Nuestra época tiene muy cerca la guerra y el choque de armas para tomar el poder. Por ello nuestro lenguaje apela a términos militares para nombrar actos políticos. Reaparecen, como fantasmas de nuestro pasado, para obstaculizar que la política tome el lugar de la guerra para resolver los conflictos y la lucha por el poder.
Klausewitz, quien describió la inversión dialéctica de esta evolución, definió la guerra como continuación de la política por otros medios. Esos medios son el odio al otro, el uso de la violencia y la meta del exterminio. Destructores bélicos opuestos al hecho político que se funda en la inteligencia, el descubrimiento de intereses comunes y el acuerdo para lograrlos cívicamente.
El actual desafío al régimen, encabezado por Guaidó y la AN, se propone que el país, mediante la política, venza sobre la guerra organizada por el Estado contra la sociedad. El debate actual está centrado en el éxito o fracaso del restablecimiento de la Constitución, el inicio de la reconstrucción de la economía, las instituciones y la convivencia. La llave para este cambio es la negociación. Ninguna de las partes puede ignorar que los procesos de negociación tienden a ser largos y los de hambruna, cortos.
La aspiración mayoritaria entre venezolanos es al entendimiento. Mientras más se desciende en el nivel de ingreso menos dudas existen sobre un asunto de sentido común: si no hay solución no tendremos escapatoria. Existir será un estertor para adaptarse al infierno e intentar salir vivo de él. El régimen tiene también su dilema de sobrevivencia y lo pretende resolver construyéndose una urna de hielo que lo congele mientras lo demás se acaba.
Los ciudadanos responsables y las élites, no sólo las políticas, deben impedir que fracase la negociación, porque lo que vendrá después son los peores escenarios posibles sobre la mesa. Si queda mesa en pie.
Algunos opositores piden destruir la negociación. Guindados al extremo absurdo de sus delirios, exigen a Guaidó autorizar la acción militar de Estados Unidos. Hacerlo es ponerse la soga al cuello y esperar que le saquen la silla cuando tengan listo un sustituto. Sons estos procedimientos los que inciden en la alarma y el giro de EEUU ante los estropicios del aspirante a Mandela venezolano – que no es Guaidó – y la incontenible virosis divisionista en una oposición que resiste su cura.
El mismo año que se usó la expresión “Día D” para bautizar la operación militar Overlord, Bertold Brecht escribía su Círculo de tiza caucasiano, recreando el pasaje bíblico en el que Salomón, ante dos madres que se disputaban un mismo hijo, pidió que lo colocaran en un circulo y cada una jalara por un brazo para sacarlo. La madre que soltó al hijo para no desgarrarlo, comprobó ser la auténtica.
Guaidó debe actuar con sentido de país. Su éxito o fracaso es el de todos. Negociar no es concesión o debilidad sino recurso para salvar al país, a su gente, en vez de permitir su desgarramiento.
La democracia no se gana con violencia y exterminio de una parte. Es hora de sustituir el día D, el de los desencuentros y las divisiones, por el Dia E, el de la esperanzas y el entendimiento para refundar al país.