El presidente Juan Guaidó calificó como una “gran victoria” la jornada de lucha de este 16 de noviembre, un triunfo que se agiganta ante el descomunal fracaso de la convocatoria de la tiraría, tan esmirriada que ni el propio Nicolás Maduro fue.
Las imágenes hablan por sí solas del éxito obtenido y los testimonios en positivo son desbordantes por encima de los espíritus justificablemente desesperados que también los hubo.
Cualquier duda al respecto se despeja al ver cómo las principales calles de todas las grandes ciudades de la geografía nacional y de muchos países se colmaron de venezolanos expresando masivamente su deseo de libertad y democracia. Ir o no ir era la cuestión, optaron por lo primero.
La nonata insubordinación militar del 30 de abril había dejado un mal sabor y difuminado la esperanza de proximidad de cualquier cambio político. La gente acudió el 1 de mayo al compromiso de los trabajadores para luego priorizar por sus asuntos personales.
En adelante no ocurrió una nueva movilización que echara a los ciudadanos a la calle a protestar masivamente contra la tiranía de Maduro. Una calma chicha se extendió por la nación, pero el movimiento democrático nunca abandonó el trabajo, aún en medio de no pocas desavenencias internas y de la hostilidad de los factores que jugaron al fracaso desde todas las posiciones.
La asistencia este 16 de noviembre ha sido calificada como “buena”, incluso por observadores que eran bastante escépticos sobre el grado de participación a alcanzar por esta convocatoria. Muchos fueron sorprendidos.
Cualquier pretensión de comparar lo ocurrido el 16 de noviembre con las multitudinarias movilizaciones de comienzos de año no es más que un ejercicio de manipulación interpretativa intentando empequeñecerla para presentar la jornada como un “fracaso”.
La desesperanza arrimaba la gente hacia la incertidumbre, el contenido social de la protesta y el esfuerzo organizado del movimiento democrático en todas sus expresiones (sindicatos, gremios, estudiantes, asociaciones, partidos, Frentes, plataformas de lucha, etc) pudo sortear los obstáculos.
Este fue un enorme esfuerzo mancomunado que debe ampliarse hacia los sectores que tradicionalmente se incorporan de modo espontáneo a las protestas.
Ya hemos visto varios esfuerzos de laboratorio en las redes sociales tratando de imponer esa matriz de opinión en un trabajo de zapa para desalentar la esperanza, en el que muchos “opositores” se solazan sirviendo al juego del régimen.
De igual modo, todo intento de presentar la participación por debajo de las “expectativas”, despertadas en algunos después de los sucesos de Bolivia, no es más que una demostración de ignorancia de la especificidad de la situación venezolana.
Luego de un largo proceso de cinco meses y medio de reflujo de masas, explicable por los devastadores efectos de la crisis económica, la feroz represión de la tiranía y la zapa de supuestos compañeros de viaje, era absurdo pretender que se repitiera el 16 de noviembre la concurrencia del 23 de enero.
El régimen hizo de todo para impedir el éxito de la movilización. Desde toda suerte de acciones represivas, pasando por el cierre de vías y del Metro, intimidaciones, persecuciones hasta las más sofisticadas operaciones con Fake News para desmoralizar a la población y dividir a las fuerzas opositoras.
Además, esa calificación de “buena” podría mejorar si tomamos en cuenta que el llamado a la protesta no solamente tuvo en contra a la poderosa maquinaria propagandística del régimen sino al extremismo opositor y a los apaciguadores para quienes el principal enemigo es Guaidó y no Maduro y su Pranato.
Los extremistas llamando descaradamente a no ir porque la única forma de sumarse a la marcha era si Guaidó se comprometía a llamar abiertamente a la intervención militar extranjera, a pedir la aplicación inmediata del TIAR y a la formación de una ilusoria “coalición internacional” para invadir la patria.
Los apaciguadores, por su parte, diciendo que no iban a marchar porque Guaidó había convocado al pueblo a “levantarse” y acusaron la movilización de intento de “rebelión”, como si fuera un pecado llamar a los ciudadanos a levantarse y rebelarse contra esta tiranía. Porque obviamente ellos prefieren la sumisión frente al déspota.
¿Pudo ser mejor? Por supuesto que sí. ¿Hubo errores? Sin duda. ¿Ahora bien, es eso lo relevante? Claro que no.
Lo verdaderamente importante es que la gente salió. Que fue derrotada la desmovilización. Que Guaidó, con todos sus errores, pasó la prueba de nuevo y reafirmó su liderazgo. Todo lo demás es paja.
Pues bien, tuvimos 16 de noviembre y vino el 17 y vendrá el 18 y…, ¿Qué viene ahora?
Hay vastos sectores de la oposición que son víctimas de los manejos mediáticos y las campañas en las redes y no se siente el desarrollo de un plan político para evitar o atenuar sus efectos y los acerque al movimiento democrático.
Quienes desde este lado de la acera apostaron al fracaso erraron en sus perversos cálculos, les toca dejarse de pendejadas e incorporarse o quedarán rezagados y aislados por la propia gente que comienza a identificarlos y descubrir sus insanos propósitos.
Sin embargo, no todo son malas intenciones. También hay críticas sanas. No se pueden eludir. Guaidó y la dirección política deben oírlas con humildad. La gente pide más claridad y mayor contenido en el discurso. No todo puede ser retórica agitativa y agenda de actividades. La definición de la política está en deuda.
Los ciudadanos deben salir de los actos de masas enervados para la lucha, pero con un mensaje nítido, esperanzados. Con argumentos sólidos para el debate y la reflexión que le devuelvan la confianza en sus dirigentes. Es imperativo apartar las improvisaciones.
Estamos en días decisivos. Históricos podríamos decir. Cualquier decisión puede ser clave a favor o en contra. Se impone un cuidado máximo en ellas y en la construcción de los consensos que las soporten.
La Asamblea Nacional ha venido recuperando su esencia como el espacio natural de debate y negociación para construir la salida a crisis. Tiene en sus manos el Estatuto, (fruto de acuerdos bastante bien pensados) que ella misma se dio es un poderoso instrumento para construir la transición y perfilar las decisiones que nos lleven a un cese de la usurpación y a unas elecciones presidenciales limpias.