Sorprende la parsimoniosa agonía, la capacidad regeneratriz de estos largos últimos tres años en el fulminado cuerpo político del régimen boqueando. Sorprende, asimismo, la capacidad que tienen algunos partidos políticos y sus co-partidarios para dejarse seducir por el poder establecido. Pero muerto es muerto, aunque conectado ande a algún aparato.
Los tiranos con sus banderas estrelladas saben bien cuando se encuentran fulminados, presienten el estertor último, la patada del ahogado, su despedida fatal para con ellos. Los alacranes suelen liquidarse con su veneno, otras alimañas ponzoñozas o no, se despiden acabando con lo que encuentran a su paso. Parece ser ésta la intención de quienes ahora patalean, luego de arrasar con cuanto tuvieron en frente. Y, a su parecer, les falta.
Su guerra a los ciudadanos la centraron, aunque no exclusivamente, cómo podemos apreciarlo con los continuos e incesantes ataques a las universidades, en la Asamblea Nacional. De ese modo: crearon un desconocido ente paralelo, la tal Constituyente que nada constituye; usaron el nauseabundo “Tribunal Supremo de Justicia” suyo para impedir cualquier intento de funcionamiento, dejaron de cubrir los sueldos de los diputados, cortan los servicios, le zumban las miserablemente arrastradas “fuerzas del Estado”, apresan, persiguen, obligan al exilio o al resguardo a parlamentarios, buscan velar las acciones y, más recientemente, dejar sin funcionamiento alguno a la Asamblea Nacional. Pero ésta, con el respaldo ciudadano, con el reconocimiento y apoyo constante de más de medio mundo, prosigue en su accionar político, el que puede, en medio de inmensas, diversas, debilidades y desaciertos continuos, infaltables también, fortalecida, impertérrita.
La jura del 23 de enero, el planteamiento de los tres pasitos: fin de usurpación, transición y elecciones, lucía y luce como el derrotero ideal. La valiente convocatoria a rebelión pautada constitucionalmente, bravía, con- movedora, fue un planteamiento óptimo en el preciso momento. ¿Retomada? ¿Traspiés? Han sobrado.
El acto de Cúcuta y la fallida entrada de ese modo de la ayuda humanitaria, lucen ahora como revistillas musicales de aquellas largas, sabatinas, enlodados con señalamientos de salpicones hondos de inmoralidades. El nada esclarecido suceso lamentable, por lo visto no tanto como por lo ignorado, del 30 de abril fue un centellazo de brutalidad impermeable para la sociedad civil tanto como para la militar, mientras el orbe tragaba grueso y perplejo ante aquella ejecutoria medio infantil de La Carlota. Una muestra de inmadurez que hace dudar profundamente acerca de las riesgosas manos imberbes que pudieran, para algún bien futuro, acercarse al timón, a las riendas, al volante, a la conducción. El merodear circundante por palacio de gorrines y otros artefactos para niños, viciosos de chupetas acarameladas, encharcan hasta las ideas. así, el remanido diálogo, o la incongruente amnistía, como posibles respuestas genéricas a la tragedia, se blandieron más bien como jalones, como tirones, estimulantes de la sobrevivencia de la tiranía. La cohabitación como carnada ni carnada fue para un lado ni para el otro. Aparatos respiradores donde el moribundo régimen halló suspiros en medio de su lenidad, a veces compartida. Ingredientes azuzadores de la llama consumidora al paso.
Fuera de todos estos malhadados “traspiés” corrosivos, la Asamblea Nacional ha seguido, luego de trazado, el rumbo liberador y nos coloca a un tris de lograr el triunfo más anhelado. La aprobación del TIAR y la solicitud tramitada para su plena vigencia ha insuflado renovado vigor a la lucha interna y externa. La suspensión del diálogo inconcluso, sitúa el panorama político donde desde el principio debió estar, en la expresión que corresponde: “Entreguen las armas; dénse presos”. ¿Traerá más violencia? Desde luego. No puede ignorarse que estamos imbuidos en ella y no será fácil ponerle coto. El futuro siempre estará envuelto en nuvecillas de incertidumbres, sin embargo. Liquidada la fiera que lucía inmortal, la recomposición no será tardía, si se actúa con la firmeza y el apoyo debidos. Echemos el miedo a cualquier lado y salvemos los restos para la reconfiguración. Ya lo sabemos: el mundo prestará su auxilio.