Es una obsesión para mí y quiero obseder con ella. Mi ser no tolera, no acepta de ningún modo, la flagrante violación a los Derechos Humanos que representa un solo preso político. Pienso en toda la literatura de la dictadura de Pérez Jiménez, en sus atrocidades, y se me achican en la mente en comparación a lo que hoy padecemos. No sólo con el hecho de que efectivamente haya presos de conciencia, sino en la abismal incapacidad socio-politica de responder ante ello responsable y asertivamente.
Es un país perseguido y/o apresado, secuestrado todo por una camarilla asentada sobre fusiles y tanques, narco-guerrillas y terroristas (como ellos mismos), donde la censura acrece, donde pensar ofende al poder usurpado. Y calladitos, o más o menos calladitos, aceptamos; obramos en correspondencia obsecuentemente, tragamos grueso o fino, pero continuamos haciendo el juego, haciendo que dialogamos, haciendo que los dejamos volver como diputados secuestradores, a los forofos del régimen, para que hagan como que se comportan como ciudadanos civilizados, como demócratas, con uno de sus “colegas” tras las rejas desde hace más de lo soportable y nada, como si nada, que los forofos griten, humillen, hablen, intervengan, levanten y bajen manos, como si nada.
Pusilánimes que somos. Achantados como seguimos. Aceptamos el destierro de unos y el refugio en embajadas de otros. El exilio, como si este no fuera también su terruño. Ninguno de nosotros, así, somos ciudadanos libres. Mentira. Miles han sido, después de presos políticos, sometidos a regímenes de presentación y medidas especiales. De eso poco se habla. Me enteré que un profesor “liberado” tiene límites estadales para moverse, con prohibición de hablar en público y presentación quincenal. Tremenda libertad. Todos somos presos y perseguidos acá dentro, porque en cualquier momento cualquier agente nos tira los ganchos, porque nos espían y acosan, porque nos maltratan de todo modo, con el hambre, con las carencias, con la sarta de humillaciones. Con la sola existencia de presos políticos enrrostrados en nuestros cachetes, con las rejas que nos marcan al saberlo. ¿Cuándo y cómo reaccionamos de verdad, no retóricamente, no artificialnente? Ahora una nueva modalidad, además de la de la puerta giratoria aquella de que entran diez si diez salen de prisión, la del intercambio por razones políticas: “déjame a los diputados volver al hemiciclo con ustedes y te entrego veinte”. ¿Qué vaina es ésa? ¿Mercancía? ¿Botines o prisioneros de guerra? ¿Así permitimos como sociedad que mal-traten a los seres humanos? La otra modalidad es más cruel aún, y lleva tiempo, pero se ha ido sofisticando. Resulta más barata en la in- trascendencia política global y de los Derechos Humanos, el asesinato político. Se ve que le paran desde la satrapía a Michell Bachelet. La existencia del FAES, su accionar malévolo… ¿Tampoco nos conmueve? ¿Nos robaron definitivamente la sensibilidad, la existencia como seres humanos con sentidos útiles?
Tiene que haber, pero ya, cuando resulta altamente tardía, una campaña rotunda y definitiva por la libertad de los presos políticos, que nos conduzca a todos a la libertad anhelada, porque presos o secuestrados políticos somos todos. ¿Por qué antes de cada sentada a compartir los dialoguitos no se puso como condición primigenia la liberación de una alta cuota de estos presos? ¿Cuándo nos vamos todos al Helicoide, a la Dgcim, a Ramo Verde,, a todos estos recintos carcelarios del horror? Repito la propuesta, ya una vez al menos esbozada a pedir la liberación definitiva de quienes yacen ahí esperando, presos civiles y militares, que por ellos hagamos algo efectivo? ¿Cuando articulamos desde dentro de los recintos, todos, la rebelión con apoyo de afuera? ¿Cuándo liberamos a quienes poseen medidas de casa por cárcel, o de silencio, o de presentación, o de límites geográficos? ¿Por qué hay que aceptar cómo sociedad esas medidas a ciudadanos en su totalidad ejemplares? ¿Cuándo, todos de acuerdo, de verdad, desconoceremos a estos tribunales, al régimen, a los esbirros con uniformes o sin ellos? ¿Cuándo ejecutamos la rebelión estatuida como derecho humano y estatuida en por lo menos dos artículos de nuestra constitución: 333, 350? ¿Cuándo nos entra el espíritu ancestral de nuestra casta rebelde, Caribe, libertadora, estudiantil, militar, civil, del 28, del 58? ¿Cuando de verdad procuraremos, en serio, la libertad desde adentro con la necesaria ayuda foránea? ¿Un año será insuficiente, o de verdad estamos cómodos con el padecimiento del yugo? La rebelión más allá de la retórica y la sonrisita y la movida de manitos, nos llama, nos espera. La muerte, igual, nos acosa, permante, silenciosa.