Ser la esposa de un militar preso en Venezuela: Cruz María de Baduel (II)

Ser la esposa de un militar preso en Venezuela: Cruz María de Baduel (II)

Eduardo Ríos / LaPatilla

 

Cruz María de Baduel tiene 54 años de edad, de los cuales los últimos 10 los ha pasado entre visitas carcelarias a su esposo, sus responsabilidades de madre de dos menores de edad y el acecho de funcionarios de seguridad del Estado a toda hora.

Raylí Luján / LaPatilla

Su vida cambió radicalmente aquel día en que el general Raúl Isaías Baduel, exministro de Defensa de Hugo Chávez (2006-2007) era detenido por segunda vez, sin probabilidad de salir en libertad pronto.

Corría el año 2009 cuando a Cruz y a sus dos hijos menores de su matrimonio con Baduel les tocaba replantearse la vida. Como ella misma lo expresa, los amigos dejarían de ser amigos y solo los verdaderos podrían ser contados con los dedos de las manos y aún así sobrarían.

“Se te cierran las puertas no solo a ti sino al entorno. Allí es cuando comprendes que todos los que tu crees que son amigos no lo son verdaderamente. Unos lo llamaban traidor, otros lo que siempre ha pasado y siempre han dicho decían: ‘Bien hecho porque él lo rescató (a Chávez), porque era su compadre’. Falso, él no era compadre de Chávez en ese momento. Chávez bautizó a mi hija menor en 2007”, explica Cruz en entrevista exclusiva para LaPatilla.com al insistir que su esposo solo se encargó de rescatar el hilo constitucional en Venezuela en el año 2002. 

En esta segunda detención, Cruz creía estar mejor preparada. Ya habían sufrido en 2008 un hecho similar. Baduel y su familia habían sido abordados en el sector El Limón en el estado Aragua por funcionarios de la DIM (antigua Dirección de Contrainteligencia Militar), quienes frente a sus hijos de 5 y 2 años y otros pequeños allegados a ellos lo arrastraron hasta los vehículos oficiales. La escena fue petrificante para todos. El general salió al día siguiente con prohibición de salir del país. 

En abril de 2009 no fue así. En medio de alertas de alto nivel y llamadas con ofrecimientos para cargos superiores a las que Baduel seguía negándose, otro grupo de hombres armados sin identificación les abordaron cerca de su hogar.

“Pensé que podía de alguna manera salir en algún momento determinado, que sería para asustar o amedrentar, pero no, era una realidad. Él me acababa de buscar luego de una terapia del hombro que yo estaba cumpliendo. Él estaba en bermudas, alpargatas y chemise. Había un funcionario del lado derecho que apunta a mi cabeza, y yo en ese momento solo le pregunte: ‘¿Usted me va a disparar?’, al él decirme que no, yo tomé mi teléfono celular y le indiqué que entonces haría una llamada”, cuenta Cruz. La adrenalina le recorría el cuerpo. Cuando los funcionarios deciden cortar el cinturón de seguridad de su esposo, ella se enfrenta a ellos una vez más y lo impide. 

Eduardo Ríos / LaPatilla

 

No pensó que reaccionaría así pero tampoco había imaginado nunca este extremo de represalia en su contra. Baduel fue condenado en 2010 por presunta sustracción de dinero de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana y abuso de poder. Fue recluido en la cárcel militar de Ramo Verde. Al cumplir seis años y ocho meses le fue otorgada la medida de libertad condicional con restricción de salida del estado Aragua, prohibición de declarar a los medios y régimen de presentación, que dos años más tarde se le revocó con nuevas acusaciones de traición a la patria e instigación a la rebelión.

La pesadilla de Ramo Verde

Luego de permanecer en “La Tumba” en la sede del Sebin de Plaza Venezuela, Baduel fue trasladado a las instalaciones de la Policía Militar en Fuerte Tiuna. El trato que reciben familiares durante las visitas es de indiferencia. “Son secos, es su entrenamiento y uno trata de entender”, sentencia Cruz, quien se estremece al compararlo con Ramo Verde.

