“Por la unidad nunca es tarde” por Antonio Sánchez García @sangarccs

“Por la unidad nunca es tarde” por Antonio Sánchez García @sangarccs

Asumir el gobierno de la República, poniendo fin y resolviendo su usurpación por la dictadura dominante, fue el imperativo categórico explícito del artículo 233 constitucional. La coletilla no es capciosa: el valor constitucional de un artículo suyo está por encima de las veleidades, caprichos y avatares circunstanciales de la pugna y la enemistad propias de lo político. Es supra constitucional, vale decir: obligante.

Si todos los sectores políticos oposicionistas – desde Henry Ramos Allup, Manuel Rosales y Leopoldo López hasta María Corina Machado, Diego Arria y Antonio Ledezma – respaldaron su aplicación, perfectamente unánimes y conscientes de que era una aprobación plena al poder y constitucionalidad de la Asamblea, electa hacía cuatro años y próxima a su renovación, así como a los partidos ratificados en su dirección el 5 de enero del presente año, fue porque interrumpía la parálisis que afectaba a la lucha por la libertad y abría un cauce poderoso a lo que podrían haber sido las nuevas corrientes correctoras de la política nacional. Convocar a todos los factores nacionales, unirlos bajo una sola dirección colegiada y enseñarle al mundo que la tradicional experticia y sabiduría políticas no habían sido desterradas del quehacer público de los venezolanos, dispuestos a superar pasadas diferencias. Fue una ocasión única. De las que desperdiciarlas es cometer un crimen de lesa humanidad. Era la circunstancia perfecta, ideal para el golpe de timón y la primera ocasión en muchos años de sellar una auténtica unidad de factores en pugna.

Fue un momento histórico, de esos que Carl Schmitt, inspirado siempre por la teología cristiana, a la que considera fundante originaria de todos los conceptos políticos de Occidente, – “todos los conceptos políticos son conceptos teológicos secularizados”, escribió en El concepto de lo político, de 1932 – se atrevió a considerar “milagrosos”. Pues descorren los pesados cortinajes de la historia y permiten entrever el futuro e invitan a dar el paso trascendental para salir de los atolladeros del presente. La presencia aprobatoria y a brazo alzado de María Corina Machado junto a la tarima en la que Juan Guaidó asumió el 23 de enero el cargo de presidente interino de la República, fue no sólo una demostración de tal voluntad unitaria de parte de la mejor y más consecuente exponente de la oposición más dura y consecuente a la dictadura, sino un indiscutible contraste respecto de quienes, miembros del llamado Frente Amplio, no dudaron en expresar su desaprobación o su desencanto con la medida asumida por el diputado Guaidó. Entre ellos, el hasta hoy desaparecido segundo hombre de Acción Democrática, Edgar Zambrano, que no pudo ocultar su desagrado.





No encuentro las razones que han impedido que el diputado Guaidó procediera a formar ese gobierno. Como las causas de su distanciamiento con el sector opositor representado por esas tres figuras esenciales de nuestra oposición y futuro político: la misma María Corina Machado, Antonio Ledezma y Diego Arria. Tampoco comprendo su negativa a reconocer el liderazgo diplomático internacional del embajador Diego Arria, como el de otros de nuestros mejores y más reconocidos diplomáticos, tales como el embajador Milos Alcalay y el embajador Fernando Gerbasi. Sin duda ninguna, por sus cercanías al sector opositor crítico a los de sus conmilitones, copartidarios y amigos de Voluntad Popular, la MUD y el Frente Amplio. En suma: no comprendo las razones que han llevado a Juan Guaidó a desaprovechar estas razones e insistir en situarse de un lado, y sólo de un lado del escenario opositor venezolano. Y de ninguna manera el más representativo de los anhelos populares de la Nación. Aquel que ha rechazado sistemáticamente el uso de la fuerza popular y el concurso de la asistencia humanitaria de todos nuestros eventuales aliados para acorralar y derrocar a la dictadura, pues parten de un diagnóstico alternativo al suyo – el de Maduro no sólo es un mal gobierno sino una dictadura castro comunista tendencialmente totalitaria y constituyente. Ante la cual, elecciones no sólo son infructuosas: ni siquiera aplican.

Que esta profunda diferencia en el diagnóstico de la dictadura que nos somete nos impide una verdadera unidad y convierte nuestras diferencias en escollos insalvables, volvió a quedar de manifiesto una vez más con ocasión de la visita de un aliado de primera línea de ataque del totalitarismo castro comunista en la región y portavoz suyo en el puesto más representativo y delicado de la ONU: la Alta Comisionada de los Derechos Humanos, Michelle Bachelet. ¡Qué distintos hubieran sido los resultados de esa visita si en vez de encontrar una oposición dividida, nos hubiera encontrado unidos como un solo hombre contra la tiranía! ¡Y una gigantesca manifestación de repudio a los tejemanejes del castro comunismo bacheletiano le hubiera expresado su repudio a sus sucias maniobras legitimadoras!

Cada día que pasa puede constituir un plus o un minus en nuestra acumulación de fuerzas, si nuestro común propósito es desalojar a la tiranía y restablecer nuestro Estado de Derecho. Juan Guaidó, por sí solo, así tenga las mejores intenciones y sea acompañado por los miembros de la Asamblea Nacional y la directiva de su partido, será absolutamente insuficiente para alzar a nuestro pueblo y encabezar una insurrección liberadora. Descabezado y carente de un gobierno nacional, único y representativo, está condenado a la impotencia y el fracaso. Bastará abrirse generosa y sabiamente a todos los sectores opositores, para que se reencauce nuestra lucha y avancemos hacia nuestra liberación. Conformarse con esta cohabitación espuria y decadente es la peor de las alternativas. Nos llevara a la ruina de la sociedad y al fin de la República. La historia no los perdonará. Les pasará una pesada factura.