Visitar Venezuela hoy en día es atestiguar la forma en que un mal gobierno puede aniquilar un país. Los años que han pasado bajo un gobierno corrupto, incompetente y autocrático han hecho que los venezolanos ahora padezcan hambre y que los niños mueran por falta de atención médica básica. A Daniela Serrano (en la fotografía anterior) se le murió un hijo por desnutrición este año y ahora observa con inquietud cómo le practican un examen médico a su hija, Daryelis, de 3 años, en una clínica asociada a un grupo de ayuda, el Proyecto Nodriza. Algunos venezolanos temen que haya hambruna en su futuro y parece que es más fácil encontrar partidarios del presidente Nicolás Maduro en un campus universitario estadounidense que en Venezuela. Las palabras no son suficientes para describir el sufrimiento, así que le estoy dando un espacio en mi columna a las fotografías de personas que conocí en una visita reciente. Las personas estaban dispuestas a ser fotografiadas y a compartir su historia para que el mundo pueda entender lo que sufre este país.
Por Nicholas Kristof / nytimes.com
Un médico mide la circunferencia de la cabeza de Daryelis como parte de una revisión médica. Muchos niños venezolanos están desnutridos, por lo que su crecimiento físico es reducido. Pero, aunque es evidente la afectación al crecimiento, a los expertos en desarrollo les preocupa más el efecto permanente de la desnutrición en el desarrollo del cerebro y temen que esto resulte en una generación que tenga una desventaja cognitiva duradera.
Miriam Bravo juega con su bebé en su rancho ubicado en un barrio marginal de Caracas. Todavía tiene empleo como costurera, pero su mundo ha cambiado por la crisis económica del país: su marido murió el año pasado de una afección cardiaca después de que no logró conseguir medicamento para la presión arterial.
La hija de Miriam, Adriana, cuida a su hermano menor, Archi, en un comedor de beneficencia donde casi siempre almuerzan. Los niños crecen rápido en los barrios marginales y, algunas veces, Archi le dice a Adriana “mamá”.
Adriana observa el panorama afuera de la casa de la familia. El rancho se ha quedado aislado, lejos del resto del barrio, desde que un incendio arrasó con el vecindario una noche. Los residentes llamaron desesperadamente al departamento de bomberos desde las 10 de la noche, pero no llegó ningún camión de bomberos sino hasta las 6 de la mañana del día siguiente… y no traía agua. Para cuando sofocaron el incendio, diecisiete casas cercanas ya estaban destruidas.
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