“Un hombre va al casino de Montecarlo, gana un millón de dólares, regresa a la habitación del hotel donde se hospeda, y se suicida”. El sintagma anterior era un ejercicio obligado de un taller literario, en el que participé a inicios de siglo. En la conducta de dicho suicida se escondían, según el profesor del taller, buena parte de los conflictos que asisten al ser humano durante su experiencia de vida.
La rara combinación de un éxito inesperado, más un pasado personal desastroso, quizá, hicieron que este señor precipitara su muerte. Tal vez puede y se sintiera burlado por un destino que, hasta el momento de ganar el millón de dólares, no había hecho otra cosa que escaldarlo, quién sabe, o quizá este señor podía tenerlo todo excepto al amor de su vida, el cual incluso, es posible, que se burlara en su cara con otros amores.
Lo cierto es que resulta difícil encontrar qué meandro de emociones de vida fluctuaban en la cabeza de esta persona al momento de tomar semejante decisión.
Hoy, el pueblo venezolano, de alguna manera, me recuerda al señor del casino de Montecarlo, quien luego de tener mucho de lo que todos añoramos, decide suicidarse. Nunca antes una nación tan rica en recursos naturales creó tantos parias como la ha hecho el Gobierno del señor Nicolás Maduro en Venezuela. Hoy, cualquier país de Latinoamérica está atiborrado de emigrantes venezolanos que viven como pueden, al tiempo que son objeto de una ola de xenofobia inusitada en la región.
La Venezuela que el excoronel Hugo Chávez conquistó mediante las urnas, el 6 de diciembre de 1998, si bien padecía serios problemas de corrupción, pobreza y desigualdad, también brindaba oportunidades de prosperidad para todo aquel que estuviese dispuesto a pagar el precio.
Chávez, en un gesto típico de todo populista, prometió no ser un presidente más, sino refundar la nación, de ahí que cuando fue envestido con la banda presidencial jurara ante una “…moribunda constitución”. Veinte y un años después la moribunda no es solo la constitución, sino la Venezuela misma.
¿Cómo logrará Venezuela retomar el camino de la democracia? Una pregunta casi imposible de contestar hoy en día, Venezuela terminó pareciéndose demasiado a Cuba, con un gobierno antidemocrático que se enquistó en la vida cotidiana de las personas; hoy nada, al igual que en Cuba, de la vida de los venezolanos está deslindado del Estado; la vida privada de los ciudadanos venezolanos quedó sometida a la mafia que detenta el poder.
Aquí en la ciudad de Quito, donde resido hace casi siete años, convivo con venezolanos que en enero pasado hicieron maletas ante la cortina de humo, de una pronta recuperación de la democracia en Venezuela, creada por el señor Juan Guaidó, presidente investido por el poder legislativo de la Asamblea Nacional, pero sin gota de poder ejecutivo, el cual continúa intacto en manos de Maduro y Cabello.
Aun así, muchos venezolanos igual creyeron que la democracia luego de la concesión de la Asamblea a Guaidó sería cosa de días –algunos incluso llegaron a pensar que sería cuestión de horas-, pero como leí en un post del historiador cubano Boris González Arenas “qué difícil es explicar a la gente que no ha vivido estos procesos -como nosotros los cubanos- lo arduo que es liberarse de una dictadura de ese tipo”.
En lo personal fui tomado por pesimista por muchos de mis amigos venezolanos cuando le expliqué que no sería tan fácil como parecía; han pasado diez meses y Guaidó parece más cerca, con suerte, de quedar como un tonto solitario – si no lo espera la cárcel- que de regresar la democracia a Venezuela.
Hasta que la oposición venezolaa no se comprenda la labor de desestabilización en la región del Gobierno de La Habana, que depende de Venezuela, esta no podrá trazar un plan efectivo que ayude al restablecimiento de la democracia del hermano país. La “ingenuidad” de Guaidó lo llevó a dialogar con el Gobierno de Maduro, que no es otra cosa que permitir a los órganos de la inteligencia cubana tirarle una trompetilla en la cara.
Siempre recordaré a mi amigo el filósofo Alexis Jardines y su insistencia en el verso de Antonio Machado:
Desdeño las romanzas de los tenores huecos
y el coro de los grillos que cantan a la luna.
A distinguir me paro las voces de los ecos,
Y escucho solamente entre las voces, una.
La única persona que tiene la cabeza sobre los hombros en la oposición venezolana y que ha entendido la envergadura de la situación que vive ese país es María Corina Machado.
Guaidó, muy al inicio trabajó con ella y luego se fue alejando, siguiendo consejos de políticos que lo llevaron a lo que es hoy, alguien sin ninguna posibilidad real de ayudar a Venezuela a salir del abismo en que se encuentra.
Reitero que lo que pasa en Nicaragua, Venezuela y también por estos días en Ecuador y Chile tiene hilos que llegan hasta La Habana, no comprenderlo por los involucrados es cuando menos una fuerte miopía política.
Publicado en Havana Times el 6 de noviembre de 2019