Una mujer camina junto a sus hijos, todos descalzos con túnica púrpura, como lo han hecho cada Viernes Santo desde hace siete años para pagar una promesa a Jesús, cuya crucifixión se representa en Petare, considerado el segundo barrio más grande de Latinoamérica.
Un millar de personas se mueve por los caminos sinuosos y estrechos, siguiendo a Jesús, quien a su vez carga la cruz arrastrándose y subiendo una cuesta detrás de un camión que lleva grandes cornetas con la narración de sus últimas horas.
La representación de “La pasión” era de una calidad “escolarizada y simple”, pero en tiempos recientes y a pesar de los “pocos recursos”, se convirtió en un acto que se prepara desde enero y supone un atractivo para el público caraqueño.
En la tarde comienza el juicio a Jesucristo entre la calle Bolívar y la vía principal, que están repletas de referencias religiosas.
Alexander Delgado, residente del barrio El Nazareno, asiste por primera vez este viernes santo al viacrucis del Morro. “En esta oportunidad vine por curiosidad. Es uno de los eventos más famosos del sector”, expresó.
Mientras, Vicente Páez, líder comunitario del barrio, comentó que desde hace 20 años se revive la pasión y muerte de Jesús. “Gracias al padre Juan Bravo y varios actores le damos esperanza a los habitantes del sector. Es una muestra de cómo a pesar de las dificultades y tantas humillaciones Jesús murió y al tercer día resucitó”, recordó.
Zulimal Cahuao tiene 12 años asistiendo al viacrucis del Morro. Para ella la representación viviente “es muestra de la unión de la comunidad, del talento de los muchachos que integran la catequesis, del espíritu católico del barrio”.
En la calle principal, la escena se vuelve más caótica. Por el centro va el camión y todos los personajes de la historia. Y delante, a los lados y detrás, va un tumulto en el que la gente se tropieza con policías municipales, organizadores del evento, periodistas, aprendices de fotografía que escogieron la ocasión como ejercicio y hasta políticos que reparten rosarios.
La gente mira desde donde puede. Mujeres y niños se suben a los hombros de sus compañeros y padres. Otros aprovechan terrazas y techos de casas, en general deterioradas o a medio construir. La mayoría se pone de puntillas para alcanzar a ver al maltratado y ensagrentado Hijo de Dios.
“Acá no se puede ni caminar porque cada año viene más gente”, dice a la AFP Mariela Escobar, administradora jubilada de 74 años de edad que confía en que el ritual beneficie a la comunidad porque “muestra un cara pacífica del barrio”.
El Nazareno, que lleva ese nombre desde 1945, es uno de los sectores que conforman Petare, barriada que es parte de una parroquia de unos 500.000 habitantes, ubicada en el municipio Sucre de Caracas, la segunda ciudad más violenta de Latinoamérica según la ONU.