Un año después del grotesco asesinato de Jamal Khashoggi en el consulado saudí en Estambul, el fantasma del periodista todavía hoy persigue a Mohamed bin Salman y su sombra ha oscurecido la imagen internacional del príncipe heredero y de la monarquía de la Casa de los Saud.
MBS, acrónimo con el que se nombra habitualmente al futuro rey saudí, repite a cuanto entrevistador se cruza estos días, en vísperas al 2 de octubre, fecha que marca el asesinato del disidente, una frase que ya se ha convertido en la línea argumental sobre su actuación: “es mi responsabilidad porque estaba al mando, pero yo no sabía nada”.
Khashoggi, un periodista crítico moderado con el Gobierno saudí que colaboraba con The Washington Post, entró el 2 de diciembre en el consulado de su país en Estambul y nunca volvió a salir… al menos vivo.
Un año después, su cuerpo, o lo que quede de él ya que según las hipótesis manejadas en Turquía fue desmembrado tras su asesinato, sigue sin aparecer.
El manejo de la crisis por parte de Riad, que llegó a cambiar en varias ocasiones de versión sobre lo sucedido pasando del es “mentira” al fueron funcionarios saudíes produjo un gran daño en su imagen y credibilidad que ha tenido consecuencias.
La relatora de la ONU para las ejecuciones extrajudiciales señaló en junio directamente a MBS por el crimen, y el Senado de Estados Unidos unánimemente acusó en diciembre al príncipe heredero por el asesinato.
A día de hoy, pese a un caso abierto por el crimen en Arabia Saudí contra once personas en el que la Fiscalía ha pedido pena capital para cinco acusados, los coletazos están lejos de terminar.
“El caso Khashoggi no está cerrado. El caso Khashoggi está suspendido a cambio de una abultada factura económica mientras la Casa Blanca y su actual inquilino siguen considerando que hay beneficio económico que extraer manteniendo el caso en suspenso”, indicó a Efe Haizam Amirah-Fernández, del Real Instituto Elcano.
EL DESGASTE
El caso Khashoggi ha afectado al Gobierno saudí de diferentes maneras.
La captación de inversión para el desarrollo de proyectos se ha resentido, especialmente para Vision 2030, el faraónico programa de cambios económicos con el que Arabia Saudí pretende revolucionar sectores como el tecnológico, el turístico, el desarrollo urbanístico y, sobre todo, reducir la dependencia de la comercialización de hidrocarburos.
Los efectos no se hicieron esperar: el foro de inversiones saudí, conocido como el Davos del Desierto, vivió la “espantada” de representantes de países, empresas y organismos internacionales.
A eso se suma el incremento de la tensión en el Golfo Pérsico, la guerra en Yemen y la espiral de tensión con Irán, que llevaron esta misma semana a la calificadora de riesgo Fitch a rebajar de A+ a A la nota de Arabia Saudí.
Para Gerd Nonneman, profesor de la Universidad Georgetown de Catar, es cierto que por razones “de Estado” económicas y pragmáticas, algunas compañías y gobiernos han mantenido y reconstruido las relaciones con Riad.
“Pero también es cierto que estas relaciones, al menos con Occidente y parte de la comunidad mundial de negocios sigue dañada y frenada”, dijo.
En opinión de Nonneman, varios factores influyen en esa postura: por una parte “fuera se ve a MBS y al régimen saudí como culpables del crimen”, por otra el incidente es síntoma de un “clima problemático” y en tercer lugar las reforma económicas se ven constreñidas por la “muy impredecible” política regional y nacional del príncipe heredero.
LAS DUDAS SOBRE BIN SALMAN
Desde su nombramiento en enero de 2015, MBS ha impulsado cambios para abrir la ultraconservadora Arabia Saudí. Se permitió a las mujeres conducir o viajar sin permiso del marido o padre, se abrieron la apertura de espacios a la inversión y más recientemente se han aprobado por primera vez visados para turistas.
En paralelo, MBS ha acumulado poder como nunca antes un príncipe heredero en Arabia Saudí, lo que le ha permitido presentar una agresiva forma de llevar la política, con una costosísima guerra en Yemen, inflexibilidad con los activistas de derechos humanos -incluidas las activistas a favor de permitir conducir a las mujeres- y como guinda la gestión del caso Khashoggi.
“El caso Khashoggi demuestra el costo a la larga de permitir la impunidad en aventuras arriesgadas de dirigentes neófitos”, señaló Amirah-Fernández.
Para el analista, el planteamiento de muchos en Occidente y en Washington “es que las políticas de este joven estadista les pueden meter a largo plazo en un buen lío”, y hay “temor sobre la fiabilidad de esta figura si llega al trono y permanece en él durante décadas”.
“El fantasma de Khashoggi perseguirá al príncipe heredero para el resto de los tiempos sea cual sea su responsabilidad futura”, indicó. EFE