La falta de recursos económicos llevó a los familiares de Luis Isidro Yánez a velar su cuerpo en plena vía pública del barrio Villa Bella, al suroccidente de Santa Marta, Colombia, publica El Heraldo.
De 72 años y oriundo de Venezuela, falleció a causa de un paro cardiorrespiratorio, luego que presentara un cuadro asmático severo, el cual había sido tratado científicamente en una clínica y dado de alta luego que el parte médico dijera que su estado de salud había presentado mejoría.
El domingo, repentinamente se produjo el deceso y con ello aparecieron las penurias de sus seres queridos, quienes no tenían un solo peso para darle una digna sepultura.
Su nieto, Luis Márquez Yánez, dijo que tocó las puertas del gobierno local pero no encontró la respuesta que esperaba; entonces optó por rebuscarse el dinero, primero para comprar el cajón y segundo, para el entierro.
“¡Por favor, pónganse las manos en el corazón y ayúdennos!”, suplicaba el joven ante los medios de comunicación.
Apareció la ayuda
Con la ayuda del vecindario y con una plata que prestó, Luis pudo conseguir el féretro cuyo costo fue de $600 mil, incluyendo la preparación del cuerpo.
Luego, ante la falta de un lugar donde velar el cuerpo de su abuelo no tuvo otra solución que hacerlo en la calle, bajo la sombra de una carpa que le fue prestada y un abanico para refrescar el calor que producía el ambiente natural de la calle.
Cuando Luis Márquez y su madre Carmen Yánez perdían las esperanzas de encontrar el recurso económico para la sepultura, surgió el benevolente que les devolvió ‘el alma al cuerpo.
“El señor Álvaro Linero nos donó el millón 200 mil pesos que necesitábamos”, dijo el nieto del difunto, no sin antes anotar que les faltaba el alquiler del bus para el transporte de los amigos hasta el cementerio viejo del barrio Mamatoco.
A las 4:30 pm Yáñez, quien tenía 8 meses de haber llegado a Santa Marta, fue sepultado.
Don Luis vivía con su hija Carmen y su nieto Luis en el barrio Villa Bella. Este último tiene dos años de estar radicado en esta ciudad y trabaja en una venta de comidas rápidas.
Aunque lo vivido es una “amarga experiencia”, Luis y su madre dicen que se quedan en Santa Marta porque “tenemos fe que nos va a ir bien”.
El joven era conductor de bus en el Estado Zulia y Carmen (la mamá), de 47 años, cocinera. “Somos personas honestas y trabajadoras, ¡ayúdennos!”, exclamó.
No es el primero
Este caso trajo a la memoria de los samarios otro hecho similar ocurrido el pasado 23 de mayo en el barrio Brisas de Los Nevados, al suroriente de la ciudad. La falta de recursos económicos llevó a los vecinos a velar a un anciano que la comunidad había adoptado hacía 9 años.
Carlos Castro Hernández, 83 años, un hornero oriundo del Carmen de Bolívar, murió al lado de sus amigos, quienes lo acogieron tras caminar por las calles.
Los vecinos se movilizaron para recaudar los $2,7 millones que les costaba sepultarlo, por lo que también decidieron poner el ataúd en la calle.