Entre la vasta lista de frases que se le atribuyen a Stalin destaca aquella destinada a establecer infeliz y cínica comparación entre la muerte de una persona y la muerte de millones de seres humanos, en el sentido de señalar que la primera, en sí misma, representaría una tragedia, mientras que las segundas, vistas en conjunto, apenas llegan a formar parte de la estadística. Más allá del insulso acto de discutir en torno a cuán veraz resulte ser la autoría de dicha cita, dado el caso que tan aborrecible personaje no necesita que se le inventen expresiones y actos para sumarlos al largo memorial de agravios que le infligió a la humanidad entera, lo importante de ella es la advertencia de cómo el sufrimiento de la gente se diluye al presentarlo como simple porcentaje de todos los que pueden construirse en determinado contexto social. Esto no debe desdeñarse.
En su más reciente informe denominado «Alerta Temprana sobre Seguridad Alimentaria y Agricultura Abril-Junio 2019», la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés) ubicó a Venezuela entre la decena de países del orbe con mayor deterioro de su seguridad alimentaria. Las razones de esta ubicación en el top ten del espanto son tan elocuentes que termina siendo ocioso profundizar en la explicación del asunto: se constató que en apenas cuatro años (de 2013 a 2017) se multiplicó por tres el porcentaje de personas malnutridas en el país (de 3,6% pasó a 11,7%) y se contabilizó que algo más de 90% de los hogares venezolanos no percibe ingresos económicos suficientes para satisfacer la mera compra de alimentos. ¿Vestirse, curarse, transportarse? Olvídese. No es tiempo de sutilezas. ¿Recrearse, adquirir vivienda, pagar la educación de la prole, reparar un electrodoméstico? Déjese ya de disquisiciones insolentes. Y, ¡ojo! que no se diga que hay “sesgo ideológico” en el planteamiento aquí expuesto. Las cifras fueron aportadas por el mismo ente que por años alabó sin criticidad alguna las políticas alimentarias de la autodenominada revolución bolivariana.
Si tomamos en cuenta que por los efectos de la diáspora los venezolanos somos hoy en día aproximadamente 26 millones de habitantes, lo que en líneas generales apunta el referido informe de la FAO es que poco más de 20 millones de venezolanos no gana lo suficiente para comprar la cantidad de alimentos mínimos que le permitan cubrir las 2.000 calorías que, en promedio, requiere consumir cada día. ¿Traducción del cuento? Hambre; así de sencillo. No en balde, para casos como los de Venezuela, la FAO habló de … ” surgimiento de una emergencia o un deterioro significativo de la situación actual de su seguridad alimentaria (…) con efectos potencialmente severos”…
Con los datos anteriores, se entiende la alerta, pero quizás no se comprende la tragedia. La valoración completa de la desgracia nacional pasa por ponerle nombre y apellido al espanto en cuestión. Haga usted el ejercicio. No es difícil, sólo requiere que vea a su alrededor. La angustia y el sufrimiento descritos en el informe de la FAO son los de Manuel, el chico que le despacha el café en la panadería, el que gana salario mínimo como casi 60% de la población empleada en Venezuela. O sea, el que día tras día, por ocho horas de trabajo, recibe 13 mil bolívares. Haga el cálculo y dígame cuántas empanadas puede comprarse al terminar la jornada. Póngase creativo, extienda las fronteras del ejercicio. Vaya un día al salón de clases de la universidad donde estudia su hijo, el mismo que quizás espera graduarse para irse del país, y mire a los ojos al profesor con categoría asistente que está formando a su muchacho. Algo más de dos salaros mínimos en total es lo que cobra ese profesional que se llama Iván. Pregúntele, por no dejar, cómo pagó el transporte para llegar a impartir la clase. ¿Me explico lo suficiente?
Contradictoriamente, hay informes técnicos que muy poco dicen al decir mucho. Todas las lágrimas corren por el rostro de un ser humano. No son gélidas estadísticas.
@luisbutto3