Étienne de La Boétie (1530-1563) fue quizás el primer estudioso del tema del miedo y de la forma como los tiranos lo manipulan para controlar los pueblos. Este magistrado francés escribió su única obra cuando aún no había cumplido 18 años y cursaba sus estudios de abogacía en la universidad de Orleans. Fue un breve ensayo titulado Discurso sobre la servidumbre voluntaria en el que el joven autor, reflexionando sobre las tiranías y el autoritarismo de su tiempo, analiza con agudo espíritu crítico, el comportamiento de los seres humanos frente al poder, para concluir que los tiranos solo perviven si cuentan con la docilidad servil de un puñado de aduladores, los cuales se rodean de su propio ejército de pusilánimes hasta congregar miles o millones en una servidumbre voluntaria.
Para de La Boétie la primera causa del sometimiento es la costumbre que hace que el pueblo se habitúe a la esclavitud y acabe por no hallarla amarga. La segunda causa de la servidumbre es el temor a lo desconocido, por lo que los tiranos para someter a los pueblos suelen rodear de misterio sus personas y promoverse con un aura de invencibles o sobrenaturales. Y la tercera causa es la cobardía o el miedo que promueven los tiranos para conculcar la libertad en un régimen miedocrático que tiende a convertir a las personas en súbditos blandos y embrutecidos con sublimes amenazas y persecuciones; pero también con dádivas y ofertas populistas, muchas de ellas no cumplidas.
Frente a esas circunstancias, de La Boétie resalta el amor a la libertad como la fuerza poderosa para vencer el miedo y derrocar la tiranía; porque para él la idea de la libertad es un bien que corresponde al hombre por derecho natural y sin la libertad la vida no merece ser vivida. Por ello señala que para vencer un tirano no hace falta combatirlo, no se requiere alzarse en armas contra él, basta con ignorarlo, con la no obediencia, con una valiente no sumisión, porque a los tiranos cuando más se le obedece y más se le da, más se fortalecen y más exigen. Es el pueblo mismo quien se esclaviza pues pudiendo escoger entre el derecho natural de su libertad y la servidumbre, se somete al yugo de la tiranía. Y concluye de La Boétie con esta frase lapidaria: “Ninguna tiranía puede subsistir sin la cooperación de los tiranizados”.
Las reflexiones de La Boétie sobre la dictadura, la tiranía, la opresión y el valor de la libertad han validado su peso a través de los siglos y se han hecho más actuales con eventos como La Primavera de Praga, primera tentativa ciudadana para romper con la dictadura Soviética en 1968. Evento libertario que, a pesar de haber sido frustrado por la drástica represión ejercida por esa tiranía sobre el pueblo de Checoslovaquia, resurgió exitosamente con más fuerza en el otoño de 1989, con la llamada Revolución de terciopelo para provocar, a pesar de la fuerte censura y represión, una huelga general durante 18 días con la que se logró la caída del régimen comunista imperante en ese país y colocar como jefe del nuevo gobierno a Vaclav Havel, quien había sido líder fundamental en la Primavera de Praga. En diciembre de ese mismo año y, después de masivas manifestaciones de protesta reprimidas por la corrupta tiranía de Ceausescu y su pareja, el pueblo rumano pudo derrotar desde Bucarest ese siniestro régimen que, durante cuatro décadas había ejercido una férrea dictadura comunista en ese país; la propia guardia personal del dictador apresó a la maléfica pareja presidencial cuando trataban de huir del país y, luego de un juicio sumario de dos días, procedió a su fusilamiento.
Dos años más tarde, en la navidad de 1991, colapsó el régimen marxista, cuando los pueblos del este de Europa, liderados por Polonia, bajo la inteligente conducción de Lech Walesa y el activo y franco apoyo del Papa -ahora santo- Juan Pablo II, se deslastraron del miedo a la tiranía comunista y, mediante la resistencia democrática y el clamor por la libertad, lograron, sin un disparo, derrumbar la ignominiosa Cortina de Hierro y provocar la implosión de la llamada Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Y fue el 8 de diciembre de 1991, en una dacha cerca de Moscú donde los líderes de Rusia, Ucrania y Bielorrusia firmaron los Acuerdos de Belavezha, mediante los cuales la Unión Soviética dejo de existir formalmente el 25 de diciembre de ese mismo año. Se disolvía así un imperio comunista que había conculcado la soberanía de 15 republicas y que hasta entonces representaba la superpotencia del bloque socialista, pero con una economía en profunda crisis, una inflación disparada y una dramática situación de pobreza, marginalidad y violación de derechos humanos.
A más de cuatro siglos de las proféticas reflexiones de Étienne de la Boétie y de su llamado a la desobediencia civil y resistencia no violenta contra los regímenes tiranos, no tenemos dudas que la historia, en su marcha indetenible, seguirá registrando que siempre la rebeldía de los tiranizados derrotará a las tiranías.