El levantamiento militar que el 30 de abril liberó a Leopoldo López llevó, con su fracaso, una nueva frustración a quienes ya no soportan el régimen de Nicolás Maduro. Pero agudizó la paranoia de ese poder autoritario. Ahora Maduro puede temer a algo más mortificante que una movilización opositora. Más angustiante que una todavía inverosímil intervención militar estadounidense. El fantasma que lo acosa es la eventualidad de una traición de quienes, se supone, son los suyos. Así lo reseña elpais.com
Las razones por las cuales el alineamiento de los militares venezolanos con el presidente interino Juan Guaidó no se consumó permanecen en la bruma. Una hipótesis afirma que todo fue una emboscada de jerarcas leales al Gobierno que, encabezados por el ministro de Defensa, Vladimir Padrino López, dejaron avanzar a los disidentes para, al final, desnudarlos.
Otra sostiene que fue imposible acordar las condiciones del orden posterior a la caída de Maduro. Esos requisitos estarían consignados en un documento de 15 puntos al que se refirió el representante de Donald Trump, Elliott Abrams. Allí, Padrino López; el presidente del Tribunal Supremo de Justicia, Maikel Moreno; y el jefe de la guardia presidencial, Iván Hernández Dala, se habrían comprometido a reconocer a Guaidó como presidente interino; a admitir la legitimidad de la Asamblea Nacional; a desconocer la Asamblea Constitucional chavista; a liberar a los presos políticos, y a llamar a elecciones limpias.
Las dificultades de la negociación pasaron por cláusulas menos presentables. Una, reservar a los militares un poder permanente de tutela sobre las instituciones civiles, a la Pinochet. Otra, garantizar el levantamiento de sanciones penales por parte de Estados Unidos no sólo a los funcionarios del régimen sino también a sus testaferros. Las versiones más fidedignas afirman que el papel de estos multimillonarios, que tienen pánico de los castigos financieros de la Oficina de Control de Activos Financieros de Washington, fue crucial en el avance de las tratativas. Y también en su hundimiento.
Más allá de que esas tres encumbradas figuras del poder hayan estado involucradas en el levantamiento, para que se desaten las fantasías persecutorias de Maduro alcanza con un detalle. Manuel Christopher Figuera, jefe del servicio de espionaje, el Sebin, fue crucial en la liberación de López.
Figuera se exilió, no se sabe si en Colombia o en República Dominicana. En los últimos días le atribuyen la filtración de conversaciones de WhatsApp sostenidas antes de salir del país, que demostrarían el nivel de penetración de los conspiradores en el sistema del dictador. Sobre todo por la participación del juez Moreno y del ministro Padrino López en las tratativas. Más inquietante que esas traiciones debe ser, para Maduro, suponer que el general Figuera, encargado de su implacable policía secreta, ha estado transfiriendo secretos de su Gobierno a los opositores y al Gobierno de Estados Unidos.
A pesar de que la conjura naufragó, la debilidad de Maduro está a la vista. Se ensañó con la oposición. Y mandó a arrestar al diputado Edgar Zambrano, el segundo de Guaidó en la Asamblea. Pero no pudo sancionar a quienes participaron del complot. ¿Ignorancia o impotencia? Para un autócrata nada es más perturbador que la defección de sus espías. Es decir, de los encargados de descubrir y desbaratar la conspiración que, por definición, todo líder autoritario supone que está en curso. En el caso de Maduro, supone bien: según versiones muy confiables, López recibió en su prisión durante semanas a generales en actividad, a la luz del personal de inteligencia que lo custodiaba.
Al espectro de la insubordinación se le agrega el de un ataque estadounidense. Es un trapo rojo que Guaidó está agitando delante de Maduro. El fin de semana pasado reveló que le pidió a su representante en Washington, Carlos Vecchio, que contacte al jefe del Comando Sur del Pentágono, Craig Faller, para iniciar tareas de colaboración. Craig había dicho que estaba preparado para apoyar a los militares bolivarianos “que tomen la decisión correcta”. El vicepresidente Mike Pence anunció, además, el envío de un barco-hospital, de las Fuerzas Armadas al Caribe para asistir a los venezolanos. Y la Asamblea Nacional debatió la semana pasada la reincorporación de Venezuela al Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR), que regula, en el marco de la OEA, la intervención internacional si un país miembro la reclama.
Mientras amenazan a Maduro con estas plagas, López y Guaidó solicitan al Gobierno de Donald Trump que se abstenga de insinuar una intervención armada. Ésta sólo ocurriría ante una represión sanguinaria de la oposición. López y Guaidó prefieren persuadir a los socios del chavismo, sobre todo cubanos y rusos, para que habiliten una transición. En la agenda de la visita que el secretario de Estado norteamericano, Mike Pompeo, realizará esta semana a Vladimir Putin, podría figurar este pedido.
La amenaza de activar el TIAR tal vez no sea teórica. Ese tratado contempla acciones militares, pero, en su artículo 8º, también prevé la interrupción de relaciones económicas y de todo tipo de comunicación con el país bajo sanción. Si los Estados que reconocen a Guaidó, entre los cuales están los vecinos Brasil y Colombia, tendieran ese cerco, la dictadura venezolana entraría, esta vez sí, en una fase terminal.