Durante todo el sábado estuve muy conmovida por el asesinato tras graves torturas del Capitán de Corbeta Rafael Acosta Arévalo, encontrándose bajo custodia de organismos del Estado.
No pude dejar de ver las redes que poco a poco fueron informando sobre su estado de salud en el momento de ser presentado ante el Tribunal Militar Tercero de Control, tribunal en el cual han desfilado un número muy alto de militares detenidos y torturados durante los últimos años. Este es el tribunal el que lleva la causa de Paramacay donde hay más de 60 imputados, en su mayoría torturados.
Al finalizar la audiencia preliminar se hizo público algunos de los testimonios de horror que fueron expuestos por los detenidos durante sus torturas, dejando sin palabras a sus defensores.
Han sido muchos los militares que han sido torturados durante años. Personalmente creo que comenzaron a ser más crueles en el 2014 cuando el famoso “Golpe Azul”. Nunca se me va a olvidar al abogado Alonso Medina Roa dando una declaración en una plaza pública sobre uno de sus defendidos -que fue primero secuestrado y hasta recompensa pidieron a su esposa quien estaba en etapa final de embarazo- torturado al punto de ocasionarle una hemorragia subaracnoidea por los golpes recibidos en su cabeza, porque fue colgado por los pies como una piñata y lo dejaban caer al piso, además de asfixias con bolsas, golpes, descargar eléctricas, entre otros métodos.
Luego lo liberaron y a la hora ya contaba con una orden de captura, por lo que fue detenido en condiciones de salud graves. Para esa fecha fueron varios los que sufrieron este trato, pero las autoridades que aplicaban estos métodos eran más cuidadosos al dejar las marcas y los ponían como se dice coloquialmente “bonitos” para llevarlos a tribunales.
Sin embargo, el silencio de algunos fue alimentando la maldad con la impunidad: a ninguno les importaba, solo a las familias que debían de enfrentar los traumas de las torturas de sus seres queridos. No olvido tampoco las imágenes del General Ángel Vivas, de su columna vertebral fracturada y como, hoy en día su cuerpo es el reflejo de lo que pasó en manos de los esbirros.
Pasaron tres años en medio de detenciones y torturas a personal militar pero nadie hablaba, nadie decía nada, hasta la detención del Capitán Juan Carlos Caguaripano Scott y el Teniente Jefferson García Dos Ramos, en las que fueron mostradas fotos como trofeos a las horas de su captura con signos de torturas. Muchos ya conocen por qué fue público el resultado del examen médico forense de uno de ellos, pero en medio de todo ese panorama dantesco que sufrieron los acusados de ese caso, sólo había “SILENCIO” (aún no se si por cómplices o por cobardes) por líderes de oposición, muy pocos alzaron su voz por ese grupo de venezolanos a los que se violan sus Derechos Humanos.
Es así como pasamos al asesinato -en vivo- de Óscar Pérez y seis valientes más, incluyendo una la de un bebe que venía camino y tenía derecho a vivir, por un exceso de fuerzas militares para asesinar a quienes ya estaban rendidos y sólo solicitaban presencia del Ministerio Público para que se les resguardara de ser cruelmente torturados, y muchos nuevamente hicieron SILENCIO, silencio que a mi parecer fue para ese momento cómplice y alimentó a una bestia que ha ido creciendo por la indiferencia de quienes debieron alzar la voz y defender los Derechos Humanos de cada uno de ellos.
Otro de los casos más abominables fue el asesinato del diputado Fernando Albán que -aunque no está muy claro sus circunstancias de muerte- la teoría que tiene más fuerza según pruebas es que fue torturado hasta la muerte y luego lanzado de un piso 10 para tapar el crimen, que muy personalmente creo se pudo evitar si se levantaban las voces en contra de las torturas y violaciones de DDHH unos meses antes. Pero ya la bestia había despertado y crecido muy fortalecida por la indiferencia.
Solo bastaron una meses para que comenzaran a aplicar las mismas técnicas -ya no solo a militares sino ahora con civiles- y eran más y más los que se depositaban en los sótanos de la muerte y eran sujetos a torturas físicas y psicológicas muy graves.
Hoy día ya hay videos y fotos que se han filtrado y los han hecho público, declaración de quienes han logrado salir del país y alzar su voz: la Organización de Estados Americanos (OEA) y la Organización de las Naciones Unidas (ONU) ya tiene pruebas y conocimiento de lo que ocurre y aun así el 29 de junio muere víctima de torturas el Capitán Acosta Arévalo.
