Rómulo Betancourt, en su hablar guatireño, comentaba que los venezolanos teníamos memoria de chimpacé. Muy corta. Caíamos en la misma trampa una y otra vez.
En 1998, argumentando un pretendido fracaso de nuestra democracia de partidos políticos, una mayoría de compatriotas, incluidos muchos ilustrados, poderosos y notables, decidieron apostar por la vuelta de la bota militar al poder. Ese inveterado recurso para reordenar la república.
Embelesados los fans del uniformado que prometía freirles la cabeza a los corruptos de los partidos, era inútil recordarles que en nuestra historia, mandatario militar y dictadura eran usualmente sinónimos. Aguafiestas quienes alertábamos sobre el potencial autoritarismo y regreso de la represión. Hoy huelga comentar el resultado de esa apuesta en veinte años de militarismo chavista…
La memoria histórica necesita de testimonios permanentes para protegerse del olvido. Los argentinos, quizás también, como nosotros, de frágil recordación de sus dictaduras, decidieron no demoler, sino preservar como icono testimonial del horror, el Centro Clandestino de Detención que operaba en un casino de la Marina de Guerra durante la dictadura de 1976-1983. Se conserva como museo. De sus sombras hoy emerge una luz que alecciona a ciudadanos, y muy especialmente a los más jóvenes, con un mensaje de ¡Nunca más!.
Nuestras dos ?ltimas dictaduras militares del SXX también tuvieron sus exponentes que resumían y simbolizaban la tiranía: la prisión de La Rotunda de Juan Vicente Gómez y la sede de la Seguridad Nacional de Marcos Pérez Jiménez. Lamentablemente, esos tenebrosos lugares fueron demolidos, su recuerdo se desvaneció en la memoria de los mayores y nunca fue del conocimiento de los más jóvenes.
Con la presente dictadura ya en cuenta regresiva, pensemos en cómo preservar para la memoria el testimonio físico del encarcelamiento, la tortura, las humillaciones y la muerte que representan los infames recintos del desventurado Helicoide o de ese centro de horror bautizado como La Tumba…