Bajada a los infiernos de un país que vivió en el paraíso

Bajada a los infiernos de un país que vivió en el paraíso

Las instalaciones petroleras del Lago de Maracaibo – Alvaro Ybarra

 

La costa este del lago de Maracaibo, en el estado Zulia, puso hace casi un siglo el nombre de Venezuela en el mapa del mundo. La mañana del 14 de diciembre de 1922 la tierra se estremeció en la ciudad de Cabimas y un estruendo ensordecedor parecía anunciar un terremoto. Se trataba del bramido del pozo «El Barroso II» en el momento de reventar. A continuación, el petróleo empezó a brotar del subsuelo a borbotones y a esparcirse alrededor. Así lo reseña abc.es

Por Jorge Benezra

El oro negro transformó la economía y la cultura de un país hasta entonces agrícola, altamente rural y pobre. Decenas de empresas transnacionales se instalaron en las riberas del lago que antes ocupaban campesinos e indígenas, y de todas partes afluyó multitud de personas ansiosas por conseguir trabajo. En tan solo un año los 3.000 habitantes del lugar pasaron a ser 30.000.

Las urbanizaciones que se construyeron en la primera fase de la bonanza del crudo eran pequeñas villas, como sacadas de un western. Se desarrollaron clubes sociales, escuelas, hospitales, centros culturales… Todo el mundo quería estar allí al calor del nuevo maná.

Pero en los últimos años las cosas han cambiado. Cabimas, que se posicionaba como la segunda ciudad más grande y poblada del estado y la decimocuarta en el país, y un pilar fundamental de la economía venezolana, se encuentra ahora en ruinas. Aquellas casas de trabajadores están cada día más desoladas. El empleo escasea y los comercios de la zona cierran uno tras otro sus puertas.

El presidente de la Cámara de Comercio de Maracaibo -la capital del estado-, Ezio Angelini, señala que lo que se vive en el Zulia es dramático para industriales y comerciantes. «No es difícil pronosticar que el sector empresarial nacional se acerca a la quiebra, que va a traer como consecuencia el cierre masivo de comercios e industrias», asegura. «El 95% del comercio en Maracaibo está cerrado -asegura- y las pérdidas nacionales desde el sector ya suman 230 millones de dólares diarios por la paralización».

El país se enfrenta a una grave recesión, una elevada hiperinflación y una criminalidad irrefrenable, además de una grave escasez de alimentos y medicamentos. La dramática situación es palpable cuando se recorre el interior de Venezuela.

Caída de producción

La producción de crudo en el occidente venezolano, principalmente en el estado Zulia, se sitúa en torno a los 220.000 barriles diarios, según datos de la Comisión de Energía y Petróleo de la Asamblea Nacional, el parlamento legítimo del país. Esa cifra supone una disminución del 75% con respecto al volumen de hace diez años, cuando el fallecido presidente Hugo Chávez ordenó la nacionalización de las empresas de servicios del lago de Maracaibo. A partir de entonces hubo una caída de la producción de Pdvsa Occidente -la rama de la petrolera estatal para la región- de más de 650.000 barriles diarios.

Ahora la elite de trabajadores que se peleaban por mantener sus beneficios y puestos de trabajo están huyendo y abandonan sus empleos, mermando día a día la capacidad operativa de la industria.

Además, con el nombramiento hace dos años del mayor general Manuel Quevedo, un militar sin experiencia en el sector, como presidente de Pdvsa y ministro del Poder Popular de Petróleo y Minería, los críticos de Maduro creen que se ha acelerado el proceso de decadencia de la compañía estatal, en su día el motor del desarrollo del país caribeño.

En los últimos meses el general Quevedo ha militarizado el aparato petrolero, amenazando a los trabajadores con ser arrestados por sabotaje, corrupción o incitación al odio.

En los grandes hoteles que aún sobreviven en el Zulia no es extraño encontrarse jefes militares disputándose contratos de servicios, que todavía proporcionan unas grandes ganancias,

mientras, las denuncias de corrupción han salpicado toda la Administración pública venezolana en los últimos años. Estados Unidos viene imponiendo sanciones a la petrolera estatal, aumentando la presión sobre Nicolás Maduro, desconocido como presidente por la oposición y por Washington, así como por buena parte de la comunidad internacional.