El solo hecho de leer que llegó en sillas de ruedas, con los ojos perdidos, sin poder hablar y sólo logro pedir “AUXILIO” a su abogado, me parte el alma en mil pedazos, es desgarrador.
¿Saben el infierno que vivió sus últimas horas de vida en manos de humanos que se han convertido en demonios que no saben lo que es la piedad y ya perdieron totalmente su humanidad, que gozan y sienten satisfacción en ejercer dolor y daño, poseen un sadismo enfermizo porque para ocasionar hasta la muerte deben ser psicópatas? No imagino cómo debe sentirse en este momento su esposa, ¿Cómo le explica a sus hijos que no podrán ver más a su padre y el por qué?¿Que sus últimas horas de vida no pudo estar con él mientras agonizaba? Ahora perdió a su esposo, a su amado de una forma que jamás podrá superar.
Para Waleska Pérez de Acosta mis más sinceras y profundas condolecías, no puedo más que abrazarte en la distancia y seguir luchando por la justicia de todos estos casos atroces. Se tiene que hacer justicia por cada caso de violaciones de Derechos Humanos en Venezuela.
Yo nunca olvidaré el momento en que me dijeron en las condiciones en la que mi esposo fue presentado en tribunales, y sus graves lesiones, incluyendo el desprendimiento de sus testículos y la forma en como fueron suturados en la parte posterior de una camioneta sin anestesia –como un animal-, las infecciones de sus heridas, cuando estaba orinando sangre, y en el momento de ser presentado ante el Tribunal Tercero de Control Militar no podía ni caminar y eran evidentes hematomas por todo su cuerpo, deformidad en sus manos y pies. Cuando mi esposo trató de desvestirse durante la audiencia y mostrar sus heridas, se le fue impedido.
Como familia -y humano, por supuesto- al escuchar estas condiciones de un ser querido te invade una sensación que no se puede explicar: tu cuerpo se desvanece, escuchas un zumbido en el oído, tus manos tiemblan, tu pecho se contrae al punto de no dejarte casi respirar, se te nublan los ojos y sale de ti un mar de lágrimas que no puedes controlar. Solo salí y me senté a llorar casi por una hora tratando de imaginar como él se encontraba en ese momento, ¿qué podía estar pensando? ¿Cómo le decía a sus padres la condición de su hijo quien permanecía en desaparición forzosa? ¿Cómo debía explicarle a mi hija algún día las atrocidades que sufrió su padre? Todo esta situación sucedió y sin saber si lograría sobrevivir, ya que su condición era critica.
¿Cómo no sentirme mal por esta nueva muerte bajo esta circunstancia? ¿Cómo no solidarizarme con la familia de cada torturado si me ha tocado en carne propia pasar noches de insomnio recordando todas las injusticias que son permitidas, porque si hay algún organismo del Estado que desea investigar algunas personas y hechos, que investiguen?
Pero ¿porque llegar a esos extremos con tanta saña?, y para colmo no se sacian con lo que le hacen a los detenidos sino que torturan psicológicamente a sus familiares disfrutando las angustias, lágrimas y desesperación de los padres, esposas(os) e hijos (as) de cada torturado.
Hoy no me queda más que aferrarme a mi fe en Dios para que se haga justicia, para que cada torturado sane en sus manos, ya que la asistencia médica se les niega, para que el Todopoderoso sea el consolador de las familias de los asesinados que deben enterrar a su ser amado muerto de forma tan inhumana.
Esas rejas de las mazmorras deben ser abiertas para que cada preso político vea nuevamente la luz del sol en libertad. Venezuela siempre fue un país alegre y hermoso, pero hoy se ha convertido en un lúgubre lugar, donde los sentimientos que imperan son la tristeza, la ira, la venganza, el odio, la injusticia, la indiferencia y el dolor.
Me niego aceptar que mi amado país está perdido en la oscuridad, no sé cómo o cuándo pero esto debe acabar. Quisiera despertar un día y sentir que todo terminó.
Mientras esto ocurre, no pierdo la esperanza y la fe, debo llenarme día a día de fortaleza para seguir luchando y no rendirme, por mi hija, por mi familia y por muchas otras razones.
La libertad llegará y con ella el regocijo, no obstante, la cicatriz quedará y se convertirá en nuestro recuerdo de una época oscura que se logró superar, pero con sangre y mucho sacrificio de valientes que dejaron sus vidas para lograr la libertad.
Irene Olazo Mariné