Hay muchas maneras en que puede analizarse por qué la política de un país es como es. Podemos hablar de la calidad de sus ciudadanos, de la fortaleza o la debilidad de sus instituciones e, inclusive, de las virtudes y los vicios de su cultura. Sin embargo, en lo que respecta a este artículo, dadas las características de la realidad venezolana, quiero puntualizar la incapacidad notoria de los partidos políticos de responder a las necesidades de la ciudadanía.
Por supuesto, con esto no quiero decir que el partido, como figura organizativa, sea algo nocivo en sí mismo. Todos sabemos que tales asociaciones son necesarias para la conducción de las democracias contemporáneas. No obstante, es menester clarificar que una cosa es la partidocracia, en la que los partidos ajustan al Estado a sus intereses conjeturales, y otra, muy distinta, los partidos cuya influencia haya sus límites en la institucionalidad, la técnica, el Estado de Derecho y, por supuesto, la acción ciudadana.
Ahora bien, como la historia nos lo demuestra, los partidos en Venezuela han sido y siguen siendo figuras marcadas por el desprecio de la gente. Tal desdén no es algo gratuito ni el resultado de grandes manipulaciones mediáticas, sino el resultado de presenciar a generaciones de movimientos políticos que se han dedicado más a servirse a sí mismos que al interés superior de la nación.
Ha sido esa mezquindad, ese “vil egoísmo” que otra vez triunfa, lo que ha perpetuado una desconexión fatal entre la dirigencia partidista y los ciudadanos de a pie. En tal sentido, no se ha avanzado en nada desde el final de la cuarta república hasta nuestros días. La decadencia es la misma. Las querencias son idénticas. El resentimiento yace intacto, pero solo se han intercambiado sus depositarios. Hace más de veinte años fueron Acción Democrática y COPEI, hoy son el PSUV y los partidos integrantes del Frente Amplio, otrora Mesa de la Unidad Democrática, otrora Coordinadora Democrática.
El problema de fondo, que justificó la asunción en el poder de un demagogo como Hugo Rafael Chávez Frías y que en la actualidad prolonga la masacre totalitaria, es que los partidos, por su propio sectarismo, su falta de preparación, su carencia de un amor genuino por el país; han sido un freno para los anhelos de cambio sistémico y reinvención nacional de los venezolanos.
Por ello, los venezolanos en su momento buscaron el cambio a través de un vengador y un encantador de serpientes.
Por ello, los venezolanos no terminamos de salir de la tiranía en la que caímos por querer cambiar.
Por ello, los venezolanos seguimos buscando fervientemente una tercera vía que conduzca al país a lugares inexplorados.
No puede ser de ninguna otra manera y no se le puede exigir a la población nada distinto, porque es imposible ver a los partidos como facilitadores de la democracia representativa cuando lo que hacen es velar por intereses enquistados.
Si se tienen dudas sobre esto basta con observar la popularidad repentina del Presidente interino Juan Guaidó. Si ello se hace se percatará que lo que digo es cierto. El venezolano promedio no confía ni en los partidos ni en la Asamblea Nacional y, por ello, ha glorificado a un joven del statu quo cuya frescura le dio un barniz de outsider.
Los ciudadanos están agotados de los fracasos, las taras ideológicas de tantos dirigentes y, sobre estas dos cosas, la duplicidad que los partidos le han inyectado al quehacer político. Dicen y desdicen. Hacen y deshacen. No hay visión país ni posturas firmes, sino intereses derivados de la conjetura. Se doblan para no partirse. Son como un mueble cuyo contorno adquiere la forma del último que se haya sentado en él.
Debido a la pobreza moral y formativa de la que adolecen la generalidad de los partidos y la dirigencia contemporánea es que el renacimiento nacional se posterga una y otra vez. Igualmente, su sectarismo acomodaticio ha sido el mayor impedimento para liberarnos de la tiranía que nos aflige.
Entonces, lamentándolo mucho, los partidos, tal como se siguen manejando en la actualidad, son, junto al caudillismo y la relación clientelar con el Estado, la tercera pata de un trípode perverso que nos impide avanzar hacia el siglo veintiuno.
No fue por simple reconcomio que el Libertador, ya moribundo, pidió por el cese de los partidos y la consolidación de la unión. Inclusive en ese entonces, por su falta de civismo y consciencia, ya eran un impedimento para el sueño republicano. El país sabe eso hoy más que nunca. O los partidos se renuevan en espíritu y en acción o Venezuela tendrá que avanzar hacia el bienestar y el progreso no a través de ellos, sino a pesar de ellos. Y solo Dios sabe a lo que eso podría llevar.
@jrvizca