El Nacionalismo es un fantasma que recorre el mundo, por Roxana Méndez

El Nacionalismo es un fantasma que recorre el mundo, por Roxana Méndez

¿Será que el número de Estados Nacionales del mundo se mantendrá y o aumentará muy levemente o. por el contrario, en el transcurso de este siglo el mundo atravesará por una Edad Media nueva?

El nacionalismo es un fantasma que recorre el mundo. El siglo XX fue llamado el “siglo del nacionalismo” y es exactamente la época en que las mayores guerras de la humanidad se produjeron, con el mayor número de muertos debido a la utilización de la gran industria al servicio de la muerte en defensa de intereses nacionales no muy bien definidos (cf. Hobsbawm, 1991).

Es innegable que, como fenómeno social de masas, hasta el día de hoy, el nacionalismo continúa siendo una fuerza poderosa que se mueve en el mundo y que convierte al ciudadano en un ser que debe su lealtad al Estado mediante la manipulación de una gran variedad de símbolos: Héroes, uniformes, banderas, himnos, escudos, tradiciones, juramentos de fidelidad y fiestas nacionales (nacionalismo imperial) (Hastings, 2000). El nacionalismo ha sido el componente ideológico constitutivo del Estado en su búsqueda de legitimidad que convierte a la nación en un valor moral absoluto, una ideología (entendida como falsa conciencia) como un discurso mistificador de la realidad de la cual hay que sentir orgullo, orgullo por la identidad nacional (Cf. Hall, 2000; Gellner, 2008).

Hasta hoy, el nacionalismo ha sido el modo de vida históricamente configurado de un imaginario colectivo llamado nación. Era papel fundamental del Estado defender esa configuración imaginaria colectiva que identifica históricamente a todos los miembros de su población, su territorio y sus recursos naturales. Pero los días en que los Estados defendían con armas y con guerras la soberanía de la nación comienza a quedar atrás. Veamos por qué.

En un futuro cercano esta fuerza ideológica nacionalista irá progresivamente perdiendo fuerza debido a la uniformización de los patrones de conductas y de consumos que se vienen observando con el auge de la globalización y la homogenización económica de la sociedad internacional. Pero nada de esto significa que en un futuro cercano el mundo será una realidad homogénea y unificada por los procesos de globalización. Por el contrario, cuatro elementos básicos definirán el futuro del mundo hacia lo que resta del siglo XXI y del XXII: Heterogeneidad, complejidad, multiculturalidad y competencia. Estas tendencias se harán cada vez más dominantes y echarán por tierra aquel viejo anhelo de los filósofos ilustrados del siglo XVIII y XIX de hacer al mundo una única comunidad humana homogeneizada por el uso de la razón como soñaba Immanuel Kant o por la economía del mercado autorregulado como postulaba Adam Smith. En este mundo cada vez más complejo y heterogéneo las rivalidades nacionalistas irían perdiendo importancia debido a la necesidad de los Estados de expandir sus economías más allá de sus propias fronteras a la vez de la necesidad de atraer inversiones extranjeras a sus propios países. Por ejemplo, los finlandeses están muy orgullosos de producir celulares Nokia, o los coreanos del sur por producir equipos tecnológicos Samsung, y es innegable que estos productos ya forman parte de su identidad nacional de la cual se sienten muy orgullosos (como en su momento Estados Unidos lo estuvo de su General Motors o de su Ford Company), pero si quieren seguir desarrollando sus productos emblemáticos para ser competitivos en el futuro tienen que intercambiar información con otros países e ir adaptando sus líneas de fabricación a los nuevos patrones de consumo e innovación que exige la sociedad internacional, si quieren seguir compitiendo en el mercado internacional, ya ningún país está aislado, ahora la interdependencia es compleja como demostraron Joseph Nye y Robert Keohane (1988).

Una postura nacionalista finlandesa o coreana del sur al estilo siglo XX, sólo los estancaría y los sacaría del mercado internacional. Los intercambios comerciales entre países y las innovaciones tecnológicas harían que muchos países del mundo dejasen atrás sus “sagrados principios nacionalistas” para adaptarse a las condiciones impuestas por la nueva economía global altamente competitiva e interconectada.

Hasta hace algunos años los teóricos de un mundo postmoderno o los teóricos de la “nueva Edad Media” como Alan Ming (1982) postulaban la desaparición del Estado que progresivamente sería sustituido por nuevas formas de relaciones políticas o económicas: Por las empresas multinacionales; por la aparición de la nueva sociedad civil internacional de organizaciones no gubernamentales; por organismos de integración supranacionales (como La Unión Europea) o por organizaciones multilaterales mundiales (como la ONU o el Banco Mundial). Incluso, se aduce que los Estados se están desintegrando territorialmente debido a las propias fuerzas internas separacionistas como Cataluña en España por ejemplo o debido a la falta de control efectivo de su poder coactivo dentro de su territorio como en el “México del Chapo Guzmán” o la “Colombia de la Guerrilla”. Esto configuraba la aparición de una “nueva Edad Media” que en ausencia del Estado obligaba al ciudadano a defenderse y a sobrevivir por su propia cuenta.

Sin embargo, observamos que los Estados no están desapareciendo, sólo se están adaptando a las nuevas y complejas realidades internacionales y nacionales. Cada vez hay más Estados en el mundo asentados sobre un territorio determinado que reclaman sus derechos de tener representación internacional en Naciones Unidas como Palestina, por ejemplo. En estas realidades complejas y heterogéneas, los principios nacionalistas que antes eran razón de ser del Estado, su soberanía y su homogeneidad, ya no sirven para transitar del mundo de las ventajas comparativas al mundo de las ventajas competitivas; Ya no sirven para transitar del mundo que vendía y luchaba por materias primas y recursos naturales, que era la razón de ser de la defensa a ultranza de su soberanía territorial, al mundo que vende conocimientos e innovaciones tecnológicas.

Debemos comprender de una vez por todas que la ciencia, la cultura y las ideas no tienen fronteras. No pertenecen a un Estado en particular, son patrimonio universal de la humanidad. En este mundo heterogéneo y complejo, los países cuyos Estados estén atados a principios nacionalistas y no sean capaces de adaptarse a las nuevas realidades internacionales competitivas de ciencia e innovación, no podrán desarrollarse, sino que dependerán de los precios miserables que imponga el mercado internacional sobre sus materias primas y recursos naturales, como lo es lamentablemente el caso de Venezuela.

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