La encuesta Delphos dice que hay un 2,5% de personas felices en Venezuela. De ese 2,5%, los hombres son menos felices que las mujeres. Pero hay un hombre que es más feliz que todos. Es Diosdado Cabello. Es el hombre nuevo del socialismo chavista. Y es el militante, el dirigente duro de la revolución. De esa manera asume su rol. Lo asume cuando ataca a Juan Guaidó y le dice Juanito Alimaña, y es feliz por eso. Lo asume cuando señala que a la Asamblea Nacional que preside Guaidó no hay que disolverla porque ya está eliminada, y el disfruta con eso. Cabello goza cada vez que ataca. Cada vez que toma la ofensiva. Y no puede ocultarlo.
Por Juan Carlos Zapata / Konzapata
Diosdado Cabello es feliz cada vez que la Asamblea Nacional Constituyente (ANC) allana la inmunidad parlamentaria de un diputado. Cada vez que queda avisado un dirigente de la oposición de que alguna medida vendrá contra él. Disfruta lo que dice y el miedo que se está apoderando del otro que quizá lo esté oyendo en ese momento. Cabello es feliz cuando desde la presidencia de la ANC condena. Y cuando desde el programa Con el mazo dando, amenaza y también condena. Es feliz poniendo equis o colocando puntos. Es feliz calificando con buenas notas a Claudio Fermín y descalificando a Henry Ramos Allup. Es feliz porque lo aplauden. Y es feliz sabiendo que los opositores lo ven y lo siguen en el programa. Es feliz por la condena que hizo de él y su programa el Informe Bachelet. Ni las sanciones de los Estados Unidos, dice él, le quitan el sueño.
Cabello descubrió un estilo. Lo descubrió con Hugo Chávez. Cuando fue a trabajar con este en calidad de ministro de la Secretaría de la Presidencia. Chávez le dijo. Diosdado yo no quiero gerentes. Quiero que hagas política. Pero Cabello no hace política. Hace otra cosa. Hace terrorismo institucional. O terrorismo de Estado. Cabello se montó en una tarima y le gritaba a la oposición: Chávez los tiene locos. Y se iba a otra tarima y amenazaba a Alberto Federico Ravel -entonces estaba en Globovisión- de que iría por él si algo le pasaba a Chávez.
Y Cabello llegó a la Asamblea Nacional. Y se alzó con la presidencia a pesar de Chávez. Y entonces el estilo le brotó por los poros. Porque lo hacía feliz. Y la felicidad lo inflaba tanto que casi no cabía en el traje.
Ahora en la ANC Cabello sabe que tiene un poder. No le importa que la ANC no sea reconocida por el mundo. Le basta con que cada acto sea un golpe efectivo en el país, que se acata y se cumple. Y eso le hace feliz. Maduro tiene que jugar a la apariencia política. Cabello no. Cabello dice que no habrá elecciones presidenciales y que la negociación con Juan Guaidó era inútil porque allí no había nada que negociar y eso lo hacía feliz. Y decía que lo único que habría eran elecciones parlamentarias. Y eso lo hacía feliz. Y presionaba para la ruptura de esa negociación, y eso lo hacía feliz. Y se rompió la negociación, y es más feliz porque ahora puede dar los pasos que había pensado durante este tiempo: arremeter contra la Asamblea Nacional (AN).
“Eso ya está eliminado, nadie le para, eso no funciona, no hacen quórum, aprueban cosas entre ellos y no las cumplen”. Dice esto y es feliz. “Andan diciendo que vamos a eliminar la AN, pero si eso está eliminado solo. Por cierto, no se vayan de vacaciones porque le vamos a hacer la vida imposible en esos 20 días”. Afirma esto y es feliz. “Hoy esa asamblea nacional solo ha trabajado para robarse los activos de Venezuela (…) si usted no tiene para medicinas ya usted sabe a quién culpar”, dice esto y es feliz.
Y para mayor felicidad, la ANC designa una comisión para estudiar el asunto de las elecciones parlamentarias, lo cual lo hace feliz, pero más feliz, si se toma en cuenta que él es quien la preside y establece las reglas. Le está diciendo a Guaidó. Estas advertido. Y es feliz. Hace una semana dijo que vendría la ofensiva y la ofensiva se ha puesto en marcha, y como Maduro le compró la idea completa, es todavía más feliz.