El papa Francisco cargó contra la arrogancia, la ira y la ambición, y animó a las personas a compartir con los demás, durante la misa del Corpus Christi que presidió en el barrio romano de Casal Bertone.
“Es triste ver con qué facilidad hoy se maldice, se desprecia, se insulta. Presos de un excesivo arrebato, no se consigue aguantar y se descarga la ira con cualquiera y por cualquier cosa”, lamentó Francisco.
El pontífice argentino criticó que, “a menudo, por desgracia, el que grita más y con más fuerza, el que está más enfadado, parece que tiene razón y recibe la aprobación de los demás”, y pidió que las personas no se dejen “contagiar por la arrogancia” y las lamentaciones.
Jorge Bergoglio también observó que las personas siempre buscan “aumentar las ganancias” y preguntó cuál es el propósito: “¿Dar o tener? ¿Compartir o acumular?”.
Apuntó a que “la ‘economía’ del Evangelio multiplica compartiendo, nutre distribuyendo, no satisface la voracidad de unos pocos, sino que da vida al mundo”.
Por eso, frente a la arrogancia, el egoísmo, la ira y la ambición, Bergoglio apostó por la necesidad de que los seres humanos practiquen dos verbos “esenciales para la vida de cada día: decir y dar”.
Dos acciones necesarias en las sociedades actuales, hambrientas “de amor y atención”, que sufren “la degradación y el abandono”, y en las que hay tantas “personas ancianas y solas, familias en dificultad” y “jóvenes que luchan con dificultad para ganarse el pan y alimentar sus sueños”.
La festividad del Corpus Christi fue instituida por el papa Urbano IV en 1264, debido al llamado “milagro de Bolsena”.
En 1263, un sacerdote bohemio, Pedro de Praga, se dirigía hacia Roma cuando se detuvo en la cercana localidad de Bolsena para oficiar misa. El cura dudaba de la presencia real de Cristo en la Eucaristía y pidió a Dios una “señal”.
De manera imprevista, según la tradición católica, algunas gotas de sangre salieron de la hostia consagrada, cayendo sobre el corporal, el lienzo que se extiende en el altar, encima del ara, para poner sobre él la hostia y el cáliz. La tela se guarda en la catedral de Orvieto, en el centro de Italia.
EFE