Centenares de iraquíes salieron a las calles de Bagdad el sábado, desafiando nuevo los gases lacrimógenos un día después de violentas protestas que se saldaron con más de 40 muertos y que no parecen ceder, lo cual presiona a las autoridades para que respondan de alguna manera a las reivindicaciones de los manifestantes.
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Desde el 1 de octubre, unas 200 personas murieron en estas protestas, espontáneas y con un vigor desconocido en los últimos años. Las manifestaciones se interrumpieron 18 días con motivo de la gran peregrinación chiita que se desarrollaba en el país y se reanudaron el viernes, cuando murieron 42 personas en las protestas.
En las últimas horas, la movilización dio un giro y tuvo como blanco decenas de sedes de partidos, oficinas de diputados y sobre todo los lugares de reunión de grupos armados del Hachd al-Shaabi, una coalición de paramilitares dominada por milicias chiitas proiraníes y aliadas del gobierno en Irak.
Según los expertos, milicianos infiltrados entre los manifestantes serían responsables en parte de esta violencia que tendría por objetivo ajustar viejas cuentas entre grupos armados.
Entre los 42 muertos, más de 20 fallecieron en los incendios y ataques en distintas ciudades del sur del país, según la Comisión gubernamental de derechos humanos y fuentes médicas.
Estas protestas violentas no llegaron a Bagdad, donde los manifestantes de la plaza Tahrir, cercana a la zona verde, donde tienen su sede el Parlamento y la embajada de Estados Unidos, aseguran que su movimiento contra la clase dirigente es pacífico.
El sábado, tras plegar las mantas sobre las que duermen en esta emblemática plaza, los manifestantes volvieron a organizarse y a protestar.
Todos ellos se muestran escépticos ante la voluntad de las autoridades de querer hacer una nueva Constitución y de renovar una clase política corrupta, que sitúa el país en el puesto 12º de los países más corruptos del mundo.
– “Basta” –
El jueves, el primer ministro Adel Abdel Mahdi pidio que se reforme el sistema de atribución de puestos de los funcionarios y que se rebaje la edad mínima para ser candidato en un país donde el 60% de la población tiene menos de 25 años.
“Dijeron a los jóvenes: ‘volved a vuestras casas, vamos a daros una pensión y a encontrar soluciones, pero era una trampa'”, lamenta una manifestante.
El gran ayatolá Ali Sistani, la autoridad chiita más importante de Irak, pidió reformas y una lucha más eficaz contra la corrupción, mientras el líder político y religioso chiita Moqtada Sadr, que a principios de octubre pidió la dimisión del gobierno, amenazó con sacar a la calle a los milicianos.
“Sadr, Sistani… ¡Qué vergüenza!”, lanza un manifestante, mientras explica que está en las calles “porque no tiene dinero”. “Pero ellos nos responden con granadas. ¡Basta!”.
En este momento, uno de cada cinco iraquíes vive bajo el umbral de pobreza y el desempleo juvenil supera el 25%, según cifras del Banco Mundial.
“Basta ya. Los robos, los saqueos, las mafias… Basta. ¡Váyanse!”, afirmaba otro manifestante.
– Infiltrados –
Tras él, decenas de jóvenes intentan atravesar el puente al Yumhuriya, que lleva a la zona verde y son bloqueados por gases lacrimógenos y granadas de sonido.
A pocos metros los diputados van a debatir durante la jornada “las reivindicaciones de los manifestantes, las decisiones del Consejo de ministros y la aplicación de las reformas”, según el orden del día publicado.
Las autoridades iraquíes prometieron llevar a cabo reformas tras la sangrienta semana de manifestaciones registrada a principios de mes. Pero hasta el momento, el parlamento se ha visto paralizado por las divisiones internas y las sesiones precedentes, que iban a desembocar en cambios en diferentes ministerios, fueron anuladas o aplazadas por falta de quorum.
En el sur de Irak, los llamamientos a nuevas manifestaciones se mezclaban con los entierros de las víctimas el sábado. En esta zona del país varias sedes de partidos fueron incendiadas.
“La cólera se dirige contra ellos porque son ellos el escaparate del régimen”, dice el investigador Harith Hasan del Centro Carnegie Middle East.
Con información de AFP