“En Ramo Verde si vivimos la historia de amor, dolor y terror. Ambos niños y yo fuimos desnudados desde pequeños, incluso delante de cámaras, en una oportunidad me desnudaron y me dejaron en ropa interior, no me daban la ropa hasta que a la funcionaria le dio la gana y me preguntó si yo sentía pena. ‘Por supuesto que siento pena, si tuviera el cuerpo como Brooke Shields, modelaba, pero soy una mujer de 50 años’, le contesté. La niña duró un tiempo sin ir porque en una oportunidad cuando la fueron a desnudar, se metió los dedos en los bolsillos y empezó a gritar que no tenía nada. Fue desesperante. Al varón también”, detalla.

La administradora de seguros mercantiles recuerda cómo la subida de la montaña para acceder al centro de reclusión de su esposo les ha dejado marcas en su memoria. “El subir esa cuesta tan grande, lloviendo, orando. Cuando subía con la hija mayor de mi esposo, llorábamos y nos secábamos las lágrimas rápido para que los presos no se dieran cuenta. Tengo 3 hernias cervicales a raíz de esas subidas, pero para ellos no vale”.

El acoso y las torturas

Los ataques en contra de su familia han estado siempre presentes. Provienen de distintas direcciones. Uno de los primeros atentados ocurrió cuando su hijo mayor con Baduel tenía apenas unos meses de nacido. “Intentaron quemarnos vivos en el apartamento estando el bebé pequeño y de ahí quedó asmático. No hubo responsables. Nunca ha habido responsables tampoco de los daños a los carros. Yo perdí la tiroides de nódulos por estados de ansiedad”, agrega Cruz.

Dice que en los últimos años se ha complicado su salud. Es paciente renal pero evita en la medida de lo posible molestar demasiado en los centros de atención hospitalaria designados para ella y su familia por temor a represalias en contra incluso de quienes le atienden. “Uno va al Hospital Militar pero evita no molestar, porque incluso hay gente que teme, porque se han encargado de amedrentar a la gente que está alrededor. A ajenos, propios, familiares. Siempre de alguna manera directa o indirectamente uno es amenazado. Hubo un momento en que recibía llamadas, la presencia de los vehículos que te siguen permanentemente, ver cómo están los funcionarios allí”, apunta.

Su día a día se reduce en estar en casa o salir a lo estrictamente necesario. “Cuando está todo muy fuerte, me encierro en la casa, en oración. Soy de mi casa, de estar mucho tiempo en casa, a menos que esté trabajando. No estoy activa laboralmente, algunas cosas ligadas a mi carrera las hago a través de terceras personas, pero ahorita los seguros están por el suelo. Cuando salgo, salgo a lo que tengo que hacer, al mercado, al médico, al colegio”.

Eduardo Ríos / LaPatilla

 

Además de la persecución, a los Baduel les toca lidiar con los rumores y la desinformación de lo que ocurre tras las rejas. Las torturas a presos políticos y militares están a la orden del día y una vez que se conoce de ellas públicamente no se apartan del pensamiento de los familiares.

“Son duras, las he visto. He visto gente después de las torturas, gente amiga que ha pasado por ello y me pregunto: ‘¿En qué momento retrocedimos?, ¿Por qué?, ¿Fue que a ellos les hicieron esto en algún momento?’. Se sufre, te angustias, te da temor, miedo, porque no sabes hasta dónde son capaces de llegar. En mis oraciones, y sé que sonará extraño, pero cuando oramos, incluimos en nuestra oración a quienes se prestan para ese tipo de bajezas, para que Dios toque sus corazones, no solo por el bien de ellos sino por sus familias, por sus hijos. La vida es una rueda que nunca frena, no sabemos dónde estaremos el día de mañana”, apunta.

Ser madre entre los señalamientos

Cruz María reconoce que se siente agotada, física y mentalmente. Uno de sus hijos mayores se vio forzado a migrar a consecuencia de las amenazas. Sus hijos más pequeños quedaron solos con ella. “No es fácil cuando se tiene menores”, expresa. De las pocas veces que han sido reconocidos en la calle, algunas recibieron solidaridad y abrazos, otras burlas e insultos.

“Hubo momentos en que la gente insultaba, recuerdo una vez que mis hijos iban al colegio de madrugada a las 5 de la mañana, la niña estaba en preescolar y el niño empezando la primaria, pasó un vecino y empezó a decirnos de todo, mis hijos lo miraban sorprendidos, le dije a mi mamá que no dijera nada, pero eso nunca lo podré borrar de mi mente. Hoy en día es nuestro amigo y nunca le he dicho nada, nunca le he reclamado y le pido a Dios no hacerlo porque ya no vale la pena, fue su momento y que Dios lo perdone. Él decía que todo era culpa de que Baduel lo había traído (a Chávez), con todo los adornos y seudónimos, y yo decía: ‘¿No es más sencillo que se lo digan a él? Que se le pregunten por qué lo hizo y que ignoran de por qué lo hizo. Hay cosas que mucha gente no sabe”, mantiene.

