Conseguir el dinero suficiente para mantener a su hijo, a una hermana discapacitada y a su madre, es la meta que tiene la migrante venezolana Fernanda Ramírez, quien, para cumplir con el objetivo, vende su cuerpo en el municipio de Villa del Rosario, Norte de Santander.
La mujer debe entregar a los intermediarios que lideran la prostitución el 15 % o el 20 % de las ganancias obtenidas de los servicios o de lo contrario no podría trabajar en la zona.
“Llegas con una meta de trabajar aquí honestamente, pero al ver que no hay empleo tú escoges esa opción por necesidad. Si agarras un cliente que te contrate toda la noche sale en $150.000, pero si atiendes a cuatro te puedes hacer en un día bueno entre $50.000 a $20.000.
“Esta, prácticamente, es una zona de prostitución, se ha propagado mucho y ya hay más de 100 mujeres en la prostitución”, comentó Ramírez.
La venezolana llegó a Colombia hace un año y antes se dedicaba a administrar un reconocido establecimiento comercial de Venezuela, relató que sus padres desconocen las precarias condiciones en que ejerce la prostitución.
“Lo más difícil es tener relaciones con alguien que no te guste y estar expuesto a cualquier enfermedad de transmisión sexual. Además, es complicado sentir vergüenza porque mis padres no saben las condiciones por las que paso en la frontera. Sin embargo, más vergüenza me da que mi hijo tenga a una madre que explota su cuerpo”, dijo.
Esta mujer de 29 años confesó que algunas de sus compañeras han sido maltratadas, y su mayor temor es que las bandas criminales las amenacen por su trabajo.
Mientras tanto, las autoridades investigan en la frontera sobre la presunta red de prostitución.