Sobre Evo Morales muy pocos hablan a pesar de haber perpetrado uno de los fraudes continuados más descarados contra la voluntad popular, con el fin de prolongar su mandato por cuarta vez consecutiva. Primero intentó cambiar la constitución de su país para establecer esa aberración chavista llamada reelección indefinida, perdiendo el referéndum popular con lo cual quedó rechazada tal pretensión. Pero luego utilizó el Tribunal Supremo que él maneja a su antojo para desestimar la voluntad de los bolivianos interpretando que él tiene derecho a reelegirse indefinidamente, aunque lo impida expresamente la constitución y le fuera negado por el pueblo. Fue así como llegamos a la elección presidencial que acaba de ocurrir en la que no se conformó con presentarse como candidato de forma ya torcida, sino que luego de un primer boletín con resultados que eran concluyentes sobre la necesidad de una doble vuelta, mandó a parar la totalización para fabricar dos días después unos resultados que le dieron finalmente ese triunfo manchado del más burdo fraude.
Pero lo insólito no es lo que viene ocurriendo en ese país desde el 2016 sino el silencio ensordecedor de la comunidad internacional que parece no haber aprendido nada con el caso venezolano y que no supo advertir las consecuencias nefastas de lo que estaba sucediendo en Bolivia. Al contrario, para toda la izquierda europea y para buena parte de la derecha también, Evo es (como le oí decir a un amigo el mismo día del fraude) “el líder de Bolivia”. ¿Cómo entender que alguien que llegó al poder antes de que existiera facebook perpetúe su mando a toda costa y en contra de la voluntad de su propio pueblo para seguir gobernando despóticamente su país sin contrapeso ni límite, en vez de ser condenado por el hemisferio occidental sea considerado un líder con derecho natural a reinar en Bolivia?
Para responder esa pregunta nada mejor que desempolvar esa obra maestra del venezolano Carlos Rangel escrita en 1976: “Del Buen Salvaje al Buen Revolucionario”. Esta tesis, en palabras de su propio autor, puede resumirse así: “Por causa del mito del Buen Salvaje, Occidente sufre hoy de un absurdo complejo de culpa, íntimamente convencido de haber corrompido con su civilización a los demás pueblos de la tierra, agrupados genéricamente bajo el calificativo de Tercer Mundo, los cuales sin la influencia occidental habrían supuestamente permanecido tan felices como Adán y tan puros como el diamante”.
Este complejo explica el alivio de occidente al ver a un “indígena” como Presidente de uno de los países otrora conquistados, al punto que poco le importa si en ese país hay o no libertades políticas y de conciencia como las que existen en Europa. Ver a Evo como Cacique de Bolivia expía las culpas y reivindica a esa America precolombina simbolizada por el mismo mito como el Eden, el Dorado o hasta el Atlántida. Total, la democracia fue una transculturización violenta, algo de lo cual podemos prescindir en la exótica América Latina, siempre y cuando reine el bello salvajismo que tuvieron a mal contaminar hace quinientos años con la plaga de la civilización causante de todas las injusticias. De hecho, Rangel remata su tesis así: “Los hispanoamericanos somos a la vez los descendientes de los conquistadores y del pueblo conquistado, de los amos y de los esclavos, de los raptores y de las mujeres violadas. Para nosotros, el mito del Buen Salvaje es una mezcla de orgullo y de vergüenza. En nuestra extremidad, no nos reconoceremos sino en él, y aun hijos o nietos de inmigrantes europeos recientes, seremos “Tupamaros”. De esta manera el Buen Salvaje se transforma en el Buen Revolucionario, el redentor, aquél por quien el Nuevo Mundo debe dar a luz al “Hombre Nuevo” que esta Tierra Prometida lleva en su vientre: Che”.