Al tiempo, se desmantela progresivamente Pdvsa. Trabajadores de todos los niveles abandonan en masa, a veces llevándose, literalmente, partes de la empresa consigo. «La hiperinflación nos arrolló y los sueldos están por el suelo, esto no lo aguanta nadie. Uno está de brazos caídos, casi no hace nada en las instalaciones petroleras. Así que me busco la vida como bachaquero de alimentos (contrabandista)», comenta un trabajador petrolero de Cabimas bajo anonimato.

No existen cifras oficiales, pero los sindicatos del sector señalan que en torno a 25.000 empleados de áreas operacionales clave, como ingenieros, geólogos, operadores de plantas, electricistas y mecánicos, entre otros, están renunciando para emigrar.

El lago de Maracaibo llegó a tener, en momentos de máxima explotación, más de 450 pozos bombeando crudo, mientras la superficie estaba atestada de buques tanqueros, gabarras y lanchas de mantenimiento. Pero hoy esta masa de agua de 13.000 kilómetros cuadrados es un gran cementerio de chatarra. La mayoría de los 25.000 kilómetros de tuberías sumergidas y 15.000 pozos perforados en el fondo se encuentran inactivos y abandonados.

El efecto de los apagones

Los últimos apagones en el país también han afectado a la producción de petróleo. Según el último informe de la consultora Torino Economics, marzo registró una caída del 28,3%, llevando el bombeo petrolero nacional a apenas 732.000 barriles diarios.

La creciente delincuencia en Venezuela es también responsable del declive de la industria del petróleo, que además tiene que lidiar con la escasez de piezas y la fuga de talento en un negocio que aporta el 9% de los ingresos en divisas que recibe la nación.

Las pandillas de piratas merodean por el lago durante la noche y cada semana se producen ataques, centradps em ñps cables y dispositivos que controlan la inyección de gas, dejando la mayoría de las veces trabajadores o pescadores heridos.

«Llegan a las plataformas retienen a los trabajadores y en cuestión de segundos desmantelan como hormigas la instalación», asegura Johana, esposa de un trabajador petrolero víctima de los ataques.

La falta de vigilancia en la zona ha atraído a una variedad de bandas del otro lado de la frontera con Colombia, como disidentes de las FARC, traficantes de drogas y contrabandistas, que han hecho del lago un lugar por el que no se puede transitar. Muchos obreros se niegan a trabajar en las plataformas y los pescadores tienen que volver a la pesca artesanal, sin motor, o quedarse en los muelles.

«Aquí solo existe vigilancia y control político. Los militares llegaron para hacer negocios y meter presos a aquellos que se oponen a la gestion actual. Si utilizaran a los soldados para cuidar a los trabajadores, patrullar y proteger a los pescadores, las cosas serían distintas, pero nada de eso ocurre», denuncia Luis Camacho, extrabajador que aún vive en Cabimas.

Daño medioambiental

Por otra parte, los constantes derrames de petróleo no solo contaminan el lago e impiden la reproducción de peces, sino que los vecinos de Cabimas deben convivir con los malos olores. Pdvsa se ha convertido en la principal responsable del deterioro ambiental del lugar por la falta de mantenimiento de la infraestructura. La empresa carece de equipos y personal capacitado para abordar el problema.

Desde hace más de cinco años, el Centro de Ingenieros del estado Zulia (Cidez) viene denunciando ante la Comisión permanente de Ambiente, Recursos Naturales y Cambio Climático de la Asamblea Nacional la grave contaminación, con 300 de los 800 kilómetros de costa del lago afectados. Los informes presentados indican que en 2009 se derramaban en el estuario del estado Zulia entre nueve y diez barriles de petróleo diarios y estiman que hoy día pueden pasar de los 70, lo que estaría acelerando el envejecimiento de esta fuente hidrográfica.

Los pescadores lograban 1.500 kilos de capturas diarias y ahora no alcanzan los 50. Uno de ellos, Pedro Rincón, se queja de que el crudo impide llevar algo de comer a sus casas. «Los implementos de trabajo se dañan, las redes atrapan el desastre natural. Ni siquiera podemos echar las embarcaciones al agua de tanto crudo que tenemos en la orilla, los desechos nos impiden cumplir con la faena. Esperamos que alguien atienda nuestro llamada», clama Rincón.

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