Determinada y perseverante en la misión de sacar a Reino Unido de la Unión Europea, la primera ministra Theresa May volvió a fracasar el viernes y su futuro político, estrechamente ligado a un impopular acuerdo de Brexit, pende de un hilo.
Su promesa de dimitir si los diputados aprobaban el texto que negoció con Bruselas no bastó para obtener apoyos suficientes, la prueba según sus detractores de que perdió totalmente el control de un proceso que divide profundamente al Parlamento y al país.
“Seguimos trabajando para garantizar que le damos el Brexit al pueblo británico”, había afirmado, fiel a su reputación de testaruda, antes de asegurar que dejaría las riendas del partido y del gobierno si lograba por fin su propósito.
Una y otra vez, desde que llegó al cargo en 2016, afirmó que su misión era “cumplir con el resultado del referéndum”, que en junio de ese año decidió el Brexit por 52% de votos.
El camino fue difícil pero esta jefa de gobierno de 62 años, que proyecta una imagen de frialdad un poco mecánica, se levantó tras cada golpe que recibió.
Si en esta tercera votación hubiese logrado la aprobación del acuerdo, habría sido “a base de estoicismo y perseverancia”, en opinión de Iain Begg, profesor de Ciencias Políticas en la London School of Economics.
Pero ahora se la puede acabar recordando como la dirigente que tuvo que pedir un aplazamiento in extremis de la fecha de salida, arriesgando el futuro del país y el propio Brexit por insistir con su plan pese a la oposición de un Parlamento donde no tenía mayoría.
– Supervivencia y determinación –
May llegó al poder en las caóticas semanas posteriores al referéndum, cuyo resultado provocó la dimisión del conservador David Cameron, de quien fue ministra del Interior durante seis años.
Pese a ser euroescéptica, se había pronunciado a favor de la permanencia en la UE, pero se implicó poco en la campaña y lo hizo insistiendo en la necesidad de limitar la inmigración.
Solo un año después de llegar a Downing Street, convocó unas catastróficas elecciones legislativas anticipadas destinadas a fortalecer su posición en las que, sin embargo, acabó perdiendo la mayoría absoluta y quedó dependiente del apoyo del pequeño partido unionista norirlandés DUP para poder gobernar.
Desde entonces los ataques de euroescépticos y proeuropeos de su propia formación la han hecho tambalearse en varias ocasiones.
Varios de sus ministros la fueron abandonando por el pedregoso camino, descontentos con su idea de negociar una estrecha relación con la Unión Europea, entre ellos dos ministros del Brexit, Dominic Raab y David Davis, y el jefe de la diplomacia Boris Johnson.
Pero hasta ahora, May siempre había sobrevivido y seguido adelante convencida de que su plan era “el mejor para Reino Unido”.
– “Una mujer difícil” –
Theresa Brasier –su nombre de soltera– nació el 1 de octubre de 1956 en Eastbourne, ciudad costera del sureste del país.
Tras estudiar geografía en la Universidad de Oxford, donde conoció a su esposo, Philip, y trabajar brevemente en el Banco de Inglaterra, dio sus primeros pasos en política en 1986, año en que fue elegida concejala del distrito londinense de Merton antes de convertirse en diputada en 1997.
De 2002 a 2003 fue la primera mujer en ocupar el cargo de secretaria general de su formación.
La propia May se describió una vez como “una mujer jodidamente difícil”, y su actual ministro de Relaciones Exteriores, Jeremy Hunt, advirtió hace unos meses: “No subestimen a Theresa May”.
Aunque sus enemigos la han acusado de tener poca altura de miras, todos coincidían en su laboriosidad.
“Es muy diligente, muy trabajadora, se sumerge en los detalles, es bastante tecnócrata, muy dura, y puede ser tozuda”, explicó a la AFP el exlíder liberaldemócrata Nick Clegg, que fue viceprimer ministro del gobierno de coalición de Cameron.
“Todas estas cosas son cualidades bastante buenas en un político del gobierno”, reconocía Clegg. Pero “nunca vi realmente en ella mucha imaginación, ni flexibilidad, ni instinto, ni visión”.
AFP