Venezuela se encuentra en período cíclico, orbita entre intereses, terquedades, conveniencias, estudio y acción. Un gentío aboga, clama, ruega por la intervención militar internacional. Imaginan leyendas del Plan Marshall que ni siquiera han leído, o un comando de marines paracaidistas llegando al Palacio de Miraflores arrestando al usurpador llevándoselo esposado -quien ni siquiera va a la Casa de Misia Jacinta, allí sólo quedan soldados de la Guardia Presidencial, personal de limpieza y fantasmas que no tienen a quien espantar-, perciben en sus mentes un desfile aéreo de aeronaves supersónicas, jets de última generación, helicópteros artillados, tanques con enormes cañones, una flota de portaviones, cruceros con misiles frente a los puertos venezolanos, con banderas de las barras y estrellas desplegadas.
Sin embargo, olvidan el pequeño detalle de que convocarlas exige un acto constitucional reservado a la Asamblea Nacional y Presidente de la República. Ni soldados estadounidenses o de ningún otro país, incursionarán si no son legalmente autorizados, sus propios legisladores y mandatarios no lo permitirían.
Allí el verdadero dilema, en los países latinoamericanos y europeos opuestos a cualquier actuación, esencialmente, los diputados venezolanos no logran ponerse de acuerdo. No existe consenso, ése obstáculo de Juan Guaidó, que lucha, trabaja por redefinir la estrategia, replantearse, abandonar la manía de repetir lo mismo esperando resultados diferentes, desechar a los cerebros sin rumbo, fracasados de siempre que lo han llevado al desgaste y peligroso desgano popular. El descontento contra el gobierno sigue creciendo, pero Guaidó pierde respaldo, malgastando su empeño y coraje personales, poniendo lejos la oportunidad para salvar la patria del deshonor castro comunista que azota, arruina a Venezuela, poniendo en riesgo el inmenso apoyo mundial y futuras generaciones.
Tal vez el Presidente interino quiera y desee como buen padre de familia proteger a la ciudadanía indefensa, e invocar la Doctrina Roldós, el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca, también llamado Tratado de Río, -TIAR-, o la Responsabilidad de Proteger R2P, se requiere proponerla a la Asamblea Nacional y ésta la apruebe, así lo establece la Constitución. Pero Juan Guaidó sabe no hay consenso en ese cuerpo; si hace la solicitud corre un riesgo enorme de que no sea aprobada, derrota de incalculable consecuencia, como Presidente del parlamento y provisorio de la República no debería asumir, aunque haya llegado la hora de hacerlo y poner al descubierto a quienes se opongan salvar Venezuela.
Se puede especular, con la nueva situación en la cual hay diputados presos, exiliados, escondidos o asilados, y los restantes perseguidos inclementes. Podría asumirse, puestos contra la pared, los parlamentarios podrían decidir la única salida de aprobar el 187.11 y terminar esta pesadilla. ¡Solos no podemos! y los militares, por la razón que sea, no se deciden, corren la arruga de la cual forman parte.
La indecisión e incapacidad de forzar un cambio nos llevó a los actores externos resolver el conflicto, sugiriendo explícitamente el apoyo de EUA. Sin embargo, ese potencial de acción está disminuyendo. Gravísimo, no solamente para Guaidó sino la nación.
Es posible, como algunos de esa avalancha de analistas opinando, divagando que generales y almirantes en la Fuerza Armada Nacional Bolivariana están divididos, quien manda es el Ministro de la Defensa, no el Presidente de la República, tampoco el de la Constituyente castrista, razonable estén hartos, otros entiendan las angustias del pueblo y unos cuantos sigan necesitando acumular riquezas, pero la realidad siguen cuadrándosele al entramado del cual forman parte, y han sostenido por veinte años.
No se le piden peras al olmo ni milagros a Juan Guaidó, valiente y empeñoso, hace lo que puede, habla, discute, propone, escucha, da la cara, se expone, pero son los diputados los que tienen la responsabilidad, obligación de aprobar la herramienta y puesta en marcha del numeral 11 del artículo 187 de la Constitución, que no es una declaración de guerra.
Los estadounidenses pueden anular antiaéreos rusos, despejar caminos, dejar los Sukhoi en tierra, destruir instalaciones militares, carreteras y aeropuertos. Pero son los representantes del pueblo en la Asamblea Nacional quienes tienen que ponerse de acuerdo para autorizar al Presidente interino a llamarlos.
Sin ese consenso el encargado de la presidencia está de manos atadas, sólo puede convocar al pueblo pidiendo nuevas protestas que el régimen está dispuesto a embestir, con el resultado de baja participación en las movilizaciones. Como consecuencia previsible, seguirán decayendo.
El 30A, hizo y hace daño, ha restringido instrumentos, se tergiversó el apoyo que resultó débil, demostrando que el régimen tiene sustento -temporal- conveniente y cómplice; con ese traspié el líder opositor malgastó su poder de negociación. Entretanto, la solución final, sea cual sea, se discute, ajusta entre Washington y Moscú. No podemos saber cuál será.
Las sanciones se incrementarán en la búsqueda desesperada de implosionar el régimen, ofreciendo incentivos a quienes se desmarquen, y por supuesto, manteniendo la amenaza de la intervención. El árbitro castrista, un puñado de innombrables e inmorales dan su apoyo al usurpador a través de la reprimenda y amedrentamientos contra sus detractores.
Si las decisiones adecuadas no ocurren, se empeñan en estrategias fracasadas, los resultados no son los esperados, se debilita la ciudadanía, cada vez más oprimida, forzada a la sobrevivencia, manipulada por sus necesidades, se resigna, ha puesto sangre, sudor y muchas lágrimas en batallas desiguales, pueblo desprovisto, expuesto, resguardado por defensas de dignidad, pero no impenetrables a proyectiles. Han sido una y otra vez traicionados.
Parece que el régimen se afianza en el poder, pero no es así, sus bases son endebles de pocas posibilidades, no aguantaría una arremetida más o menos, organizada, planificada de un pueblo deseoso de libertad y democracia, de no hacerlo será la continuación de la crisis, con más represión, mínima libertad de expresión, aislada del mundo occidental, crisis humanitaria profunda y creciente migración.
@ArmandoMartini