El bolívar como moneda dejó de existir. De los tres atributos que debe tener una moneda que se precie de tal, es decir servir de medio de intercambio, unidad de cuenta y reserva de valor, el bolívar literalmente casi no conserva ninguno de los mencionados atributos. El proceso de hiperinflación ha sido tan virulento que la tasa de cambio del bolívar respecto al dólar se ha depreciado más de 50% en el mes recién finalizado. Con un ejercicio de simple agregación de la cantidad de ceros que le quitaron al bolívar en enero de 2008 y agosto de 2018, situaría la cotización de un dólar en Bs. 1.200.000.000.000, es decir para comprar hoy un dólar se requerirán un billón doscientos mil millones de bolívares de 2008.
Esta pulverización del valor del bolívar es la consecuencia directa de un menú de políticas destructivas que se originan en un déficit fiscal financiado con impresión de dinero. Déficits fiscales que en los últimos cinco años han promediado 15% del PIB, del cual más de la mitad se financia con creación de dinero por parte del BCV, indefectiblemente tenía que degenerar en una hiperinflación, como efectivamente sucedió. Sin embargo, el tema fundamental hoy es el definir una política para detener la hiperinflación, lo cual pasa obligatoriamente por restaurar la sanidad de las finanzas públicas y que el BCV no emita dinero de la nada, sino más bien de forma orgánica, según la cantidad de reservas internacionales que posea y activos internos genuinos. Pero ello no es suficiente. A estas alturas de la crisis hay que hacer otra cosa y ello implica la sustitución del bolívar por una nueva moneda, anclada en una relación fija con el dólar y que esa moneda no se pueda devaluar durante un tiempo razonable.
Eso fue lo que hicieron Alemania, con el plan fue coordinado por Ludwing Erhard en 1948 mediante el cual se sustituyó el marco real por el marco alemán, una vez desmontados los controles heredados de los nazis y de allí nació la economía social de mercado, Brasil con la creación del real en 1994 y Bolivia, el 29 de julio de 1985 cuando se aprueba el Decreto Supremo 21.060 que permitió instituir el boliviano en sustitución del desprestigiado peso. Algo similar aplicaron Israel en 1985, Perú en 1992, entre tantos otros países que en medio de una hiperinflación adoptaron medidas fiscales y monetarias para estabilizar sus economías y simultáneamente sustituyeron sus monedas ya desgastadas por la inflación y devaluaciones sucesivas.
En Venezuela hay que implantar una nueva moneda nacional porque cualquier programa económico va a tener la impronta de un bolívar que ha pasado por dos reconversiones monetarias fracasadas y que por tanto el público no le va a tener confianza. Se procedería a definir una tasa de conversión de los actuales bolívares a la moneda que se va adoptar y ésta se fija con una tasa de uno a uno con el dólar, sin que esa paridad se pueda modificar durante cierto plazo, ello precedido por una acuerdo de financiamiento externo masivo y una reorganización profunda de la economía. Con el Plan País se abre una oportunidad para pensar en esta opción para alcanzar la escurridiza estabilidad monetaria en Venezuela y poder así mejorar los salarios de los venezolanos.