El hijo mayor de Cruz con el general retirado del Ejército ha estado en tratamiento en varias oportunidades. La niña menor ya comienza la adolescencia y es seguro que no podrá vivirla a plenitud. “Es una niña que ha sido un poco insegura, temerosa, quiere salir y vivir como sus amigas, tener a su familia unida. Me acuerdo que de pequeña ella decía que quería saber lo que era caminar por la playa con su papá agarrada de la mano. Todos los cumpleaños que recuerda han sido en una cárcel”, explica.

Ser madre y dedicarse a su esposo en prisión no ha sido fácil. Ha recibido llamadas de apoyo pero siempre con la distancia necesaria para no ser afectados por la situación. Se resguarda en las esposas de otros presos. Se asisten en comida, medicamentos. “Es como una cofradía que se crea y que no puedes evitar y siempre se busca la manera de apoyar, porque estamos todos inmersos en una situación de mucho dolor”.

Cruz encuentra el punto de equilibrio en Dios. Como estudiante de teología cree en la fe como convicción y el amor en la negación a morir. “Es el estar aunado a ese amor tan grande el que nos ha mantenido a tener el equilibrio. Podemos flaquear, de repente nos hemos caído, lloramos, sufrimos pero nos levantamos. Cuando uno se está cayendo, el otro le da fuerza y nos hemos apoyado como un círculo”.

Sin arrepentimientos

Cruz no se arrepiente de nada. Considera que lo ha dado todo en la lucha por liberar a su esposo. “Siento que he hecho lo que he podido en medio de que uno también está preso, está secuestrado (…) No me arrepiento de no haber salido del país, mucha gente lo pregunta, pero ¿a dónde me voy a ir?, ¿quién me va a apoyar? A la mayoría de la gente le ha pasado lo mismo. Yo no me quiero ir. Yo amo mi país”, insiste.

La mujer que en una oportunidad estuvo al frente de la Fundación Damas del Ejército y a cargo también de la Fundación de Atención Social del Ministerio para la Defensa soñaba con grandes centros hospitalarios para la atención de niños especiales y con otros avances en el sector salud, su pasión, que no fueron concretados. Vio derrumbarse todo pero le queda la satisfacción de haberlo intentado, incluso junto a personas que hoy siguen en el poder.

Eduardo Ríos / LaPatilla

 

Sin embargo, se le hace inevitable no llorar al recordar su paso por el área de salud. Recuerda una anécdota muy particular con Fidel Castro, quien la abordó con preguntas. “Yo comencé a explicarles los casos de mortalidad infantil, niños especiales, y él me preguntó si yo era médico o enfermera, yo le dije que no, le dije que era paciente. He visto y he vivido lo que los pacientes realmente necesitamos. Yo me reunía con médicos a nivel nacional y manejaba las cifras para saber con qué podía colaborar desde mi humilde rincón, y hubo gente que aún están en altos cargos que colaboraron muchísimo. Nunca más pude verlos ni tuvimos relación pero a pesar de que están donde están, los bendigo porque en ese momento apoyaron”.

Cruz siempre fue apolítica y aunque se mostraba en desacuerdo con algunas actuaciones, siempre respeto las decisiones de su esposo. Dice que cuando él finalmente asumió apartarse, sintió temor, mucho dolor por no haber logrado los objetivos y a la vez orgullo.

Sostiene que su mayor temor es que su historia continúe en el mismo camino. “Que mi esposo siga secuestrado por los organismos de seguridad del Estado, que mis hijos corran con más consecuencias de todo esto y que no podamos tener la vida que deseamos, la unión familiar, el poder estar juntos”.

Aun así, la esperanza la sigue acompañando. Cree que la mayoría espera un cambio para bien y para todos. “Le he pedido a Dios que afinque a la lucha que tienen muchas personas para que esto cambie. No solo se trata de mi esposo, sino de todos los demás, de los que salieron del país, de los que están en los hospitales”.

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