Emilio Nouel: La amargura no es la actitud

Emilio Nouel: La amargura no es la actitud

Los que nos quedamos en Venezuela o porque no podemos irnos, o no queremos, o decidimos enfrentar y resistir a quienes han venido destruyendo el país, estamos obligados a no echarnos a morir, ni a vivir en un sufrimiento permanente, tristes y amargados, como algunos parecieran entender que deberíamos estar para estar acordes con la situación.

No habría, según estos últimos, ni mínimas razones por las que alegrarnos en términos personales o colectivos, ni para momentos, si se quiere, placenteros, por muy sencillos que sean. Para aquellos, la autoflagelación es lo que nos saldría, no habría espacio en nuestras vidas distintos al abatimiento, la congoja, el duelo.





Obviamente, en nuestro duro y deteriorado entorno social, hay fuertes y suficientes motivos para no sentirse a gusto y preocuparse, indignarse y hasta para rebelarse. Eso no tiene discusión alguna.

Aunque tengamos en ciertos momentos, como dije alguna vez, las lágrimas de a toque, estamos obligados a mostrar una actitud esperanzada.

No debemos caer en el ensimismamiento, el cruce de brazos y a sumirnos en la tristeza y la depresión, sin dar espacio siquiera a moderados o pequeños gozos, que nos alimentan el alma y dan fuerzas para encarar tantos desafíos individuales y colectivos, incluidos, los políticos.

La compleja lucha por reconquistar las libertades en nuestro país exige desechar la melancolía que nos paraliza. Si a las calamidades que nos abruman le sumamos un estado anímico de aflicción y desconsuelo, será entonces más difícil vencer la adversidad que nos agobia.

Se me echará en cara con seguridad que en Venezuela, habida cuenta de las cosas horribles que vemos, no estamos para jolgorios y esparcimientos. Y en cierta medida, les cabe razón.

Sin embargo, no vivir abatidos tampoco significa obviar los problemas que nos aquejan a todos. Encerrarnos en una vida contemplativa y/o aceptar el estado de cosas desastroso que tenemos al frente -que habrá quienes asuman esa posición- de ningún modo debería ser el talante de quienes estamos comprometidos con cambiar el país que padecemos.

En definitiva, si en Venezuela la barbarie nos quiere llevar por la calle de la amargura, estamos compelidos a alzarnos por sobre nuestro dolor, las múltiples carencias y las variopintas contrariedades, y superar, todos juntos, una realidad terrible que no es para nada “natural”. Esta ha sido generada por otros venezolanos, descaminados, atrapados por ideologías demenciales, algunos llenos de perversidad, otros enceguecidos por el poder, y no pocos que solo persiguen su interés particular, ayunos de todo escrúpulo, hundidos en la mayor corrupción política y moral vista en la historia contemporánea de nuestra tierra.

A pesar de los pesares y de la difícil tarea que aún nos queda por concluir, en la Venezuela de hoy no caben conductas derrotistas y sombrías.

Ayer 21 de Noviembre lo vimos en nuestros jóvenes valientes que desafiaron al régimen tiránico, poniendo sus vidas en riesgo. Esa es la actitud a asumir por todos.