Esto explica tantos fenómenos similares en una Región plagada de caudillismos en la que la democracia sigue siendo un proyecto en construcción y que después de la decepción del comunismo sovietico, se convirtió en la única esperanza de la utopía socialista, justamente porque hace apenas cinco siglos vivíamos semidesnudos y en comuna. Eso fue lo que convirtió en leyenda a Fidel Castro, a pesar de haber sido uno de los dictadores más despotas conocidos en el siglo veinte. También explica como es que ahora es más fácil condenar a Piñera que a Evo, a pesar que el primero gobierna en democracia con vigencia plena de un estado de derecho y es capaz de pedir perdón y atender las demandas sociales, mientras que al segundo nadie le exige ningún cuidado sobre la mitad de la población que tiene década y media oprimiendo. Pero la diferencia más grande entre Chile y Bolivia es que en Chile los mandatos tienen límites en el tiempo y se respeta el principio de alternancia política que garantiza que la izquierda vuelva a gobernar como tantas veces. ¿En Bolivia eso no es necesario porque es Evo quien manda?
Pero el ensayo de Rangel es la joya que es, en parte porque su prólogo fue escrito nada menos que por Jean-Francois Revel, quien agrega en franco diálogo con el autor, lo siguiente: “Latinoamérica es esencialmente occidental, a pesar del pasado precolombino, por sus lenguas, su visión del mundo, su cultura y su población. En Latinoamérica el subdesarrollo económico es consecuencia del subdesarrollo político, y no lo contrario, como sucede en el verdadero Tercer Mundo. Sea como sea, ese doble subdesarrollo ha precipitado la vocación “revolucionaria” de Latinoamérica, ya que la “revolución” parece el atajo para superar una situación marcada por la incapacidad de construir Estados democráticos modernos y economías prósperas”.
Impecable diagnóstico hecho a mediados de los setenta que no pierde una pizca de vigencia y que solo es superado por la advertencia final que deja el ensayista francés y que leído hoy luce casi como un pronóstico: “Si con su herencia cultural occidental y con su situación relativamente favorable, Latinoamérica no logra encontrar su camino sin renunciar a los ideales y a las conquistas de la Revolución Liberal, eso sería de muy mal augurio para el resto del planeta, puesto que significaría que la mayor parte de la humanidad no puede ser gobernada sino por el autoritarismo y el terror”.
Es urgente sustituir en occidente el estéril debate entre derechas e izquierdas por la necesaria polarización entre tiranías y democracia. Debemos reconstruir el consenso de que la libertad política es el bien mayor que solo la democracia liberal, constitucional y representativa puede proveer. Esa “Libertad de los Modernos” que Benjamín Constant describió así hace doscientos años en su famoso discurso en el Ateneo de Paris: “Preguntaros lo que hoy un ingle?s, un france?s, un habitante de los Estados Unidos de Ame?rica, entienden por la palabra libertad. Para cada uno es el derecho a no estar sometido sino a las leyes, de no poder ser detenido, ni condenado a muerte, ni maltratado de ningu?n modo, por el efecto de la voluntad arbitraria de uno o varios individuos. Es para cada uno el derecho de dar su opinio?n, de escoger su industria y de ejercerla; de disponer de su propiedad, de abusar de ella incluso; de ir y venir, si requerir permiso y si dar cuenta de sus motivos o de sus gestiones. Para cada uno es el derecho de reunirse con otros individuos, sea para dialogar sobre sus intereses, sea para profesar el culto que e?l y sus asociados prefieren, sea simplemente para colmar sus di?as y sus horas de un modo ma?s conforme a sus inclinaciones, a sus fantasi?as. Finalmente, es el derecho, de cada uno, de influir sobre la administracio?n del gobierno, sea por el nombramiento de todos o de algunos funcionarios, sea a trave?s de representaciones, peticiones, demandas que la autoridad esta? ma?s o menos obligada a tomar en consideracio?n”.
Permítanme culminar con las siguientes interrogantes: ¿No es esa libertad descrita por Constant la que miles de venezolanos fueron a buscar a Chile atravesando a pie todo un continente, o la que buscan millones dentro de las fronteras de EE.UU y Europa? ¿No son esos problemas que hoy tiene Chile los que en Venezuela tratamos de resolver llevando a Chávez al poder y perdiendo aquel bienestar que hoy extrañamos? ¿No es Bolivia una narcotiranía que merece la condena de todo el mundo libre? ¿Será en vano la tragedia venezolana y no servirá siquiera de aprendizaje para que occidente pueda condenar actuales despotismos y prevenir futuras amenazas a nuestro bien más preciado que es la libertad y la democracia? ¿Cuáles son nuestras convicciones con la que vamos a enfrentar el oscurantismo político?