Un maestro de la táctica, Lenin, desde febrero de 1917 se negó a tumbar al frágil gobierno provisional que conducía la transición del zarismo a la democracia. Decidió aguardar, con paciencia de cazador, que la inflación, el desabastecimiento y la inestabilidad política derrotaran a la alianza de liberales y socialistas. Se concentró en crear conciencia y organizar el descontento, para cruzar condiciones objetivas (realidad de la crisis) y subjetivas (voluntad de cambio).
No se precipitó. No tomó atajos. Los días para estremecer al mundo esperaron hasta que en octubre gritó Hic Rhodas Hic. Entonces inauguró, con un golpe de Estado condenado al éxito, el siglo corto de la tragedia roja. Una devastación de la libertad y la justicia que caería por implosión en 1989.
Aquel modelo, con inspiraciones originariamente revolucionarias, lo degradó Stalin a trágico totalitarismo. Pero ahora, los que insisten en sus fracasos disponen de una nueva y sofisticada tecnología de opresión. La represión física se desplazó a la psicológica. Los mecanismos de control dejaron de ser policiales para tornarse sociales. Se manipula para que las víctimas del régimen sean sus reproductores inconscientes. Las creencias consagran que el poder es invencible y presionan a dar batallas, o no darlas, según conveniencias del autócrata. La sala de comandos está en las redes.
Chávez llevó cabo hazañas en la cual fracasaron otros líderes que intentaron instalar el infierno por asalto. Transformó una victoria presidencial en invasión progresiva de todos los poderes públicos y colonización pacífica de las Fuerzas Armadas. Después se propuso atornillar en cada cerebro la polarización y sustituir racionalidad por ficciones y emociones.
En veinte años la oposición ha bregado contra el régimen desde un arco de respuestas, a partir de las cuales he construido, imperfectamente, una personal clasificación de actitudes que incluye a los inmovilistas que se apartan de la acción política; a los conservadores que actúan para preservar fuerzas; a los moderados que construyen posiciones intermedias y consensos; a los radicales centrados en alterar las bases estructurales del régimen para desplazarlo democráticamente y a los extremistas que quieren todo ya, sin deliberación, voto o negociación. Según ellos, al enemigo exterminio.
La irrupción virtuosa de Guaidó mostró un liderazgo radical, pero no extremista. Quebró el inmovilismo y el cálculo conservador. Arriesgó un desafío ofensivo que descolocó al régimen y devolvió súbitamente la esperanza a los desesperados. Su gesto no reprodujo una salida 3, sino una política que construye asintóticamente capacidades de cambio. La AN es su centro institucional y legítimo de conducción.
Después de tres meses de logros acumulados por saltos, urge desarrollar la estrategia y corregir la ruta cuyo orden pétreo y de secuencia prelada rindió buenos frutos a una etapa inicial. Ahora el desafío es alinearse con la comunidad internacional y definir como centro de todas las presiones la realización urgente de elecciones libres y justas, favoreciendo que sectores de la coalición dominante prefieran la política a la guerra y acepten formar parte de un entendimiento nacional de reconstrucción del país por diez años, con respeto a la Constitución Nacional desconocida por Maduro.
Porque, además de llegar primero, hay que saber ganar.
@garciasim