La escasez, el desabastecimiento y la inflación han transformado Venezuela tras dos décadas de chavismo. Visitar cualquier ciudad o pueblo muestra una nación en caída libre. Y Maracaibo, sede de la industria petrolera y motor económico del país con las mayores reservas de crudo del planeta, es el paradigma de este desastre. Así lo reseña xlsemanal.com
Por Texto: Jorge Benezra Briceño / Texto: Jorge Benezra Briceño
EL HAMBRE
Según la ONU, Venezuela es el país latinoamericano donde más crecen el hambre y la malnutrición. La gente se muere por falta de alimentos básicos, pero hay comida. El problema es que no tienen dinero
LA SED
LOS SAQUEOS
En lo que va de año, Venezuela ha sufrido cinco grandes apagones eléctricos. El 7 de marzo empezó el más largo de la historia del país. Durante cinco días, hospitales, fábricas, transporte y suministros quedaron paralizados.
LOS APAGONES
En las calles, las familias hurgan en la basura en busca de comida; mujeres y niños aguardan a las puertas de restaurantes, mercados y centros de distribución de alimentos a la espera de
desechos.
LA MILICIA DEL PRESIDENTE
LA DECEPCIÓN
Esta crisis humanitaria está en el centro de la batalla por el control de Venezuela, pero los tiempos de la política y los de la vida real están muy lejos de coincidir. Mientras tanto, el país se muere lentamente.
ALTA TENSIÓN
«Teníamos más de 12.500 industrias produciendo y hoy no llegamos a las 3000 –señala Ezio Angelini, presidente de la Cámara de Comercio de Maracaibo–. Si no hay una solución pronto, Venezuela colapsará. Ya estamos al límite».
En esta ciudad, cercana a una frontera con Colombia, donde campan a sus anchas contrabandistas, disidentes de la guerrilla y cárteles de la droga, las largas filas para comprar gasolina o alimentos son ya cotidianas; también las protestas por la falta de agua potable y la desolación de sus calles sin alumbrado eléctrico.
Maracaibo es la capital de Zulia, uno de los 23 Estados del país y el primero en contar con alumbrado público gracias a su riqueza petrolera, desde las primeras décadas del siglo XX. Aquí todavía se extrae el 60 por ciento de la producción petrolífera venezolana, aunque, tras años de desastrosa gestión e interminable crisis económica, se ha convertido en símbolo de la anarquía que afecta a todo el país, con 63 asesinatos por cada cien mil habitantes en 2018, tercera ciudad del ranking nacional. El lugar recuerda perfectamente a una zona de guerra, aunque no sea una zona de guerra.
En el Hospital Universitario –principal centro médico–, un doctor cuenta que la gente se muere por falta de alimentos básicos y que, de cada diez pacientes, nueve sufren desnutrición. No es, sin embargo, una hambruna convencional; hay comida, pero nadie tiene cómo pagarla, con salarios que apenas superan los seis dólares.
Al norte de la ciudad, en un barrio miserable y violento, nos topamos con casos aterradores de niños, jóvenes y ancianos malnutridos o con otras enfermedades; no reciben atención y viven entre paredes hechas de retazos y techos destartalados. Son desterrados en su propia patria.
Una maestra cuenta que los niños no asisten a clase porque se desmayan de hambre. En las calles, las familias hurgan en la basura en busca de comida; mujeres y niños aguardan a las puertas de restaurantes, mercados y centros de distribución de alimentos a la espera de desechos. Todos ellos conforman el retrato de un país donde a un 89 por ciento de las familias no les llega para comprar comida. Venezuela, de hecho, es el país latinoamericano donde más ha aumentado el hambre y la malnutrición en los últimos años, según Naciones Unidas.