Si algo me quedó claro al haber estudiado la historia de mi país ha sido la grandeza del pensamiento de mis antepasados. En todos ellos se evidencia la firme convicción de ser ciudadanos libres, productivos, respetuosos del derecho ajeno, y fundamentalmente de construcción de un pensamiento propio.
Unos más que otros sobresalieron y hoy son ejemplo en la visión de una sociedad que se afirma en su cultura y tradiciones. Por ello, es imperativo indicar que nuestra sociedad venezolana jamás fue una colonia, ni menos con pensamiento colonizado. Acaso en sus primeros inicios quienes arribaron a estas tierras fundaron ciudades, pero la posterior práctica de convivencia se dio como la ampliación, la extensión de un imperio, como fue el imperio español, que asumió los nuevos territorios como parte integral de su espacio territorial imperial.
Desde esa visión la nueva realidad que se fue construyendo se hizo como una extensión de la totalidad de la visión imperial reinante. En ese sentido tenemos que admitir que en nuestro destino posterior, con poco más de trescientos años de presencia directa y práctica cultural imperial, la consciencia cultural e histórica imperante en la educación del pensamiento de nuestros prohombres fue de carácter hispánico.
Si se revisa dicho pensamiento en la mayoría de estos venezolanos, incluso de quienes adversaron la dominación imperial, se encuentra una visión de absoluta libertad de pensamiento y respeto a esa tradición cultural. No existe mayor resentimiento ni desprecio por la tradición, valores ni principios heredados de nuestra cultura hispánica.
La llamada emancipación del dominio imperial español fue más un acto de separación político-administrativo y económico-financiero y jamás una ruptura cultural e histórica. Eso ha sido así y la posterior historia que se ha tratado de vender en la naciente república, construyó una imagen distorsionada, de pensamiento colonizado que ha sido impuesto como valor en la tradición del nuevo ciudadano.
Así las cosas hemos transitado por cerca de doscientos años creyendo falsamente que éramos una colonia y por tanto, con mentalidad colonial de un imperio ajeno a nuestras tradiciones más profundas. Esa mentira fue contada y recontada, disfrazada de odio, rencor y resentimiento.
Hoy cuando todo está en tela de juicio, duda y revisión, es supremamente indispensable reflexionar pausadamente sobre esto que tratamos. La Venezuela y el venezolano que supere esta hecatombe llamado socialismo-chavizta del siglo XXI, debe someter a revisión la historia pasada de aquella mal llamada época colonial venezolana.
Porque si bien existían los privilegios de una clase social que decidía el destino en la vida de los habitantes de este territorio, la visión cultural, su educación y formación de tradición de valores y principios, estaba soportada sobre la práctica de vida en un imperio donde todos se sabían parte integral de un mismo destino cultural.
Difícil es dar luz a una vida como aquella de los siglos pasados. Pero no todo era oscuro ni monótono como ciertos historiadores y repetidores han querido mostrarlo.
La vida en aquellos tiempos mal llamados coloniales estaba marcado por una dinámica, por un orden y amparado por una estructura jurídica, religiosa, política y militar que hacía de quienes vivían y convivían en todos los rincones del imperio, ciudadanos amparados por la tradición cultural e histórica.
El pensamiento reinante por varios siglos fue aquel de saberse herederos de los saberes y sabores en la febril actividad del trabajo y estudio, del comercio y la actividad intelectual, científica y humanística de quienes eran súbditos de reyes y emperadores.
El pensamiento “colonizado” que se intenta mostrar hoy tal parece más habitar en la mente de algunos dirigentes, tanto del oficialismo dominante, como de ciertos líderes opositores resentidos quienes no terminan de entender que su estrechez de pensamiento es producto de su incapacidad para interpretar las claves que los ciudadanos libres y con tradición cultural diariamente exigen como soluciones reales a sus carencias fundamentales.
Difícil, tortuoso y calamitoso será superar esta mentalidad del venezolano de pensamiento colonizado, estancado en su odio y resentimiento ancestral. Vengativo y a la vez temeroso de unos ciudadanos que poco a poco están entendiendo que el liderazgo político imperante parece ser más una camisa de fuerza producto de una carga supersticiosa heredada de fatalidades que les impide acceder a la comprensión de una nueva visión de la cultura e historia nacional.
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