba en aumento”. A la par también aumentaron en el mundo la enfermedad inflamatoria intestinal, el lupus, los problemas reumáticos y la celiaquía.
“Nos alimentan con una dieta de marketing de la higiene que comenzó en el siglo XIX”, mencionó una investigación de la Asociación de Profesionales de Control de las Infecciones y Epidemiología. En la primera mitad del siglo XX la fabricación de jabón aumentó un 44%, junto con mejoras de importancia en la provisión de agua, la eliminación de basura y los sistemas cloacales. Y en las décadas de 1960 y 1970 los antibióticos y las vacunas se impusieron como agentes contra la infección.
Hasta entonces, todo conservaba un equilibrio, pero entonces, al comenzar los ’80s, el mercado de productos de higiene creció un 81%, más como resultado de la publicidad que de la crisis de salud que marcó la década, el VIH-sida.
Según un sondeo de Gallup de 1998, al 66% de los adultos les preocupaban los virus y las bacterias, y el 40% creía que esos microorganismos se difundían cada vez más. El 33% de los encuestados dijo que necesitaba limpiadores antibacteriales para el hogar, y el 26%, para proteger el cuerpo y la piel.
Los médicos recetaron antibióticos en exceso, para bien de un sistema inmunológico que en algunos individuos enfrentaba infecciones que de otra manera los hubieran matado. Pero cuando la prescripción se convirtió en tendencia, comenzaron a desaparecer del organismo los microbios saludables, a la vez que las bacterias se volvieron resistentes a los agentes para eliminarlas.
“¿Ha sido buena parte de nuestra higiene práctica, valiosa y protectora de la vida? Sí”, sintetizó Richtel. “¿Hemos exagerado? En ocasiones. ¿Deberíamos hurgarnos la nariz? O, dicho de otro modo: ¿es posible que ese impulso sea parte de una estrategia primitiva para informarle al sistema inmunológico sobre la gama de microbios en el ambiente, darle una tarea a esta fuerza vigilante y entrenar nuestra defensa más elegante?”
Sí, concluyó. O, al menos, quizá. Aunque para la cultura sea anatema, para la ciencia es “una pregunta asombrosamente correcta”.