“No preguntes y no te mentirán”, rezaba el lema entre los lemas que guiaban a Kim, el sagaz espía adolescente, trasunto de Rudyard Kipling en la antigua India británica.
No soy espía ni vivo en la India, pero desde que tantos venezolanos en el exilio aspiran a un lugar, si no en la Historia de Hispanoamérica, al menos sí en la nómina del hasta ahora mitológico “Gobierno de transición”, presidido por Juan Guaidó y tutelado por generales a quienes el consejero estadounidense John Bolton ofrece desembozadamente perdonarles todo a cambio de que derroquen a Maduro, Bogotá se ha convertido en un paraje moralmente evocativo de la Lisboa “neutral” durante la Segunda Guerra.
En consecuencia, Bogotown es el sitio donde puedes enterarte de todo a condición de que navegues con bandera de pánfilo y aguces las orejas. Lo demás lo hace la naturaleza caribe, gregaria, expansiva y, sobre todo, estentórea de los venezolanos.
Emisarios de todas las venezuelas, espías y subespías de Maduro, gerentes petroleros defenestrados hace casi 20 años por Chávez y que hoy creen ver llegada su vindicta, candidatos a embajadores de Guaidó, corresponsales de la prensa global, generales chavistas caídos en desgracia, antiguos perros de presa de la proterva Fiscalía chavista que intentan hoy pasar ¡y vaya si lo logran! por activistas de derechos humanos, politólogos que de áulicos de Chávez de la primera hora pasaron a ser “chavistas críticos”, políticos de la IV República que creíamos en el retiro, correveidiles de los exilios de Miami y Madrid, hombres de negocios, comisionistas, músicos de salsa.
La idea, así sea vagarosa, de un inminente Gobierno “de unidad nacional” anima en cada quien una tolerancia, una amplitud que, en su promiscuidad, descorazonaría a más de un guerrero de Twitter de esos que solo se darán por satisfechos cuando vean marines clavando la bandea de barras y estrellas en el sarcófago de Hugo Chávez.
No todo lo que ves en esta Casablanca suramericana es morralla de una corte malandra; también va y viene gente de pro, gente muy chévere animada de buenos propósitos. Con todo, la imagen que me hago de la Bogotá del exilio venezolano – y para el caso, también de Madrid y de Miami, en ese orden? es la del promiscuo saloon intergaláctico que en Star Wars I congrega a todo bicho con dientes, ya sean sedicentes demócratas o “gente del proceso”. Y todos compiten en hacer saber que están muy bien enterados de lo que va a pasar, todos cuentan sin recato lo que creen saber y lo que saben de cierto.
En noches pasadas acudí a una dinner party donde rozaban codos, por ejemplo, un antiguo alto funcionario de la feroz Fiscalía que encarceló con pruebas amañadas a Leopoldo López y autorizados operadores del presidente encargado. “No preguntes y no te mentirán”, me dije una vez más. Esa noche entreví lo que, salvo un cataclismo, indefectiblemente ha de venir.
La composición del trance que nos espera la dictó una frase oída al pasar: “Diosdado no se va a calar que lo dejen por fuera como la guayabera. Sin él, ¡no hay nada!”. Seguía una composición de móviles y ocasiones muy convincente pero, a mi parecer de entonces, inverosímil.
Sin embargo, un despacho muy bien averiguado de la Associated Press, verdadera primicia, un scoop, un “tubazo” firmado por Joshua Goodman, confirma hoy en todos sus términos lo escuchado una noche por entre una pérgola: Diosdado Cabello está dispuesto a tirar del tren a Nicolás Maduro. Y tiene valedores en Washington. Todo depende de las seguridades que puedan darle a Maduro y su retinue de un hipotético exilio adinerado.
Piénselo unos segundos, presione el botón fast forward de la imaginación histórica: ¿es impensable un Gobierno con Guaidó desplegando un programa económico del Fondo Monetario Internacional, con un gabinete harvardiano en entente cordiale con militares de la catadura de Diosdado y sus cortagargantas? ¿No lo cree posible?
Venezuela es un botín, señoras y señores, y como dice David Rieff, el mundo es un matadero.