“La muerte blanca”: La experiencia del francotirador finlandés que mataba cinco rusos al día

“La muerte blanca”: La experiencia del francotirador finlandés que mataba cinco rusos al día

Simo Hayhä durante la guerra contra los soviéticos Foto: Archivo / EL MUNDO

 

En todo conflicto hay dos tipos de batallas. Están las que se libran en los despachos frente a grandes mapas, moviendo figuritas que representan a ejércitos enteros sobre países como casillas del Risk. Pero luego están las guerras a pequeña escala, las de verdad, las que se disputan entre personas de carne y hueso en una colina, un desfiladero, un puesto de observación o una trinchera. La primera de ellas tiene mucho de virtual y nadie sabe quién vende hasta que no llegan los informes desde el frente. En la segunda gana siempre Simo Häyhä. ¿Y quién es Simo Häyhä? Simple y llanamente el francotirador más letal de la Historia.

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Por: El Mundo

Apodado por sus enemigos rusos como La muerte blanca, conserva un récord difícil de alcanzar: 505 soldados enemigos abatidos en sólo 105 días de la llamada guerra de Invierno (1939-1940) entre Finlandia y la URSS, uno de los conflictos tangenciales a la Segunda Guerra Mundial, y en un contexto tan difícil y a la vez tan favorable a su naturaleza como los paisajes nevados en Escandinavia, con temperaturas que iban de los 20 grados bajo cero hasta los 40 bajo cero, un infierno helado. Esa cifra de muertos la logró, además, con un fusil estándar M28 Pystykorva sin usar mira telescópica, lo que multiplica la dificultad, pero a la vez impedía que el brillo del cristal delatara su posición y se empañara por el frío extremo. Este y otros trucos, como compactar la nieve de su hoyo de tirador para que no se desprendiera con el disparo, o meterse nieve en la boca para que el enemigo no pudiera ver el vaho de su aliento, están reflejados en sus memorias, La muerte blanca, que acaba de publicar La Esfera. Este libro está escrito por Tapio Saarelainen a partir de muchas conversaciones y visitas a los escenarios de la batalla con el tirador. No sólo es un excelente narrador, sino que es francotirador en el ejército finlandés, igual que Häyhä, que medía sólo un metro y medio y era escurridizo como un zorro.

Saarelainen ofrece información técnica de los aciertos de La muerte blanca en el campo de batalla, pero asegura que se deben más al instinto que al conocimiento: «Simo Häyhä no disponía de información. Era un cazador y un tirador de élite, no un matemático». Cada recorrido, cada movimiento, cada espera se convierte en un estudio minucioso del terreno, de cada tronco, cada depósito de nieve y cada animal del bosque. El enemigo se esconde pero cambia siempre algo. Hay pisadas, pájaros que dejan de cantar, un trozo de corteza que cae en la nieve… Lo memoriza todo. En cuanto el enemigo da la cara, apunta y no falla. Siguen sin verle. Carga el arma. El eco difunde el sonido y confunde. Otro disparo, otro muerto. Su acierto es sobrecogedor: 4,8 abatidos cada día. Los francotiradores enemigos le buscan, pero nada se mueve. No hay brillos, ni movimiento, ni humo. Nada. Otro disparo, otro muerto. Häyhä fue un funcionario de la muerte tan frío como el entorno en el que podía estar horas tumbado y cubierto con un abrigo blanco. Aprende a cazar gracias a su padre, que le enseña que es tan importante la puntería como el momento de apretar el gatillo. Una buena técnica asegura un desvío mínimo, pero una mala práctica te condena. Bala que no acierta revela tu posición y le da una oportunidad al enemigo. En su caso, el enemigo eran las tropas de Stalin, superiores a los finlandeses en una proporción de 10 a 1.

Su fama provocaba pavor entre los rusos, que le enviaron sus mejores francotiradores para acabar con él, sin ni siquiera localizarlo, y le echaron encima enormes bombardeos de artillería para hacerlo salir de su posición. Evidentemente, siempre llegaban tarde. Pero tanto acero caliente le dispararon que era cuestión de estadística que algún trozo le acabara alcanzando. Una bala explosiva lanzada al azar le hirió el 6 de marzo de 1940 deformándole el lado izquierdo del rostro. Sus compañeros le rescataron cuando se encontraba en coma. Tardó una semana en volver en sí, justo cuando se firmó la paz entre la Unión Soviética y Finlandia, por lo que no tuvo que volver a disparar a soldados enemigos y volvió a cazar alces en el bosque, como le enseñó su padre, justo en la frontera con Rusia.

UN GÉNERO DE CULTO

La literatura de francotirador se hace hueco entre las poblicaciones dedicadas a asuntos históricos. La fascinación por estos guerreros solitarios, cazadores capaces de mantenerse horas consigo mismos para abatir a sus presas, ha ofrecido unos cuantos libros muy reseñables: ‘El francotirador’, de Chris Kyle, llevado al cine por Clint Eastwood; ‘El último francotirador’ de Kevin Lacz, es la historia de un tirador de élite en los Navy Seals que acabaron con Bin Laden; ‘La francotiradora de Stalin’, una autobiografía de Liudmila Pavlichenko traducida por primera vez para los lectores españoles, y ‘Memorias de un francotirador en Stalingrado’, escrito por Vasili Záitsev. Entre todos ellos juntan cientos de enemigos muertos, pero sobre todo una experiencia dura y terrible en campos de batalla donde la esperanza de vida nunca superaba las 24 horas.

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