Mahatma Gandhi fue detenido y condenado a seis años de cárcel por sedición, tras escribir un artículo que empezaba: “¿Cómo puede haber un acuerdo mientras el León Británico continúe agitando sus garras ensangrentadas ante nuestros rostros?”. Era el 10 de marzo de 1922.
A simple vista citar esa frase de Gandhi pareciera sugerir que el líder hindú negaba en términos absolutos un acuerdo fruto de la negociación con su enemigo y que por lo tanto quien ahora escribe también la niega.
Pues no. Si el texto se lee sin prisa se percatarán de que Gandhi condicionaba cualquier acuerdo al cese de la represión; o sea, no habría acuerdo “mientras el León Británico continúe agitando sus garras ensangrentadas ante nuestros rostros”. Un cambio radical en esa actitud represiva supondría una disposición a la negociación y favorecería el necesario acuerdo.
Ciertos apaciguadores criollos (el apaciguamiento” no es una etiqueta sino un hecho histórico resumido en una posición política de no confrontación al totalitarismo considerada por muchos vergonzosa) denuncian continuamente que cuando Guaidó y la Asamblea Nacional “juegan duro”, es decir: confrontan, están impulsando una política “extremista” opuesta a la negociación.
Venden ellos la idea de que el modo de lograr una negociación es ir a tocar las puertas de Miraflores, solicitarla ingenuamente ante un adversario presto de buenas maneras a que lo hagamos para invitarnos a la mesa y lograr un entendimiento democrático. ¿Ilusos o cínicos?
Entre tanto, ignoran la militarización del palacio legislativo, el encarcelamiento de Roberto Marrero (secretario privado del presidente encargado) y de los diputados Juan Requesens, Gilber Caro y Edgar Zambrano (1er vicepresidente de la AN; la persecución contra los parlamentarios Mariela Magallanes, Américo de Gracia, Henry Ramos Allup, Luis Florido, Carlos Paparoni, Miguel Pizarro, Franco Cassella, Winston Flores; el asilo de Freddy Guevara y Leopoldo López; el exilio de Julio Borges, José Manuel Olivares y tantos otros; los centenares de presos políticos; los 193 militares presos juzgados en tribunales civiles por desconfianza a los jueces militares; los cientos de muertos acribillados en las protestas; las razias en los barrios de las grandes ciudades contra los dirigentes populares y los cinco millones de connacionales forzados a la diáspora. Desconocen que la lista de venezolanos en desgracia es interminable.
“Poner la otra mejilla puede tener un alto significado moral -escribe Vargas Llosa-, pero carece totalmente de eficacia frente a regímenes totalitarios”. Juan Guaidó y la Asamblea Nacional así lo han entendido y asedian al régimen con más y más presión democrática; allí reside la razón de la decisión de pedir la colaboración internacional vía el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR) y de la instrucción al embajador Carlos Vecchio de reunirse con el Jefe del Comando Sur mientras el desespero represivo se sigue comiendo al Pranato usurpador. Todo ello es una decisión democrática y constitucional, pese a que alguna conmilitona del régimen llame “criminal” a Guaidó por hacer uso de sus competencias como presidente encargado de la República de Venezuela.
Ya lo dijo mi amigo Ricardo Ríos: “en la lucha contra regímenes autocraticos, son ellos con el poder de las armas quien marca la cancha y define unilateralmente las reglas de juego… Así que no habrá una negociación porque la oposición quiera o porque infantilmente la exija… Habrá negociación (como todos queremos, excepto el régimen), si la “amenaza creible” o la presión real interna y externa, logran torcer el brazo al zátrapa.. El resto es mera fantasía. Por eso, el “juego duro” que refiere Luis Florido es una alternativa insoslayable… O juegas duro o te rindes, punto! Lo demás es gamelote seco”…