El sábado pasado, en la concentración en Guarenas, estado Miranda, Juan Guaidó –reconocido como presidente encargado de Venezuela por más de 50 países– afirmó: “No nos van a joder, ya basta de que nos vean la cara de tontos”. Lo dijo en el momento en que hizo referencia al proceso de diálogo que se dio el martes y miércoles de la semana pasada en Noruega.
Guaidó aprendió que Maduro y su camarilla han usado el diálogo en el pasado (2014, 2016 y 2018) para fraccionar a la oposición y desactivar las protestas populares. Hasta el papa Francisco –cercano a los regímenes de Cuba y Venezuela– reconoció que el último diálogo fue interrumpido “porque lo que se había acordado en las reuniones no fue seguido por gestos concretos (la parte de Maduro) para implementar los acuerdos”.
Maduro quiere seguir usurpando el poder porque “la revolución es irreversible”. “Ni con votos ni con balas, ni por las buenas ni por las malas” entregará la presidencia de Venezuela. Diosdado Cabello lo dice de la siguiente manera: “A Miraflores no volverán nunca (…) No hay forma ni manera”. Mientras que Guaidó quiere “el cese de la usurpación, un gobierno de transición y unas elecciones libres, democráticas y justas”, porque es lo que manda la Constitución de Venezuela.
Maduro y el cogollo que lo sostiene tienen miedo de perder la impunidad que les brinda seguir sosteniendo el Estado-mafioso. Saben que tienen cuentas pendientes con la justicia internacional por delitos de lesa humanidad, narcotráfico y lavado de dinero.
Además, un gobierno de Guaidó tendría efectos contraproducentes directos para la sostenibilidad de Cuba y Nicaragua y favorables para la región, porque supondría el fin de la guerra asimétrica que libera Rusia, China e Irán contra Estados Unidos en el continente americano a través de Venezuela.
Por ello, Irán, China y Rusia han reforzado el mensaje de que el diálogo es la solución para la crisis en Venezuela, buscando ganar tiempo para Maduro y apostando al desgaste del liderazgo político de Guaidó; como sucedió en los diálogos anteriores que debilitaron a la oposición.
La entrada del gobierno de Noruega apunta en esta dirección: el diálogo. Su Centro de Resolución de Conflicto ha facilitado tres procesos de paz en América Latina: los conflictos armados de las FARC y el ELN en Colombia y el de Guatemala.
Sin embargo, en el caso de Venezuela, el conflicto armado está del lado de Maduro. Las armas las tiene y las usa el Estado contra la población civil (resistencia pacífica), para reprimir a los manifestantes que luchan por el rescate la democracia. Y las mafias nacionales e internacionales asociadas al régimen de Maduro –manejan los negocios ilícitos en Venezuela– son los que tienen a la población sometida (control social) a condiciones de vida similares a la de países devastados por la guerra.
Esta situación marca una gran diferencia al momento de buscar una salida negociada en Venezuela, porque hasta ahora el gobierno de Noruega ha lidiado con un conflicto entre un Estado-nación contra un grupo insurgente. Lo que no es el caso del país caribeño.
En Venezuela hay un Estado-mafioso (Maduro) instalado que secuestró la nación, la cual lucha por recuperar su libertad y la democracia a través de la Asamblea Nacional, aplicando el Estado de Derecho. (Guaidó).
Po lo tanto, la resolución del conflicto en Venezuela no solo requiere de su manejo sino también de pensamiento creativo.
En este sentido, Guaidó debe contar con el apoyo del sistema internacional de justicia, las agencias internacionales de control de drogas, lavado de capitales, lucha contra el terrorismo y crimen organizado, y ataque cibernético para enfrentar una negociación con el Estado-mafioso.
Adicionalmente, en Venezuela estamos en presencia de una guerra asimétrica que busca minar la civilización occidental en el área de influencia de Estados Unidos.
Rusia, China, Irán y en menor grado Turquía están decididos a mantener a toda costa las condiciones actuales en Venezuela. Un territorio que les permite penetrar la región, desestabilizando el resto de los países suramericanos –el éxodo de los venezolanos es una de las formas para ello–.
Después del 30 de abril se activó una salida negociada ante la grave crisis que atraviesa Venezuela. Los diálogos que se han dado hasta el momento son: Estados Unidos-Rusia, Canadá-Cuba, Grupo de Contacto Internacional-Venezuela y Noruega-Venezuela. Cada uno tiene dinámicas y objetivos distintos.
En el caso de Estados Unidos-Rusia, la negociación es geopolítica. Además, del interés de Rusia de mantener su participación en el sector hidrocarburos y del pago de la deuda.
Canadá-Cuba buscan una negociación que resguarde los intereses de las empresas canadienses en la isla por la suspensión del capítulo III de la Ley Helms-Burton y el impacto en la economía cubana de las sanciones de Trump a Venezuela y Cuba.
La negociación GCI-Venezuela tiene como finalidad lograr que se realicen unas elecciones (presidenciales o parlamentarias), manteniendo el status quo. Y en el caso de Noruega-Venezuela es similar a la mencionada anteriormente. Ambas buscan abordar la situación de Venezuela como un Estado-nación polarizado.
Los diálogos indican que el escenario cambió, por lo que es necesario adaptar la estrategia original e ir a una negociación, exponiendo los motivos reales de Maduro y sus compinches nacionales e internacionales, mantener el Estado-mafioso. Por lo que Guaidó debería buscar como interlocutores a Estados Unidos y al Grupo de Lima para esta nueva fase política. Los dos coinciden en que Rusia, China, Cuba y Turquía deben salir de Venezuela.
Porque el aprendizaje es que Maduro y sus aliados “no nos van a joder” más.