Los poderes plenipotenciarios del diputado Juan Guaidó deberían tener un límite certero. Ya lo vemos con las resultas de su andar trastocado desde enero, cuando positivamente se alzó con el espaldarazo popular y también sostenido de la Asamblea Nacional. Pero un espaldarazo no quiere decir: “Toma. Has lo que quieras y creas conveniente sin consultar”. No. Definitivamente no. Ahí lo apreciamos: la inefable actividad de La Carlota, si no fuera por el resultado de la prisión de uno de sus colegas diputados, a la sazón nada menos que el vicepresidente de la Asamblea Nacional, sería sólo un somero recordatorio pintoresco del cambio de prisión de Leopoldo López de su casa a una generosa embajada.
Lo del dialoguito en la islita caribeña resultó mucho peor. No solamente significa un desmesurado alargamiento de la insoportable situación humanitaria, laboral, existencial, de nuestras vidas bajo la tiranía de estos bichos inhumanos y criminales. Lo sentimos, honda y recientemente, en el mundo universitario, por colocar un mínimo pero nada despreciable ejemplo, ya que va la vida como sabemos, con el fallecimiento de un corajudo colega de la Universidad del Zulia, profesor emérito en esa universidad, quien fuera vicepresidente de la Asociación de Profesores y defendiera así sus derechos laborales y los de los demás permanentemente, por desatención de su salud: Álvaro Muñoz. Sin detención cuidadosa alguna el Presidente de la Asamblea Nacional, no sé por qué plenipotenciario, nos dice de las negociaciones que afortunadamente no cuajaron: separarse del cargo y llamar a una transición con todos. “Una guará mocha”, dirían los compañeros guaros. O sea, entrega y/o compartimiento del poder a los “enemigos del pueblo”, diría un Ibsen, dramaturgo también de los buenos también. Ahí se incluía entonces la amnistía más absoluta, a pesar del rechazo colectivo a semejante propuesta humillante para quienes han padecido más de cerca los embates del crimen gobernando. Imaginense las figuras de la “cohabitación”, cualquiera, ponga usted a cualquiera de la satrapía y elabore en su mente esa malsana idea por unos dos años hasta las posibles elecciones en las que se postularía el propio Guaidó, con intención de arrase. Fue como decirle a la tiranía: “me quito para volver reinante”. Y la tiranía le repitió: “te quitarás tú, yo no”.
Afortunadamente los jueguitos, misteriosos, mentirosos, ocultos, no le han salido nada bien a Guaidó. La palabra diálogo está tan devaluada en Venezuela como el miserable bolívar soberano. Así mismo la amnistía, la cohabitación y cualquiera incorporación del régimen en su sobrevivencia imposible al mando, de cualquier manera. Un consejo, humilde: en cualquier otra posibilidad de negociación, aunque se incluya, como creo, la ayuda internacional directa, comiencen, antes de cualquier intentona de acuerdo, de lograr incluso la capitulación de esta gentuza criminal, por sacar de prisión a todos los presos políticos.
Y no. No es un definitivo cheque en blanco el del presidente de la Asamblea Nacional. Antes de esas decisiones de tanta trascendencia, bien vale consultar al menos en la Asamblea o a todos, si es así como queremos el cese de la usurpación, porque seguro estoy que de cualquier manera sí que no es.